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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

15.5.11

La Conspiración 2: Acá también pasan cosas.

Acá también pasan cosas



La vista del mamotreto gris de aspecto severo y reminiscencias de un pasado pésimo en el que por las calles de París desfilaban soldados teutones haciendo el paso de ganso, ofrecida por  el edificio de la Jefatura no sirvió precisamente para mejorar el ánimo lúgubre del Oficial  Robe Chambre.  Su aspecto, mezcla de Bastilla y naufragio le resultó francamente deprimente, lo que no estaba del todo mal ya que por lo menos le hacía juego con la nacionalidad.
Le hicieron subir por una escalera bastante estrecha y pobremente iluminada que le retrotrajo a los edificios apestosos donde pululaban inmigrantes magrebíes y negros de la Martinica en armónica complicidad, interrumpida eventualmente a tiros o navajazos. Entretanto Timorato García le informaba someramente que el ascensor estaba roto desde hacía un par de semanas, información de la que Robe sólo pudo traducir “semanas” en forma literal y “roto” de pura casualidad por una intuición de esas que todos los agentes de inteligencia del mundo tienen no menos de una vez al año. Los pasillos le parecieron sórdidos, casi esperaba ver a Torrente pasar por allí precedido de su barriga y seguido de ese olor a mugre y alcohol que uno le imagina de verlo nomás.

Transcurrida una interminable sucesión de puertas innominadas e idénticas, se detuvieron al fin  y entraron a través de una, tan parecida a las demás que el francés se preguntó si para ubicarla, su colega habría ido contándolas una por una hasta llegar a la indicada.

La oficina era estrecha e iluminada desde unas ventanas cuyos vidrios fantasía cerraban el paso a toda vista y se lo abrían a la imaginación. Robe compelido a imaginar, imaginó un pozo de aire de respetables dimensiones, en cuyo fondo se debían acumular toneladas de desperdicios, miríadas de ratas y escuadrones enteros de palomas bombardeando de mierda todo el conjunto. En definitiva, el pozo de aire de su propio edificio y la vista que tenía de él desde su apartamento de divorciado contumaz, edificación cuyos mejores años habían transcurrido más o menos en la época del juicio de Dreyfus.

Timorato García lo presentó al Comisario Hidrógeno Campos, quien sería su oficial de enlace, término tan descriptivo como anodino que al Comisario le encantaba probablemente porque le hacía juego con la vida.

-El oficial Robe Chambre, de la Sorete- dijo con una sonrisa cuyo motivo el francés no llegó a captar. El Comisario, molesto más que nada porque había pensado hacer ese mismo chiste a la primera oportunidad que se presentase, lo miró serio como prometiéndole una buena puteada para un momento más adecuado y estrechó la mano que el colaborador extranjero le extendía. Las formalidades fueron cortas y escuetas. Hidrógeno no sabía francés y el traductor contratado para hacerles la comunicación posible no había llegado aún. Acomodaron al invitado en un sillón adquirido en los años de la dictadura de Terra y le sirvieron un café obviando olímpicamente la solicitud de que éste fuera descafeinado por pura ignorancia de lo que el tipo les estaba pidiendo. De todos modos, descafeinado no había lo que nos ilumina sobre que ocasionalmente lo necesario y lo contingente se identifican. Después de eso, se pusieron a hablar entre ellos y a Robe lo ignoraron dando por sentado que era idiota, cosa que no es tan poco común como cabría imaginar, ya que muchas veces tomamos por idiotas a quienes no nos entienden por razones como la sordera o el desconocimiento del idioma.

-Este tipo parece sacado de una película- comentó Hidrógeno Campos mientras acomodaba la yerba con el índice de la mano derecha. El mate tenía una rajadura que en cuya proximidad el Comisario evitaba meticulosamente volcar el agua, tarea que le exigía ingentes esfuerzos cuando la bombilla ya había completado 180 grados en su giro alrededor del mate.
-Sí, demasiada pinta, rulitos de pendeja y nariz demasiado buena para ser cierta ¿no?-
-See.. aunque yo diría que le pega a la merca, se le nota en la mirada que se le extravía de vez en cuando.-

-¿Ya te informaron que quiere?- preguntó Gómez. Tenía confianza con el jefe como para tutearlo. Habían pasado juntos por la escuela y ambos provenían de Rivera, aunque Gómez era de la ciudad y Campos de Tranqueras.

-Más o menos. Parece que a los franceses les llegaron, andá a saber como mierda, algunas estadísticas nuestras que les llamaron la atención y mandaron a este pinta a que las estudiara de cerca. O algo así- redondeó de forma más bien poco afortunada  mientras le pasaba el mate a Timorato.

-¿Estadísticas de qué?- insistió Gómez.

-No sé bien. En serio que no sé. El jefe habló de eso por teléfono con el ministro y si al ministro no se le entiende mucho en persona, sacá cuentas por teléfono. Creo que tiene que ver con la reincidencia. Cuando venga el traductor nos vamos a enterar. –miró la hora en el viejo reloj de pared. y mentalmente le sumó los minutos que atrasaba. –bastante informal el traductor  ¿no? Debería haber llegado hace cuarenta minutos.- añadió medio caliente.

Como si lo hubieran invocado, tras un par de breves golpes a la puerta, entró un agente acompañado del traductor. El comisario miró el reloj significativamente. Tras las presentaciones, el traductor se excusó.

-Disculpen la demora, pero en el camino desde Colón hasta acá me comí tres accidentes.
-Todos de moto- añadió como al pasar.

-Fuá, nosotros también quedamos atascados en un par.- comentó García mientras que el traductor, que resultó llamarse Federico - así nomás sin apellido - repetía su disculpa ante el francés, quien pareció excusarlo sin el menor rencor, aliviado tal vez por tener que cesar de desmadejarse el cerebro tratando de entender el marcado acento riverense de dos de sus tres colegas, lo que añadía no poca dificultad adicional a sus nulos conocimientos de español.

El rostro del extranjero aparecía monolítico como el de un moai y desprovisto de expresión alguna, como las pupilas de un cadáver alumbradas por la luna. Era un no-gesto practicado y alevoso. Desde joven se había mostrado estudioso de las expresiones ajenas y cultivador exquisito de las propias. Seguir una conversación de la que no entendés un carajo haciendo gestos de afirmación con la cabeza como quien comparta plenamente lo que se expresa, o demostrar una  atención desmedida como si por un acto mágico de idiotez ajena el resto de los interlocutores fuera a tenerte en cuenta, le parecía un acto de suprema estupidez en el segundo caso y de obsecuencia ilimitada en el primero. Mejor entonces, esa cara de póquer que haría morir de envidia a los más connotados profesionales de ese juego.

Tras las nuevas presentaciones tomaron asiento en torno al escritorio del comisario. Un agente de segunda con aspecto de estar ejerciendo una pasantía mientras cursaba el segundo año del jardín de infantes trajo café. No preguntó si lo querían descafeinado y Robe, más  generoso que exasperado, tampoco insistió sobre el punto. El francés empezó a hablar y Federico a traducir.

-Señores, antes que nada agradecerles en mi nombre y el de mi gobierno el haberme recibido. Ustedes no están por ahora al tanto de la importante para el mundo entero que es la misión que nos han encomendado, Y digo nos han porque en esto trabajaremos juntos codo a codo.-

Los oficiales uruguayos se miraron con la misma expresión de atónita sorpresa. Íntimamente casi habían llegado a la convicción unánime y tácita de que el francés ni siquiera hablaba faltándole poco para babearse mientras que se clavaba el helado en el ojo y ahora se sentían todos ellos, un tanto avergonzados.

-No se que les habrán informado sus superiores- prosiguió- ni siquiera estoy seguro de que los míos me hayan puesto al tanto de todo lo que saben. Lo que estoy autorizado a trasmitirles y esta información no debe bajo ningún pretexto abandonar esta oficina, es de capital importancia para la paz mundial, y más que nada para la libertad.-

Hizo una pausa para dramatizar, en el fondo tenía dotes histriónicas, lo sabía y le encantaba. Bebió un sorbo de café e hizo un gesto facial que denotaba lo crítico y reservado de lo que a continuación iba a revelar.
Todos los presentes lo miraban expectantes, el comisario levantó una ceja y con las manos lo apremió a que prosiguiera. Timorato García miraba al francés como si fuera una mezcla de Artigas con Alberto Candeau, o sencillamente Candeau representando a Artigas. Los ojos fijos, la mandíbula prominente un tanto caída, el café olvidado dentro del pulpo exánime de la mano derecha. Gómez parecía no encontrar forma de disimular su impaciencia mientras que en la máquina cerebral, le caía la ficha de que el franchute debía ser todo un personaje dentro de la comunidad de inteligencia francesa. El traductor esperaba con cara de jugador que se cagó en una final. Una gota de sudor se le quedó enganchada en la ceja derecha y se la quitó como quien espanta un pterodáctilo, con una golpe sonoro y desproporcionado que sobresaltó a Carlos María Gómez.

La expectativa era enorme

Por fin el francés desembuchó.
-Una potencia extranjera está utilizando su país como prototipo de un experimento para neutralizar y tal vez exterminar prácticamente al mundo entero.-

Los uruguayos abrieron los ojos como platos y al mismo Federico le tembló la voz al traducir, inseguro de haber comprendido correctamente. Miró Robe y la expresión del francés le convenció inmediatamente de que había entendido bien.
-Al mundo entero.- repitió una vez más. No supo siquiera él mismo, si a los efectos de recalcar la importancia de la misión que de ahora en más los aunaba, o para destacar su propia importancia ante este minúsculo grupo de tercermundistas, que hasta minutos atrás lo miraba poco menos que como a un tarado, mirada sustituida ahora, por una de asombro y franca admiración.

El Comisario Hidrógeno Campos abrió la boca para decir algo. Su expresión se había tornado un tanto escéptica. Gómez pensó que se venía un disparate del tipo  “este pinta nos toma por tarados”… o algo peor. Cruzó los dedos.
En ese momento la puerta se abrió y entró a la habitación un sujeto pequeño, contrahecho y por si fuera poco manco. En su única mano, llevaba un manojo de números de lotería de la misma manera en que un heraldo exhibiría un bando del Emperador de la Galaxia o Moisés mostró al pueblo las Tablas de la Ley.
Sin anunciarse ni pedir permiso entonó un cántico con estridente voz en falsete:

"Tengo el quince, el veintiocho, el diecisiete, el treceeee!”

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