Seguridad ante todo.
¡Pero la puta madre que lo parió! aulló el Comisario Hidrógeno Campos golpeando violentamente su escritorio acto que provocó la inmediata caída de un par de pocillos de café, así como sus respectivos platos y cucharillas, las que repiquetearon alegremente por el suelo de baldosas amarillas como cantarines heraldos metálicos de una tragedia definitiva y sangrienta en el Reino de la Loza.
El vendedor se paró en seco cuando ya había avanzado dos o tres pasos dentro de la habitación. Los ecos del rugido reverberaban aún en los pasillos de la Jefatura sin perder en la repetición ni un ápice de su furia. La única mano en alto, profética y destacada, bajó lenta como la barrera de un cruce ferroviario, incrédulo movimiento que traslucía tanta desolación como sorpresa. -¿Será sordo además de manco?- se preguntó Robe Chambre haciendo descender el telón de impavidez sobre el escenario del rostro.
El traductor se sobresaltó perceptiblemente con el grito. Era su primer trabajo para la policía y paulatinamente se iba percatando de una verdad categórica: cada vez le gustaba menos estar ahí. Tal vez no entendía los códigos, tal vez le amedrentaba esa oficina en la que colgaba un almanaque de Pablo Ferrando donde el año que figuraba venía exactamente con diez décadas de retraso, porque quienes lo fabricaron, no imaginaron jamás que su creación iba a trascender el siglo y el milenio, donde el escritorio parecía un transatlántico impertérrito y la computadora reposaba sobre una mesilla auxiliar de chapa que soportó en su lomo metálico a una Remmington durante décadas, máquina vetusta cuyo descanso, presuntamente definitivo aunque Federico no estaba tan seguro, transcurría en eterno cuerpo presente envuelta en lo que a Federico se le ocurrió, era una bolsa para cadáveres, sobre un archivador de chapa que debía pesar unos setecientos kilos. Y sobre todo le amedrentaban esos policías cuyo peso total seguramente se aproximaba al del archivador metálico, de modales hoscos que le miraban cuando traducía con cara de sospechar que trabajaba para el enemigo, sea cual fuere y le hacían sentir vagamente culpable como si supieran que a los nueve años se había robado cuatro caramelos en el quiosko del barrio y estuvieran aún trabajando en el caso.
Timorato fue hasta el vendedor de lotería, le pasó el brazo por encima del hombro y murmurándole algo en el oído, lo giró como quien gira un mueble molesto pero manuable y lo depositó en la puerta.
Cerró y una vez que escuchó los pasos presurosos del manco alejándose por el pasillo seguramente hacia la próxima puerta, se permitió el lujo de una pequeña risa.
-¡Manco de mierda! no podía haber elegido peor momento para entrar!-
-¡Esto es un relajo!- comentó el comisario algo más tranquilo. -Algunas veces extraño la dictadura. Había otro respeto, a ese manco hijo de puta le hubieran dado una biaba que le iba a sacar las ganas de andar metiéndose los despachos sin golpear. Ahora si lo miramos fijo, nos denuncian a la justicia o a Asuntos Internos.- Suspiró. Se dio cuenta de que había olvidado lo que iba a decir y pegó otra trompada en el escritorio, esta vez leve, resignada, exánime.
-Carlos, llamame al ordenanza que limpie este quilombo.- le pidió a Gómez y luego se dirigió al traductor.
- Dígale que disculpe el mal momento. Aunque supongo que en todos lados es igual.-
Federico tradujo y Robe le respondió.
-Dice que sí. Que es lo mismo en todos lados.- mintió el traductor por baranda. Hasta en francés sonó a mentira.
Robe se sentía frustrado. El vendedor de lotería había arruinando su momento, le había derrumbado el clímax con esa entrada intempestiva y más que nada inoportuna. Sintió ganas de salir al corredor, perseguirlo y cagarlo a patadas en el culo. Se lo impidió la certeza de que no encontraría la puerta correcta nunca más. Comenzó a decir algo pero el Comisario lo interrumpió.
-Mejor que espere a que venga el ordenanza antes de seguir.-
Así que esperaron hablando de bueyes perdidos flotando a la deriva como náufragos entre los restos del cataclismo de los pocillos. Timorato se interesó por los sueldos en la policía francesa y no pudo dejar de emitir un sonoro silbo de envidia cuando Robe mencionó el suyo. El francés para sus adentros, se alegró de no haber comentado que a la suma expresada, debería sumársele casi el doble por concepto de compensaciones de todo tipo. De haberles dicho cual era la suma final, esos policías tercermundistas habrían expirado al instante y el ordenanza tendría que retirar los cuerpos exánimes de los tipos fallecidos de una crisis generalizada de envidia, además de los cadáveres de los pocillos.
-Acá estamos muy por abajo de eso- trinó Gómez mientras en su rostro se pintaba una expresión ambigua y oscilante que iba de la envidia a la bronca.
-Sí, como seis meses debajo de eso.- terció el comisario que aún conservaba las cejas juntas y erizadas debido a la calentura con Carlitos, el vendedor de lotería. Su furia era como las inundaciones, llegaba rápido y se retiraba con exquisita parsimonia.
Pasados treinta minutos, el ordenanza aún no había aparecido. La conversación se había empantanado en el fangal del silencio. El traductor estaba visiblemente incómodo como cualquiera de su oficio cuando el silencio ajeno le obliga a abandonar su papel de intermediario y arrojar algo de luz propia sobre la conversación. Robe se miraba los dedos como si entre sus uñas se ocultara la pista definitiva que aclararía El Caso.
-Cinco pal truco es mucho.- comentó Gómez y Federico arrancó a traducir hasta caer en cuenta de que no tenía la más puta idea de cómo traducir “truco”. Hidrógeno, que se percató de la confusión del traductor, dejó llegar hasta sus labios una sonrisa malévola. De algún modo, el intérprete logró desenredar el intríngulis. La traducción fue larga y exhaustiva pero el francés pareció convencido. Tal vez nomás por compasión.
Transcurridos un par de minutos más, el comisario se levantó de la silla, cruzó toda la habitación sin evitar pisar los trozos de loza esparcidos, los que se quejaron amargamente con chillidos de arena furiosa. Abrió la puerta como quien quiere despejar de una habitación cerrada el aire envenenado por un pedo particularmente hórrido y giró hacia el corredor. Sus pasos sonaban pesados y urgentes, aumentando su contundencia y premura a medida que se alejaban hacia el extremo del corredor, provocando un curioso efecto sonoro que consistía en que parecían acercarse a medida que se alejaban. Robe sonrió. Hay cosas que funcionan igual en todas partes.
-Seguro que se trae al ordenanza de la oreja- comentó Gómez. Expresión anacrónica y sutil que en la voz aflautada del policía, sonó amariconada en grado superlativo.
-O a patadas en el culo.- Timorato puso las cosas en su lugar y descerrajó una carcajada en la que cierto sadismo peligroso como la hoja de un puñal, descarnadamente mostró su sonrisa ávida de calavera infeliz. Gómez se le sumó inmediatamente. Federico se estremeció. Comenzó a traducir pero el francés con la mano derecha, le hizo un gesto que claramente significaba que había comprendido a la perfección. Sonreía también con crueldad de tiburón escondido tras una roca. Hay cosas que son iguales en todas partes.
-Allá en mi país es igual. Antiguamente los ordenanzas eran agentes recién ingresados que se desvivían por ser eficientes, por otro lado no tenían más remedio, pero desde hace unos cuantos años, nos mandan estudiantes universitarios, becarios, pasantes, nenes de mamá que ponen cara de culo cuando ven un arma y son capaces de fumar marihuana en el baño de la comisaría o armarte una barricada en los pasillos. No respetan nada ni conocen los códigos. Y como generalmente son hijos de algún político o funcionario, se creen intocables. Lo único que les atemoriza, es que les quites la conexión a Internet o los amenaces con requisarles la hierba.-
Los policías uruguayos miraban a Federico con atención mientras que hacían unánimes gestos de asentimiento.
-Acá también nos mandan pasantes. Es más barato porque les pagan una miseria y no tienen prácticamente derecho a nada. Pero suelen ponerlos a hacer trabajo administrativo. Los ordenanzas siguen siendo agentes de segunda, pescado fresco.-
-Pero después del tercer o cuarto sueldo, cuando ya las deudas en la Cooperativa Policial le pegan un buen mordiscón a los haberes, se ponen displicentes y pelot… y perezosos. Vienen a cumplir con la guardia y a pasar lo mejor posible. Generalmente son solteros y si les metés un arresto, hasta mejor para ellos porque se ahorran unos cuantos días de pensión y comida.-
Timorato asentía mientras que se hurgaba los dientes con un alfiler cuya cabeza consistía en una pelotita roja. El Comisario volvió. Solo. García dejó el alfiler nuevamente en el recipiente de vidrio donde sus hermanos esperaban dormidos, Federico comenzó a esbozar cierta cara de asco pero se lo pensó mejor y volvió a su habitual cara de gil de goma.
-Al ordenanza lo mandaron a una indagatoria porque no había nadie más. Me cago en la gran puta, no se que mierda puede indagar un botija que no lleva ni dos meses de milico.- Pateó con rabia un pedazo de platillo significativamente más grande que el resto y se sentó.
-¡A lo nuestro! Ya hemos perdido bastante tiempo.-
Robe Chambre se acomodó en el sillón dentro de los estrechos límites de seguridad que la antigüedad del artefacto permitía. Un resorte se le clavó dolorosamente en el culo. Reacomodó la defensa alegrándose íntimamente de que el espiral no se le hubiera insertado en el golero. Miró al traductor y ambos hicieron un recíproco gesto afirmativo con la cabeza. Empezó a hablar.
-Nos han llegado informaciones provenientes de varias agencias de inteligencia occidentales, referidos a un plan para exterminar buena parte de la humanidad por parte de una potencia que de momento no voy a mencionar, más que nada porque ese dato no me ha sido suministrado fehacientemente, aunque ciertamente tengo mis sospechas. El plan comenzaría a aplicarse a modo de prototipo, en un país cuyo número de habitantes sea tal que permita certeza estadística sobre los resultados finales en un plazo de tiempo relativamente breve. El target del exterminio es principalmente la clase trabajadora, sobre todo aquellos que implican un costo bajo de producción para las industrias locales y pueden por lo tanto resultar una competencia indeseada para la potencia en cuestión. Por último, ese país definitivamente es el vuestro. El Uruguay.-
-¿Y en qué consiste ese plan?- Preguntó el comisario mientras los demás miraban el intérprete pensativos.
-No lo sabemos.- Robe parecía un tanto avergonzado.- Hemos pensado en armas químicas, en medicamentos envenenados, en equipos electrónicos radiactivos, en sabotajes, en vacunas contaminadas, en alimentos vencidos y en innumerables posibilidades más, cada una más inverosímil que la otra. Pero la realidad es que no hemos logrado averiguarlo. Para eso estamos acá.-
-¿Ustedes no saben?- Timorato parecía próximo al asombro y en el ojo más claro le refulgió una chispa de desconfianza, en tanto que el oscuro permaneció inmutable y flemático como un el de un lord inglés. –Si ustedes no saben con lo que ganan y con los equipos que tienen, ¿qué podemos hacer nosotros que apenas si llegamos al veinte de cada mes?-
El Comisario lo miró y en su mirada se podía leer tanto desazón como incertidumbre. Guardó silencio. Mirando a ese francés robusto cuyo entero lenguaje corporal denotaba competencia se preguntó cómo podía encajar su equipo paupérrimo de policías capacitados sólo en sacar información a pobres desgraciados a fuerza de patadas en el culo y cuyo conocimiento en asuntos internacionales consistía en entrar a las habitaciones de los inquilinatos del Puerto para buscar algún coreano acusado de provocar destrozos en un local nocturno a fuerza de alcohol barato pagado caro y melancolía carísima que el coreano arrancado en calzoncillos de un lecho mugriento, estimulado por un par de boleos y gritos expresados en un idioma que no entiende pero cuyo significado comprende perfectamente, considerará económica.
Volvió el Comisario Hidrógeno Campos de su ensimismamiento, traído de vuelta por la llamada sonora del silencio. El francés esperaba que volviera del País de la Reflexión en el que habíase exiliado, antes de contestar.
-Los recursos materiales no son todo en este negocio. Organizaciones y Servicios en todo el mundo se protegen del contraespionaje poniendo en juego toda clase de equipamiento electrónico, decenas de toneladas de chips puestos al servicio de la preservación de un secreto, sólo pueden ser penetrados muchas veces con el uso de métodos… - ¿cómo decirlo?- más rústicos y primitivos, técnicas olvidadas en la vorágine de la tecnología, recursos inexplorados o desechados porque no tienen enchufes ni dependen de un rayo láser.-
Timorato lo miró con escepticismo.
Gómez sonrió.
-Si es por falta de tecnología han hecho la elección justa al venir acá. No logramos que funcione la impresora tres días seguidos y menos aún si hay humedad.-
Federico tradujo.
-Allá tampoco funcionan cuando hay humedad. Creo que nos hemos gastado medio presupuesto en intentar mantener el papel seco entre noviembre y marzo.- bromeó Robe Chambre, permitiéndose el lujo de poner cara de desgraciado. Luego volvió a su habitual expresión pétrea en tanto que abría un maletín cuya cerradura tenía un teclado y un lector de tarjetas que recordaron a Timorato al panel de un cajero automático y por asociación de ideas, le llevaron a considerar la punta de días que faltaban aún para el cobro. Del maletín el francés extrajo dos gruesos expedientes aparentemente iguales, aunque uno tenía un “1” y el otro un “2” ostentosamente impresos en sus tapas. Debían tener no menos de cuatrocientas hojas cada uno.
-Por razones de seguridad no puedo suministrarles la copia electrónica de este material. Es más, las copias que ahora les voy a dejar están numeradas y bajo ningún concepto pueden ser reproducidas, ni total ni parcialmente sin el consentimiento de mis jefes en Francia. Tampoco deben ser sacadas de esta oficina que deberá mantenerse bajo vigilancia en tanto estos documentos permanezcan en ella. ¿Disponen de algún lugar seguro donde guardarlas? –
-En El Ropero- contestó el comisario señalando con el pulgar el enorme archivador metálico que si bien había conocido tiempos mejores, trasmitía la impresión de robustez de un boxeador peso pesado retirado que aún se mantenía en forma. No es cien por ciento inviolable, pero si contamos con la vigilancia ante la puerta y el compromiso de mis hombres y el mío propio, de mantenernos al menos uno de nosotros en la oficina pase lo que pase, es seguro que los expedientes estarán completamente protegidos.- El Comisario se puso de pie, rodeó el escritorio provocando nuevos chillidos de la loza despedazada y extendió la mano para recibir los dossiers. Se lo pensó mejor evaluando el peso de semejante cantidad de papel y añadió la otra mano al equipo.
-Una copia está en español y la otra en francés. Debo insistir en que estos documentos no abandonen esta habitación bajo ningún concepto. ¿Cuento con su palabra?-
El Comisario miró al traductor con clara furia. Federico tragó saliva.
-¡Dígale que seremos subdesarrollados pero no irresponsables!- El tono fue a la vez imperativo e furioso. La conminación para el traductor, la furia destinada al traducido. Federico se alegró de que las emociones en este caso, no fueran reversibles.
Federico tradujo. Robe puso cara de abatimiento, pero la mantuvo sólo un instante. Le pasó los expedientes.
Hidrógeno los puso sobre su escritorio. El de arriba estaba en francés, lo dejó a un lado y comenzó a hojear el ejemplar en español. Abrió la boca para decir algo pero Robe le interrumpió.
-No comente nada. No ahora. He traído conmigo cierto equipo para evitar cualquier filtración electrónica pero lo tengo abajo en el maletero del auto. Entretanto no lo instale, es mejor evitar comentar el contenido de estos papeles. Es cuestión de minutos nada más. ¿Alguien podría acompañarme a buscarlo?-
-Yo voy flauteó Gómez levantándose prestamente. Además tengo las llaves.-
Esta vez, Robe contó las puertas, eran exactamente once. Bajaron la escalera sórdida y llegaron a la calle. Caminaron en silencio por San José y doblaron por Yí hacia 18. Un presentimiento ominoso se adueñó del ánimo de Carlos Gómez a medida que sus pasos le conducían hasta el vehículo. Lo confirmó al llegar hasta el coche estacionado casi a mitad de cuadra.
El maletero estaba semiabierto esbozando una sonrisa desdentada y sarcástica como la de un viejo malo que envenena a las palomas. Lo abrieron del todo. Su contenido se había esfumado. Desde el interior, un envase de cerveza vacío les guiñó con el reflejo de un rayo de sol.