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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

15.5.11

La Conspiración 1: Malos comienzos

El Agente Especial de la Sûreté Monsieur Robe Chambre, comenzó mal su visita a Montevideo.
Para empezar, se mareó terriblemente en la manga al descender del avión de Pluna que lo traía desde Buenos Aires. De no haber sido por la gentil ayuda de una azafata que le sostuvo por el codo, habría rodado en esa paradójica cuesta arriba que parece cuesta abajo. Los que han tenido que bajar de un avión de Pluna por cualquiera de las mangas, saben de qué hablo.

Enfurruñado y confuso, agradeció avergonzado a la azafata su gentileza sin dejar de pensar que no se había mareado en incontables vuelos padecidos en las peores condiciones, ni cuando tuvo que perseguir a un terrorista... bueno, presunto terrorista, se aclaró a si mismo, por los hierros más altos de la Tour Eiffel y terminaba mareándose como un pelotudo a la salida de un avión absurdo que era en subida pero daba la ridícula impresión de ser en bajada.

Con ademán algo vacilante, se soltó de la mano de la azafata y trepó decidido por la larga cuesta del finger hasta la zona de arribos como quien va a la conquista de una cumbre inexplorada, aunque su estómago aún no se había decidido a descartar del todo ciertas nauseas. Realizó de mala gana los trámites migratorios, que le parecieron engorrosos más que nada debido a su propio ofuscamiento, ya que en comparación a otras experiencias anteriores, éstos fueron rápidos y sencillos, (en Vietnam le habían retenido más de dos horas por una formalidad y en Siria, tuvo que apelar al Embajador en persona para que le permitieran entrar una vez que vieron que tenía un sello israelí en el pasaporte- recordó vagamente- sin disculpar por ello a la chica de migración que tuvo el mal gesto de mirar su rostro por segunda vez para verificar si se correspondía con el que aparecía en la foto)

En la zona de Arribos, le esperaban dos oficiales de Inteligencia.
Uno de ellos, el más alto, que resultó llamarse Timorato García, tenía los ojos de distinto color, uno marrón y el otro de un celeste desvaído que evocaba en quien lo mirara, el recuerdo de un día aciago. El otro, que tenía un nombre de lo más particular tratándose de oficiales de policía uruguayos, Carlos María Gómez, era alto y recio como un repartidor de supergás. Aparenta ser un tipo duro se dijo el francés,  pero toda impresión de rudeza se desvaneció ni bien hubo pronunciado la primera palabra, ya que tenía una voz aguda que recordaba invariablemente a una soprano o a un eunuco de película barata,  provocando que su interlocutor se preguntara inmediatamente, si habría olvidado el palo sobre la mesa de luz.
Inmediatamente le cayeron mal. La policía del Tercer Mundo tenía esas particularidades. No pretendía que los agentes de inteligencia se parecieran a Alain Delon o a Jean Renault, pero al menos, pensaba Robe, deberían tener rasgos lo suficientemente anodinos como para pasar desapercibidos confundiéndose en las multitudes. Este par le parecía realmente inconfundible, aún más: inolvidable. Ninguno de los dos hablaba otra cosa que no fuera español y en el cartel que García llevaba en la mano, habían escrito “Robert” en lugar de “Robe” y “Chamvre” no solo con “v” sino además, violando la sagrada regla que exige que sea una “n” la que anteceda a una be corta, aunque al francés este último detalle le pasó desapercibido.

Entendiéndose a duras penas cargaron las valijas en el pequeño auto asignado y partieron rumbo a Jefatura. El mediodía era lluvioso y los dos policías uruguayos fumaban ominosamente dentro del vehículo cerrado. Al francés se le renovaron las nauseas ya que lo  llevaron por Camino Carrasco y cerca del puente, frente al frigorífico, estuvieron largo rato detenidos debido a un accidente de moto. Al parecer a un birrodado, contaría Almendras por la noche, se le había salido la rueda de adelante al pasar sobre el lomo de burro próximo a  Camino Carrasco y Cooper a velocidad excesiva. El conductor estaba internado en el CTI en estado reservado. El hedor del frigorífico, superando cualquier obstáculo concebible, se filtraba en el interior del coche policial. Robe, venciendo cualquier escrúpulo pidió un cigarrillo. Había dejado de fumar cuando tuvo que infiltrarse en un convento de Clarisas disfrazado de novicia hacía unos quince años pero el insoportable olor a podrido que parecía adueñarse de la atmósfera, le hizo dejar de lado cualquier reticencia o culpa. El humo no podía ser más dañino que ese penetrante hedor que parecía acogotarle con dedos de acero y del que sus colegas uruguayos no parecían percatarse.

En 20 de Febrero y Timoteo Aparicio, una moto a la que le fallaron los frenos, se había estrellado contra el costado de un ómnibus en el que quedó estampado una marca del tamaño y la forma aproximada del casco del conductor.
Estuvieron detenidos nuevamente durante tres cuartos de hora. Mientras esperaban, tres delincuentes que no tendrían más de catorce años, intentaron abrirles el maletero del auto con una palanca enorme, mientras un cuarto aspiraba distraerlos pretendiendo limpiarles el parabrisas pese a que llovía intensamente.
Gómez salió del coche y estuvo a punto de provocar otro accidente cuando una moto que iba a adelantarles marchando por la vereda  casi se incrusta en la puerta del auto. El  aspecto cerril del policía espantó a los muchachos que depusieron a medias su actitud y pidieron una chapa pal vino a cambio de no desbaratarles el auto mediante el uso de unos cascotes estratégicamente apilados al pie de un árbol para tal menester.. El policía los conmino a retirarse, pero no bien comenzada su reconvención, los chiquilines arrancaron a matarse de risa y el hombre tuvo que sacar su 9 milímetros y apoyársela en la frente a uno de ellos para que le tomaran en serio, cosa que hicieron inmediatamente demostrando que un gesto vale más que mil palabras, sobre todo si las palabras son emitidas con una voz de silbato que les resta cualquier viso de autoridad. Una docena de escolares miraban entre  boquiabiertos y divertidos  la escena, mientras un fotógrafo de El País inmortalizaba el momento, aunque la publicación de la foto sería evitada con una llamada al Director y la situación sólo fue mencionada en un “Se dice” al solo efecto de conformar al fotógrafo indignado que afirmaba ante todo aquel que se le cruzara en el camino, que en este país todo sigue igual.

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