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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

15.2.08

Selene y la foto del mar (cuento)

Para Ana Lucía, mi hija díscola.

Uno


La siquiatra encendió un cigarrillo y volvió a hojear la historia clínica de Selene en la penumbra del escritorio, encerrada en el círculo de luz que proyectaba una vieja lámpara portátil consistente en un tubo de metal flexible que nacía en una pesada base metálica y concluía en una pantalla metálica también que recordaba vagamente a la caparazón de una tortuga. Lámpara y escritorio, así como buena parte de los útiles que se encontraban en ese pequeño despacho situado en la planta alta de su casa habían pertenecido a su padre, siquiatra como ella; ahora retirado. Buena parte de sus pacientes, también habían sido heredados. Por un momento, Irma Viñole se dejó ir divagando a la vez que contemplaba las volutas de humo que formaban fantasmas aleatorios y daban aspecto de fluido a la luz que manaba mansa de su manantial incandescente.

El viejo Profesor Viñole había convertido por un raro truco de su carácter amigable, en pacientes a sus amigos y en amigos a sus pacientes. Un error grave, imperdonable, pensó su hija para quien los límites entre unos y otros eran tan tajantes como una cerca de hierro electrificada.

Considerándolo bien, haber aceptado hacerse cargo de Selene, había sido un error de la misma naturaleza. La chica después de todo era la hija del ex socio de su marido en la Agropecuaria. Demasiado próxima como para no sentir un pequeño resquemor que la molestaba puntualmente cada vez que tomaba entre sus manos la historia clínica como una picadura de jején.

Se sacudió el pensamiento de la mente con una sacudida de cabeza. Una vieja costumbre de la que su padre habitualmente se reía, diciendo que espantaba los malos pensamientos con el mismo gesto con el que una vaca espantaba las moscas pero usando el otro extremo del cuerpo. Volvió a concentrarse en la historia aunque no necesitó más de treinta segundos para darse cuenta de que no había cambios significativos en su paciente. Había pedido para bañarse. Eso podría haber sido significativo en otros casos, pero Selene nunca había perdido sus hábitos de higiene, ni su buen humor. Ni siquiera después de la micronarcosis, conocida vulgarmente como electroshock, tratamiento del que muchos pacientes salían atontados y con una acentuada tendencia al inmovilismo, consecuencia más del pentotal que del la corriente eléctrica. Ese irreductible apego a la lucidez, molestaba íntimamente a la siquiatra sin que ella misma supiera bien el porque, como una espina clavada en un lugar poco molesto de la que apenas se tenía conciencia.

Persistía además en reclamar la foto, la bendita foto, con métodos que podían ir de lo astuto a lo impertinente, según se presentara el ánimo de la paciente.

Sin cambios, pensó Irma a la vez que dejaba la historia a un lado y agarraba otra de la pila que tenía a su derecha. Un paciente esquizofrénico vino a ocupar todo el espacio de su concentración y Selene quedó olvidada en el fondo de la pila de historias que se irían acumulando a su debido tiempo en el transcurso de la noche. Irma solía trabajar hasta tarde.

Selene insomne en su cama breve y angosta como un ataúd, asesinaba al tiempo rotando sus pulgares con las manos cruzadas sobre el pecho con tenaz ferocidad. Su compañera de cuarto, roncaba ruidosamente y de vez en cuando se tiraba un pedo entrecortado como el sonido emitido por un trompetista principiante.

Se preguntó fugazmente que estaría haciendo Jhonatan, para contestarse inmediatamente que él estaría durmiendo plácidamente, que no fuera estúpida y agregara los celos infundados y furias de damisela a todas las demás angustias. Era víspera del jueves y él se levantaría a las seis para acicalarse con el debido tiempo escuchando la radio bajita para no despertar a sus padres. A las siete menos cuarto tomará el ómnibus en la entrada de Villa Argentina y a las ocho y media puntualmente entraría al estudio, dejaría sobre su escritorio los lentes negros y el portafolios y saldría disparado hacia la cafetera. Antes habría servido un café para los dos, pero ahora esa tarea tan cotidiana se le habría reducido a la mitad. ¿O acaso se tomaría el otro café en nombre de ella y a su salud? Se agenda mentalmente preguntárselo en la visita.

Los minutos pasaban con la insoportable lentitud de una cucharada de miel que rodara por una pendiente poco inclinada. Estuvo tentada de pulsar el timbre y pedir un somnífero a la enfermera, pero había descubierto que odiaba la prospección bucal que le hacían cada vez que le daban un medicamento para comprobar si realmente se lo había tomado. La enfermera le hacía levantar la lengua, separar los cachetes de las encías y levantar los labios buscando que la pequeña pastilla no estuviera escondida en algún recoveco anónimo.

Menos mal que no tenía caries, sino seguramente le revisaría dentro de ellas con un espejito de dentista. Era como una violación.. Se alegró de no tener que recibir supositorios ya que en caso contrario, seguro la enfermera le metería un dedo en el culo para comprobar que no se lo haya guardado para después.
Así que por ahora, pasemos del somnífero querida - pensó – contar ovejas en la vida me sirvió de nada. Tampoco tengo tanta imaginación como para elaborar mentalmente más de tres o cuatro ovejas distintas, se vuelve muy monótono después de la quinta res.
Y pensando en diferentes diseños posibles de ovejas para contar, me quedé dormida.

-Y soñé otra vez con la Sirena. Esta vez, yo estaba con el celular en la orilla y trataba de enfocar a un bote de pesca que volvía hacia la costa, con los pescadores sudorosos luchando con los remos contra la correntada que quería devolverlos a lo profundo. La Sirena emergió repentinamente a escasos metros de mi, me miró con tristeza y sobre todo con desesperación, como si tuviera urgencia por comunicarse. Por primera vez, me habló.-

-¿Estaba vestida?- Preguntó la siquiatra.

-De la cintura para abajo, no se, esa parte estaba bajo el agua. De la cintura hacia arriba no, sus senos estaban descubiertos y gotas de agua brillaban en ellos alcanzadas por un ocasional rayo de sol. Un pedacito de alga estaba pegado al lado del pezón derecho. Recuerdo ese detalle claramente y recuerdo además que no eran para nada senos de sirena... eran los pechos de una mujer mayor. Se supone que las sirenas gozan de la eterna juventud pero ésta parecía ser la excepción.-

Irma mordisqueó levemente el extremo de la lapicera. Por milésima vez extrañó los tiempos en que se les permitía a los médicos que fumaran dentro del sanatorio. Ahuyentó el pensamiento con una sacudida de cabeza apenas perceptible. Se sacó el bolígrafo de la boca y tomó alguna nota.

- Cómo era el pelo? - preguntó.

Selene preguntó a su vez:

- ¿No le interesa saber lo que dijo? -

-De momento, me interesa más la figura que visualizó, las personas suelen expresar cosas importantes a través de lo que perciben con la vista en los sueños, por más que al paciente le parezca insignificante. Luego, si hay tiempo y amerita, iremos a lo que le dijo. Cuénteme sobre su pelo.-

Selene hizo un gesto afirmativo con la cabeza a la vez que dejaba asomar a su rostro, una sonrisa breve y amarga como la de un condenado. Dentro de la misma, descartaba por completo la afirmación de la profesional. Le respondió como quien responde a un niño pequeño.

-Era castaño. Castaño oscuro, aunque como estaba mojado, probablemente fuera más claro de lo que aparentaba ser. El agua lo había aplastado contra la cabeza, pero me dio la impresión, no se por qué, de que seco debía ser ondulado. Tal vez lo sea bajo el agua también, supongo.-

-¿Tenía algún adorno en el cabello?-

-Nada. Recuerdo, ahora que lo pregunta, que cuando emergió del agua, se sacó con la mano derecha los cabellos que le cubrían los ojos. Sobre todo el ojo izquierdo que había quedado oculto tras un mechón.-

-¿En algún momento vio la cola?-

-¿La cola? ¡Ah! ¡La cola! No, no la vi. Estaba sumergida bajo el agua, pero se notaban las ondas que se formaban cuando ella la movía para mantenerse a flote. ¿No es algo super loco tener un sueño tan realista?-

La siquiatra hizo caso omiso de la pregunta formulada. Demasiado coloquial tal vez, o en una de esas, simplemente no pudo discernir cual era exactamente la respuesta que perjudicaría menos a la paciente. Temporizó tomando otra nota en su bloc de hojas amarillas. Luego guardó el bloc en el portafolio y la lapicera en el bolsillo superior de la túnica.

-Eso es todo por hoy. ¿Hay algo que necesite?-

Selene apenas si pudo ocultar su decepción.

- Naa. No lo creo, a menos que pueda pedir para salir a tomar un café. Creo que hay una confitería acá a la vuelta.-

La siquiatra esbozó algo así como el asomo de una sonrisa. Muy profesionalmente contestó:

- Me temo que no será posible de momento. ¿Se baño?.-

-Como todos los días.-

-Entonces será hasta mañana. ¡Qué tenga un buen día!

La profesional le abrió la puerta del pequeño cubículo, luego la cerró silenciosamente mientras Selene volvía con lentos e inseguros pasos narcotizados, hacia la soledad.


Dos



Carlos sentado ante el monitor, miraba una vez más, la foto tomada por su hija hacía ya tres meses. Una perfecta foto del amanecer en una playa solitaria de Rocha. Apenas si podía creer que hubiera pasado ya tanto tiempo. Ese amanecer se parecía tanto al amanecer de hoy, al de ayer, al de antes de ayer que por un momento, la propia fugacidad de su existencia, le ató en la garganta una corbata de hierro.

El cielo inmenso de color apagado, donde unas pequeñas nubes rosadas resplandecían como joyas iluminadas por el sol, que era apenas un mínimo arco incandescente sobre un horizonte que estallaba en luz, ocupaba casi todo el espacio de la pantalla.
Muy abajo, ocupando menos del cuarto inferior de la imagen, el mar oscuro y tan apacible que se distinguía aquí y allá, la sombra de una gaviota ausente. A la izquierda de la foto, un cúmulo de rocas que coronaban una lengua arenosa que penetraba aguas adentro en el Atlántico. En la cúspide de la más alta de las rocas, se podía ver claramente, la silueta oscura de una sirena que se lanzaba al mar.
Carlos miró con intensa fijeza la foto que había enloquecido a su hija. Una foto hermosa, perfecta a pesar de haber sido tomada con la cámara de un teléfono digital, que Selene se había comprado ahorrando de sus primeros sueldos de procuradora en un estudio jurídico.

Carlos solo en el silencio vespertino donde sólo el pasado parecía ruidoso por la algarabía de una Selene de cuatro años que se esforzaba por andar en bicicleta por el corredor mientras que una Selene adolescente lloraba inconsolable su primer fracaso y la Selene de hace poco más de tres meses se rasca la cabeza intrigada y fascinada por la foto que había tomado sin querer, trataba de indagar entre los puntos de la pantalla, el misterio repentino que le había amargado la existencia.

La presencia de su hija ahora internada parecía más intensa ya que a esa hora solía llegar del trabajo. Cansada pero feliz, le daba un beso y mientras armaba un mate para tomar con él, le comentaba maliciosa sobre las trapisondas cotidianas de gente gris y vidas mínimas. El había aprendido a conocer y debidamente y por baranda a Jorge, el mozo del café de la esquina que cada semana tenía una novia distinta y juraba que esta sí era la mujer de su vida, a Inés, la secretaria y amante del jefe de su hija, a Valente, el jefe de su hija que engañaba a la vez a su mujer y a Inés con una estudiante de odontología que trabajaba como auxiliar dos pisos más abajo, a Bernardo, el portero que se ponía un pequeño escudo de Peñarol en la solapa del saco solamente cuando el cuadro de sus amores era derrotado, a Luciano el escribano que sufría de dislexia pero se empecinaba en hacer los escritos él mismo y sin ayuda, riéndose padre e hija con las consabidas cagadas que ocasionalmente escribía el profesional, y otros tantos seres sin rostro que habían pasado a ser parte de la vida de ese viudo que había criado solo a una hija que por su edad, bien podría pasar por nieta. También Jhonatan formaba parte de esa familia invisible estructurada en base a comentarios y chimentos.

Jhonatan que le había casi convencido de que esa foto no podía ser sino un truco o una ilusión. El mismísimo tipo que predominaba generalmente en las conversaciones de Selene, fue el que en privado le habló de que Selene se estaba obsesionando con la foto de la sirena y de que había que hacer algo porque esas obsesiones podían ser peligrosas y de que Selene no hablaba de otra cosa ni reconocía haber trucado esa foto con el Photoshop o algún otro programa de esos que le encantaban, etc, etc, hasta convencerlo de que le sugiriera a Selene, visitar a esa bruja de la mujer de Jorge, que en vez de ayudarla parecía haberle acrecentado la angustia, pera luego internarla en un manicomio.

Carlos se sentía culpable pero consideraba que Jhonatan era mucho más culpable que él. Por haberlo manipulado así, con esos aires de seriedad que se daba, hablando como si fuera catedrático de todología cuando no era más que un abogado al que aún no se le había secado la tinta del título. Ahora Jhonatan había desaparecido del mapa y el se quedó solo en ese apartamento lleno de recuerdos con la corbata de hierro en el cogote y los sonidos del pasado vibrando por el aire como un diapasón de recuerdos.

Cuando Selene le mostró la foto en la diminuta pantalla del celular, ninguno de los dos vio la silueta de la sirena. El cielo inmenso predominaba y el sol asomándose llamaba inmediatamente al ojo a fijarse en él. Era una foto realmente bien compuesta, donde todo el paisaje empujaba al observador hacia el astro rey que se anunciaba, disfumándose el resto como actores secundarios que salen discretamente de la escena.

La tanto Jhonatan como la bruja de la siquiatra, le habían hecho exactamente la misma pregunta.

–¿Vio la sirena la primera vez que observó la foto?-

-Claro que no- , recordó haber contestado con algo de rabia. -Nadie podría haberla visto en una pantalla de una pulgada o poco más. Recién cuando Selene me la mostró en la computadora, y amplió una y otra vez, ambos la vimos con toda claridad aunque está lejos, como a doscientos metros o más. Se nota la transparencia de las aletas, el brillo de las escamas de la cola, el gesto decidido pero grácil suspendida en el aire, capturada en medio de la zambullida. Aumentada se ve clarita, pero en la pantalla del teléfono, era poco más que un punto.-

-Y su hija, ¿tiene los conocimientos necesarios como para haber puesto la sirena en la imagen después?-

-Bueno.. sí, como tenerlos los tiene. Es una excelente fotógrafa y una gran diseñadora. Pero ¿por qué haría una cosa así?- Y lo principal, que no preguntó en voz alta - ¿por qué me lo haría a mi? –

-No lo se.- dijo la siquiatra.- eso es seguramente lo que tenemos que averiguar.

-¡Es imposible!- insistió Carlos.- Yo conozco a mi hija, vimos la foto juntos y pude percibir claramente la magnitud de la sorpresa que se llevó cuando vio la ampliación. Será fotógrafa pero no es tan buen actriz.-

-Sr. Rodríguez, Carlos, los trastornos mentales del tipo disociativo, le dan reales sorpresas al propio paciente, que no recuerda absolutamente nada de lo que hizo durante el lapsus o sea lo que vulgarmente es llamado “laguna mental”. Probablemente la sorpresa de su hija haya sido absolutamente real, lo que no quita que ella misma haya trucado la imagen durante un episodio de ausencia.-

-Yo nunca le noté ningún lapsus, por el contrario, siempre fue una chiquilina con una capacidad de concentración feroz, además, a mi me preocupa su obsesión por que le crean, el hecho de que no acepte que hay cosas sencillamente increíbles. No la traje para que la trataran como esquizofrénica.-

-Nadie mencionó la palabra “esquizofrenia”, señor Carlos. Esto puede ser el fruto del cansancio o el estrés, tal vez una forma de llamar la atención, recuerde que es una chica que creció en un hogar disfuncional por la ausencia de la madre. Tal vez esté canalizando un duelo tardío.-

Al lado de Carlos, Jhonatan asentía gravemente. Seguramente en la Facultad de Todología le habían enseñado psiquiatría también.

“Nadie me cree viejo”
Las palabras de una Selene llorosa, le sonaban en los oídos de la memoria.
“Cuando les mostré la foto, primero me felicitaron y me dijeron que el montaje me había quedado bárbaro, cuando les dije que no era ningún montaje, que era real, se mataron de risa pensando tal vez que era un chiste, y cuando insistí e insistí, reconozco que me entré a calentar y hasta grité, me empezaron a mirar no se si con preocupación o condescendencia. Ni quiero averiguarlo, pero en todo caso fue horroroso”.

Por algún sector no habilitado para el público en general de la mente de Carlos, pasó como un relámpago un pensamiento aciago y mezquino que le avergonzó. “yo tampoco te creo mija”. Se arrepintió del pensamiento a toda velocidad antes de que le llegara a la cara. Casi rezó para que no le hubiera llegado a la cara.
Selene lo había leído como un libro, desde que tenía tres años o menos.

Fue entonces, recordó Carlos, cuando Selene comenzó un periplo infatigable enseñando la foto a cualquiera que pudiera interesarse en el tema de lo oculto. No hubo esotérico o adivinador al que no consultara. Empeñó su sueldo en consultas por el web pagadas en dólares, se carteó con dementes y estafadores, con investigadores y cazafortunas. Durante quince días, apenas si durmió buscando frenética una respuesta y siempre la respuesta que recibía, parecía ser la de la pregunta equivocada.
Con sus últimos pesos, hizo traducir al alemán, una nota explicativa de la foto y sus circunstancias para enviársela, junto con la imagen a un especialista de Bremmen.

Cuando recibió la respuesta, tuvo que pedirle dinero a Carlos para hacerla traducir. El se lo dio preocupado, deseando que su hija hallara al fin una salida a ese túnel de horror en el que se había metido si querer.

La respuesta fue una moderadamente larga lista de improperios y reproches en los cuales el especialista alemán la acusaba de querer burlarse de él, de pertenecer a alguna organización que con fines espurios pretendía ridiculizarlo, de ser una cazadora de fortunas tramposa que pretendía chantajearlo en el caso de que él fuera tan estúpido como para tomarse en serio tan burda falsificación, y unas cuantas cosas más con las que el alemán demostraba que había salvado con honores el curso básico de paranoia. Y terminaba con una amenaza directa de denunciarla a la policía la próxima vez que intentara ponerse en contacto con él.

Esa noche, Carlos se quedó con su hija hasta las tres de la mañana, cuando aún llorando se quedó dormida.

Dio la autorización para internarla, una semana después. Selene había llegado a la oficina con retraso después de una noche en la que prácticamente le fue imposible dormir. La sirena había comenzado a aparecérsele en sueños y aunque era apenas una imagen difusa con cuerpo de mujer y cola de pez, bastaba para provocarle un terror ten intenso como no recordaba haber sentido desde los días inmediatamente posteriores a la muerte de su madre cuando tenía cinco años. Parada ante la puerta del despacho disponiéndose a abrir, escuchó claramente la voz de Irene, la limpiadora que preguntaba “¿La Loca de la Sirena otra vez llega tarde ché?” e inmediatamente después, un coro de carcajadas entre las que, no estuvo nunca segura, le pareció distinguir la risa de Jhonatan. Entró a la oficina como una tromba, fue directamente hacia Irene y la agarró a trompadas. La mujer asustada logró zafarse y gritando se refugió en el despacho del director, a donde la persiguió Selene completamente furiosa y fuera de si. En su camino, derribó una computadora y lanzó un escritorio contra la puerta vidriada de la secretaria que se hizo añicos con un estrépito monumental. Entre dos compañeros lograron detenerla, pero no tranquilizarla. Había superado algún tipo de límite tras el cual se ocultaba una formidable energía. Sujeta y todo, logró arrojarle a Inés un antiguo tintero de azabache que debía pesar dos kilos, tintero que a duras penas y más por fortuna que por agilidad, pudo esquivar la destinataria del lanzamiento que tropezó con una mesa de café cuando retrocedía presa del pánico. Ese tropezón probablemente le salvó la vida ya que el tintero pasó a menos de diez centímetros de su cabeza mientras caía yendo a estrellarse contra un anónimo busto yeso que el jefe consideraba como un elegante sujetalibros. Probablemente, esto último fue lo que enfureció más a Valente según lo que se comentó después en la oficina. El busto lo había comprado la Estudiante de Odontología en un remate y se lo había regalado para la Navidad anterior.

La emergencia médica la tranquilizó con un calmante como para bueyes. Su padre firmó la autorización para internarla y el Doctor Valente, el despido. Cada cosa en su lugar, después de todo.

De esto hacía tres meses. Aún ocasionalmente y a pesar de los electrosocks, Selene preguntaba por la foto.

Tres



Era un martes de mayo cuando Selene, durante la visita, le contó a su padre lo que le había dicho la sirena en sueños. Lo que la Doctora Irma Viñole no se había interesado en escuchar.

A él le pareció un delirio más.

Era un viernes de junio, tronaba y hacía un frío atroz, la noche en que su padre, tecleó en el Google “Itamaratica”, la palabra que la sirena en sueños le había dicho repetidamente a Selene.

Encontró sólo dos menciones referidas a esa palabra. Una tenía que ver con los derechos de género y el feminismo, le pareció que era el nombre de una editorial o algo por el estilo, la otra mención, era sobre una pequeña aldea de pescadores en la costa atlántica del sur de Brasil, cerca de Pelotas. El primer sitio web no le dijo nada, se dirigió al segundo que por lo menos, se refería a una localidad bastante próxima a la frontera uruguaya.

El pueblo tenía un periódico digital, Cronica, y Carlos se puso a leer las ediciones sin saber precisamente que buscaba. Sólo sabía que si estaba ahí, lo encontraría.

Se acostó a las cinco de la mañana, pero casi no pudo pegar uno ojo. A las nueve se fue para el sanatorio.

La recepcionista no quería dejarlo entrar. No era la hora de visita y su hija no tenía derecho a visitas fuera de hora. Insistió. Lloró incluso y su llanto de padre arrepentido, llamó la atención de un médico que de casualidad pasaba por la recepción.

El médico, un siquiatra joven que nada tenía que ver con Selene, se compadeció de Carlos y pidió a la recepcionista que le alcanzaran la historia clínica de Selene a los efectos de comprobar si dejar entrar a su padre podría tener alguna consecuencia adversa sobre la salud mental de la paciente. Historia en mano, comprobó que no la tenía y le acompañó hasta la habitación de su hija.

La encontró peinándose. Recién había salido de su ducha diaria y se mostró sorprendida no tanto por la visita fuera de hora, sino por el abrazo de su padre.
Preguntó lo que pasaba y él, simplemente le dijo “tenías razón, en cuanto venga la siquiatra nos vamos de acá.”

Selene preguntó por qué, pero fue inútil porque su padre se negó a darle cualquier pista. Fueron al patio, jugaron a las cartas y hablaron de cualquier cosa mientras esperaban a la psiquiatra.

Esta llegó a las once de la mañana. Al pasar por el pasillo y ver a padre e hija sentados frente al cubículo, disimuló su sorpresa saludando con la mano y entró. Inmediatamente llamó a la recepcionista y preguntó quién había autorizado la visita del familiar de la paciente Rodríguez.

-Fue el Doctor Benavides Doctora.- respondió la recepcionista.

-¡Que irresponsable ese tipo y poco ético además!.-

-El Doctor pidió la historia de la paciente y le pareció que no había riesgos, además el padre estaba desesperado por verla.- contestó la recepcionista.

-Da lo mismo, es mi paciente y él no tiene derecho a autorizar visitas extraordinarias. En fin, ya que está acá, vamos a ver que quiere.-
Colgó.

La Doctora Viñole hizo entrar primero a Carlos dejando a Selene esperando en el corredor. Lo saludó con la familiaridad que se podía permitir para el socio de su marido.

-¿Qué es tan urgente que no podía aguardar a la consulta?- le preguntó en un tono no del todo exento de cierta melosidad paternalista.

-Es que Selene no inventó nada, ni hizo ningún montaje con la foto, todo el tiempo dijo la verdad.- sacó la billetera del bolsillo del saco y de ella, una hoja impresa plegada en cuatro partes. -¡Lea esto!-

La siquiatra tomó el papel con la punta de sus dedos como si estuviera infectado con el virus del HIV.

Lo leyó en quince segundos.

-¿De dónde sacó esto?- preguntó.

-Ahí dice, del diario Crónica de Itamaratica.-

-¿Y comprobó que sea cierto?¿No será otro fruto de la imaginación de Selene?-

-¡Por favor Doctora! ¡Déjese de joder! Está internada ¿no? ¿Cómo podría fraguar algo así desde el sanatorio?¿por qué de eso se trata? ¿no?-

-De eso se trata. No creo en las casualidades Carlos.- dijo omitiendo el trato de “señor”- y esto es demasiado casual, no se si me entiende, como para ser cierto. ¿Cómo hizo para encontrar esta noticia? ¿o me va a decir que la encontró de casualidad?

-Más o menos.- mintió Carlos temiendo que de decir la verdad, no sólo no lograría que su hija saliera del sanatorio, sino que probablemente, él le pasaría a hacer compañía, incluso siendo el socio del marido de esa yegua. –Estaba buscando datos relevantes sobre la Costa Atlántica, que tuvieran que ver con la foto de mi hija, cuando me encontré esta noticia. ¿No es maravilloso?

-En absoluto. Obviamente se lo dijo a Selene ¿o me equivoco?-

-¡Claro que se lo dije! ¿Cómo no decírselo?

Irma movió la cabeza negativamente. Se colocó la lapicera en la boca y algo en su expresión se volvió astuto, o por lo menos eso le pareció a Carlos.

-¿Y no le parece peligroso para la salud de su hija seguir alimentando su fantasía, ahora con explicaciones completamente casuales y que en el fondo no explican nada sobre el estado mental de Selene? ¿O piensa que por haber leído ese papel ella va a mejorar milagrosamente y van a desaparecer su obsesión y su delirio?-

-¡Espere un momento Doctora!,. Ese artículo da una explicación bastante plausible de lo que fotografió mi hija y usted la trata de delirante a pesar de tenerlo delante de la nariz.-

-Ese artículo no explica nada Rodríguez, nada de nada. No explica que su hija agredió gravemente a una persona en la oficina, que prácticamente trató de matarla, no explica la desconfianza hacia todos los que no creen en la veracidad de la foto ni la persecución que siente, ni la necesidad compulsiva de tener la foto entre sus manos. Desde el punto de vista clínico, importa poco o nada que la foto pueda ser explicada, lo que importa es la conducta de Selene en relación con su entorno. Y esa relación es decididamente... ¿cómo decirlo?... peligrosa. Ella ve a los demás como partícipes de una conspiración para desmentirla. ¿Me entiende? Y usted alimentó lamentablemente su fantasía. Probablemente haya dado con tierra con todos los avances que habíamos logrado.-

Carlos miró a la siquiatra con un asombro rayano en la desesperación. Como si escuchara a una contestadora automática que tuviera grabada en su cinta, un improperio en lugar del esperado saludo. Sintió aletear un pánico indefinido. Tragó saliva.

-Dígame la verdad Rodríguez.- continuó hablando la profesional. - ¿no fue su hija la que le sugirió donde buscar ese artículo? ¿No entiende que puede ser otra sutil falsificación de su fantasía, realizada tal vez con la ayuda de alguien de afuera?-

Carlos se sorprendió con la agudeza de la respuesta de la mujer. No le creyó, pero por un momento mínimo se preguntó si esa no era una explicación tan plausible como la otra. No cayó en la tentación de rendirse, pero el edificio de certezas que había construido, se resquebrajó levemente.

Afuera del cubículo, Selene esperaba sin esperanza. Algo en el lenguaje gestual de la siquiatra cuando hizo pasar a su padre, le infundió desolación y pesimismo. No saldría de allí hoy, no saldría de allí hasta que no hubieran convertido su cerebro en gelatina sin sabor, no saldría de allí tal vez nunca.

La puerta del cubículo se abrió, y la expresión de su padre hablaba a las claras de que había sufrido una derrota. La abrazó y se despidió de ella. Al besarla, le susurró en el oído: “no desesperes, vas a salir de acá a pesar de esta hija de puta, seguile la corriente.”
Selene lo miró. En la cara había ciertamente amargura, pero en su voz, hubo determinación. Mientras avanzaba con pasos vacilantes hacia el cubículo desde donde la siquiatra la llamaba, eligió decididamente quedarse con la determinación y no con la amargura.


Cuatro



-Señorita- preguntó a la recepcionista. ¿Podría informarme el nombre de ese Doctor tan amable que me dejó pasar a ver a mi hija hoy temprano?-

-La verdad es que no se si puedo Señor Rodríguez, la Doctora Viñole se molestó bastante con el asunto de la visita que usted hizo fuera de horario. Temo que tendría problemas con ella si le doy la información que usted pide, pero puede, si quiere, pedírsela a la Dirección.-

Carlos se restregó la cara con las manos como para acomodarse los músculos faciales exhaustos de mantener un rostro sereno que la furia que sentía quería transfigurar.

Insistió.

-Mire Señorita, no le pido más que un nombre. No le estoy pidiendo la dirección o el teléfono, o cualquier dato relevante, sólo el nombre del médico.-

-Lo lamento Señor, me es imposible darle ese dato. Como ya le sugerí, diríjase por nota a la dirección explicándoles con que fin desea averiguarlo. Más no puedo hacer.-

-¿Y qué pongo en la nota?- Preguntó Carlos utilizando un tono que dejaba notar su frustración y cansancio. -¿Qué quiero el nombre de un médico joven, de lentes, vestido de túnica que estaba por acá hoy de mañana?- El tono de frustración había sido sustituido por uno de furioso sarcasmo que hirió a la recepcionista, a pesar de lo acertado del comentario.-

-Mire, ponga lo que quiera. En todo caso no es problema mío, ya me ha ocasionado bastantes inconvenientes hoy con la Doctora Viñole, buenos días.- lo cortó y giró ostensiblemente sumergiéndose con exagerado interés en el monitor de la computadora.

Carlos inspiró hondamente como para comprimir la furia, salió a la calle, caminó hacia la esquina y compró una caja de cigarrillos. Había dejado de fumar dos años antes, pero ansiaba un cigarrillo más que cualquier otra cosa. Las manos le temblaban cuando lo encendió y se sentó en un muro a fumar y pensar.

Fue a un cybercafé donde escribió la nota dirigida a la Dirección del Sanatorio. Explicó que necesitaba ubicar al médico para agradecerle la gentileza que había tenido con él esa mañana. Le pareció una explicación verosímil y elegante que a la vez no comprometía en nada su proyecto inmediato. Entregó la nota en la recepción donde la recepcionista la dejó caer en una bandeja de alambre en las que ya dormían otros dos sobres como panqueques cuadrados. Preguntó Carlos a la recepcionista para cuándo podía esperar una respuesta, y ella se limitó a decirle con frialdad, que llamara por teléfono pasado mañana, o que preguntara cuando fuera a la visita.

Esa tarde, concurrió puntualmente a las cuatro como todos los días para ver a Selene. En la recepción donde ahora reinaba una recepcionista diferente, algo más gordita pero aparentemente igual de antipática, se enteró de que Selene tenía las visitas suspendidas por el momento. Con amargura preguntó la razón y la respuesta fue simplemente que era una orden del médico tratante.

Intentó aún a sabiendas de que era en vano, convencer a la mujer de que le dejara pasar aunque fuera durante cinco minutos. Ella le dijo que lo sentía, -con cara de no sentirlo en absoluto- pero que no podía contradecir la recomendación de un médico bajo ninguna circunstancia. En todo caso, le dijo, puede ir a la consulta con la Doctora Viñole en su consultorio o llamarla por teléfono para informarse de la duración de la medida. Desconsolado, Carlos apretó los labios sintiendo que lágrimas calientes de impotencia se le querían escurrir por el vértice de los ojos. Saludó con una inclinación de cabeza y se fue. Por la nota no preguntó. No había necesidad. Aún dormía en su cama de alambre a la espera de una mano generosa que la llevara a destino.

En la esquina había un teléfono público. Carlos no tenía celular y jamás se le había ocurrido que podía llegar a necesitar uno. Sacó una tarjeta de la billetera, la introdujo en uno de los aparatos y llamó a su ex socio.

-Jorge, ¿andás bien?-

-Hola, sí, sí, me agarrás manejando, perá que me estacione.- Una pausa de un minuto más o menos, y otra vez la voz de Jorge en el teléfono.

-¿Cómo está Selene?-

-¿Tu mujer no te dijo nada?-

- No, no hablamos de laburo en casa, ella es muy reservada y le revienta que trate de sonsacarle cualquier cosa que tenga que ver con sus pacientes.-
Carlos notó que mentía. Sintió vergüenza ajena.

-Selene está igual, sólo que incomunicada, Irma me prohibió visitarla.-

-¿En serio? – volvió a mentir su socio. – Tomátelo con calma.- aconsejó sin que nadie se lo pidiera-y ahora Carlos creyó escuchar un fondo de cinismo en las palabras de su socio, que le revolvió el estómago.-Seguramente es algo transitorio y por razones justificadas. ¿Por qué no llamás a Irma y le pregun... ah, ¡Carajo!, ahora me acuerdo que está en un congreso hasta pasado mañana. En Buenos Aires. Pero en cuanto me llame, yo mismo le pregunto así nos quedamos tranquilos. ¿ta? –

-Jorge, estamos hablando de Selene, la tuviste en la falda cuando era poco más que un bebé, te la llevaste contigo y con Dora cuando murió su mamá, y ahora porque estás casado con esa yegua de mierda que te enganchó ni bien Dora había entrado a la tumba, ¿me hablás de la nena como si fuera un dobermán que quedó en una guardería canina mientras sus dueños están de vacaciones? No te creía tan cínico ni tan hijo de puta.-

-¡Carlos!- Jorge sonaba escandalizado por el insulto.- ¿Cómo me podés hablar así? ¿No somos amigos hace cuarenta años loco?¿No fuimos socios y aguantamos espalda contra espalda todas las crisis habidas y por haber?

Carlos pensó que su ex socio sonaba realmente avergonzado o era un eximio actor. Pero la vergüenza no menguó su furia, sino por el contrario, la alimentó como un fuego regado con querosene.

-¡Andá a la puta que te parió, vos y las crisis y la cotorruda de tu mujer! ¿Qué te hace para llevarte así de la nariz? ¡Dora se debe estar revolviendo en la tumba y si se levantara te cagaría a patadas en el culo, a vos y a la yegua con la que te casaste! ¡Mirá, decile que le de el alta a Selene mañana mismo... o mejor hoy, decíselo y tratá de que te de pelota, porque si tengo que ir a decírselo personalmente, no se hasta donde soy capaz de contenerme! ¿Ta claro?¿¡Te queda! claro?-

Cortó sin esperar respuesta. Sentía un sordo dolor en las falanges y cuando las miró, vio que se habían puesto pálidas como las de un cadáver de tanto apretar el tubo del teléfono.

Esperó en el apartamento hasta bien entrada la noche, la llamada de Jorge en la que esperaba que éste le avisara que Irma había firmado el alta de Selene. O una llamada del Sanatorio en el mismo sentido. Pero el teléfono se mantuvo en una terca mudez, que no fue interrumpida siquiera por una llamada equivocada o un vendedor deseoso de que adquiriera cualquier porquería que vendiese. Se acostó casi a la una de la madrugada después de mirar un par de documentales y un partido de baseball, todo con el mute activado.

Se despertó a las ocho de la mañana completamente molido. El teléfono sonaba con pertinaz insistencia. Se levantó sintiendo como todas sus articulaciones se quejaban al unísono por el abuso, buscó a tientas las chancletas al costado de la cama y con andar de androide caminó hasta la cocina. A medida que avanzaba iba creciendo en él la esperanza de que esa fuera la llamada que lo resolvería todo, la comunicación de que Irma había reflexionado con el sueño o habíase amedrentado con la amenaza, -.le daba lo mismo- y había firmado al fin el alta de Selene. Pero simultáneamente, se expandía como un incendio, el temor de que esa llamada le trajera algún tipo de novedad infausta. Se reprochó a si mismo su pesimismo a la vez que atendía.

La voz al otro lado era totalmente desconocida. Le habló espeluznante frialdad.

-¿El Señor Carlos Rodríguez? –

-Sí.- Contestó Carlos -¿Quién habla?-

-Le habla el Doctor Pérez Venturino, asesor jurídico del Santatorio Psiquiátrico.-

-Mucho gusto, ¿qué pasa?-

-Quería comunicarle que la Doctora Irma Vignole ha informado de sus amenazas a la Dirección del Sanatorio. Por lo tanto, se ha resuelto prohibirle de momento la entrada a nuestras instalaciones. Si se le ve en las proximidades, se dará cuenta inmediata a la policía. Usted no querría eso. No sería bueno tampoco para su hija.-

-Yo sólo quiero que la Doctora Viñole le de el alta.- pasmado contestó Carlos.

-Usted firmó una autorización genérica para cualquier tratamiento que el cuerpo médico del Sanatorio decidiera dar a su hija. En base a ese documento, se le dará el alta cuando los médicos consideren que la joven no es peligrosa para si misma o para la sociedad. Entretanto, usted se mantendrá apartado del sanatorio, y eso incluye las llamadas telefónicas, con amenazas o no, y también se mantendrá apartado de la Doctora Viñole o sus familiares. ¿Está claro?

-¡Por Dios Doctor! ¡Mi hija está sana! ¿le cuesta tanto a la Doctora aceptar que se equivocó?-

-No me consta que se haya equivocado ni tampoco lo contrario. Me consta sí que su hija está catalogada como una enferma mental peligrosa. Pero no soy psiquiatra. Lo que sí me consta también, es que usted amenazó a un médico del Sanatorio que es mi cliente y en base a eso, prefiero amistosamente advertirle de cómo están las cosas para evitarle mayores problemas. Así que le ruego, se mantenga apartado tanto del Sanatorio como del personal por cualquier vía. A su debido tiempo se le comunicarán los informes médicos que sean de su interés en forma telefónica. Si se comporta como es debido, puede que se le autoricen nuevamente las visitas. Entre tanto, hágame caso y no busque complicaciones. Tampoco es buena idea buscar un abogado para reclamar. Los pacientes psiquiátricos así como sus familiares, tienen muy poca credibilidad ante la justicia. Si no fuera así, el sistema de preservación de la salud mental sería insostenible. Si quiere contratar un abogado, hágalo, pero sólo logrará tirar el dinero. Para cuando termine el pleito, su hija hará años que estará de nuevo con usted. ¿Quedamos claros?-

-Clarísimos.- contestó Carlos. -¿tiene la respuesta del Sanatorio a mi petición?.-

-¿Cuál petición?- preguntó el abogado al otro lado del tubo.

-Una petición que realicé ayer por escrito. ¿No sabe nada de eso?-

-No me han informado de nada más que tenga que comunicarle. Y recuerde. No se acerque. Buenos días.-

El abogado cortó sin más protocolos. Carlos también cortó dejando caer el tubo sobre la horquilla como si fuera venenoso.

En el silencio y la pesadumbre del apartamento, Carlos añoró una vez más, el rumor de la caldera hirviendo y el canto de Selene mientras preparaba el mate.


Cinco



Pasaron dos días.

Dos días en los que Carlos inmovilizado ante el teléfono, maldecía el día en que había rechazado el celular que le quiso regalar Selene cuando se compró el nuevo, el de la cámara, el de la cámara de la foto de la sirena.

Salía del apartamento únicamente por razones de fuerza mayor. Temía que el teléfono le trajera noticias justo en un momento en el que él no estaba.

Había llamado a su abogado casi inmediatamente después de haber colgado con el del sanatorio. El profesional le prometió comunicarse con su colega a los efectos de saber exactamente donde estaban parados y volverlo a llamar. Lo hizo a media tarde.

-Ese tipo es una verdadera mierda, disculpe el vocabulario.- fue casi lo primero que le dijo el abogado, además sabe exactamente donde está parado.- Por si fuera poco, si tiene tan pocos escrúpulos como aparenta, va a ser complicado negociar con el y llevar esto a juicio nos llevaría un tiempo que ahora soy incapaz de precisar, pero estimo que no va a ser menor a un año.-

-¿Y no podemos pedir un recurso de amparo o algo así?- Preguntó Carlos.

-Como poder, podemos, pero sería inútil. Se trata de un tratamiento médico, no de una reclusión punitiva. El juez estaría mucho más inclinado a escuchar a la siquiatra y al abogado de la clínica que a usted que por otra parte ciertamente desde el principio va a ser sospechoso de cobijar la demencia de su hija, perdone la crudeza de los términos, pero así es como lo verá él.- una pausa y continuó. –Iríamos a una Junta Médica que para ser constituida ya llevaría sus meses y por si fuera poco, chocaríamos contra el corporativismo de los médicos que también seguramente se van a mostrar proclives a cobijar a su colega, a menos que los argumentos que apoyen una conducta poco ética de la siquiatra sean absolutamente inapelables. En estos casos, las corporaciones no aceptan solamente dudas razonables. ¿Me entiende? Los médicos que integrarán la junta médica saben que ellos podrían ser los próximos en ser llamados a juicio, por lo tanto son muy prudentes a la hora ponerse en contra de un colega. Lo siento pero así son las cosas.-

-¿O sea que no podemos hacer nada?- Preguntó Carlos sintiendo que los dientes de la desesperación le mordían la entrepierna con un furor sin nombre.

-Poder, podemos, hoy mismo me voy a reunir con un colega que se dedica a la caza de médicos. Está muy empapado en el tema de la mala praxis y la ética médica, mucho más que yo, eso se ha convertido en un campo aparte de las ciencias legales, con sus propios códigos y su propia lógica. Hasta entonces, no vamos a mostrarle cartas al enemigo. Es mejor que piense que dormimos. ¿Me entiende? Lo mejor que podemos hacer es dejar que nos subestime.-

-Mientras tanto Selene sigue encerrada...-

-Sí, pero tiene a un padre que lucha por ella, eso es más de lo que tienen muchos enfermos abandonados en el Vilardebó, y me tiene a mi.-

-Espero su llamada entonces.- contestó Carlos esbozando una audible sonrisa ante el comentario final del abogado.

Luego esperar.

Los días pasaban con la lentitud de un caracol que se arrastra sobre papel de lija. Era viernes y hacía dos días que no tenía noticias ni del sanatorio, ni de su hija, ni de su abogado. Ya el crepúsculo se hacía lugar entre las nubes cuando el teléfono cobró vida con su característico berrido de oveja afónica.

Atendió con la misma ambivalente sensación de pánico y esperanza que sentía cada vez que el teléfono le llamaba al corazón.

Era su abogado. Las noticias no resultaron para nada positivas. El Sanatorio respaldaba firmemente tanto la terapia emprendida como las medidas adoptadas por Irma. Rechazaban asimismo la petición del Carlos de conocer el nombre del médico que le había ayudado e insistían en que para la salud de la paciente, era imprescindible mantener a su padre lejos de la institución. El abogado especializado en casos médicos, le había comentado que a los siquiátricos es difícil entrarles, porque los especialistas tienen muchísimos trucos y la ley muchísimas ambigüedades. Descartaba presentar un Recurso de Amparo por media docena de razones distintas que en definitiva eran una sola. Ningún siquiatra se pronunciaría contra su colega en una Junta Médica. Cualquier intento era una pérdida de dinero y tiempo, en ese orden o en el inverso.

Carlos agradeció cortésmente escuchándose como si fuera otra persona. Colgó, se dirigió hacia la cocina y se sirvió un wisky doble. Le puso un único cubito de hielo que flotó solitario, cuyos vestigios pálidos nadaban aún en el fondo del vaso como un pez que agoniza en la orilla, cuando todo el contenido del vaso se hubo extinguido.

Se acostó malhumorado y resentido, con un leve dolor de cabeza que seguramente se acentuaría más aún a la mañana. La cama le pareció inconmensurablemente ancha. Hacía años que no rezaba. Cincuenta o cincuenta y cinco tal vez. Pero está vez lo hizo. Fue una plegaria anodina donde no se sabía donde terminaba la desazón y donde empezaba el anhelo. Rezando como un botija que se toma en serio la Primera Comunión, se quedó dormido.

Lo despertó el timbre del teléfono a las siete de la mañana. Tal como había previsto, ni bien giró la cabeza para salir de la cama, ésta le punzó con un dolor vibrante de campana dormida. Se pasó la mano por el pelo putéandose a si mismo por el abuso de alcohol. Llegó al teléfono como un náufrago y atendió con notoria mala gana.

-Soy Jorge. ¿Cómo estás?-

-Como el culo ¿cómo querés que esté?- Contestó antes de recordar que hacía una semana había jurado que nunca más le iba a dirigir la palabra. Culpó al dolor de cabeza y a los wiskis de la noche.

-Antes de que me putees y me cuelgues, quiero que sepas que dejé a mi mujer. Creo que se volvió loca.-

Carlos no supo que decir. Prefirió esperar en silencio.
A su debido tiempo, Jorge prosiguió.

-Hablé con ella como me pediste ni bien llegué a casa. Lo del congreso era una mentira, lo admito. Por un momento te dije que vos hablaras con ella, pero al instante me percaté de que no serviría de nada. Por eso te mentí, porque prefería hablar yo mismo.

Silencio del otro lado. Carlos aún trataba de hilvanar una respuesta. Pero sentía un miedo creciente ante el comentario de su amigo, ¿o ex amigo? “Creo que se volvió loca” sonaba una vez y otra en su cabeza dolorida como el eco de un alarido de dolor emitido dentro de una iglesia abandonada.

Jorge continuó su monólogo telefónico.

-No se como decirte esto hermano, pero está completamente obsesionada con Selene. No hablaba de otra cosa cuando generalmente ni siquiera menciona a los pacientes en casa, como no sea para comentar alguna anécdota particularmente cómica. Dice que le va a curar la obsesión con la sirena aunque tenga que dejarla como una lechuga en el intento. Habló de usar medicamentos riesgosos con efectos secundarios terribles, pero que valía la pena el riesgo. En fin, cuando le comenté que vos querías que le diera el alta, se enfureció tanto que francamente me asusté. Ella estaba en la cocina picando zanahorias para hacer una ensalada rusa y la verdad es que tuve miedo de que me lanzara el cuchillo como en las películas y me dejara ensartado contra el placard de los manteles como a un insecto de colección. –

Carlos juntó los ánimos como para hacer la única pregunta que le vino a la mente.

-¿Qué puedo hacer entonces?- Iba a extenderse en explicaciones sobre su abogado pero le dio miedo entregar esa información a un posible enemigo. Temió estarse volviendo paranoico, pero calló lo mismo. No confundas paranoia con prudencia le aconsejó su mujer muerta desde algún rincón de la memoria. Hacía años que no escuchaba esa voz

-No se, realmente no lo se viejo, pero Irma se ha convertido en un peligro para tu hija. Cuando llamó al Director del Sanatorio para decirle que la habías amenazado por mi intermedio, estaba realmente transfigurada por la furia, pero ni bien el tipo la atendió, su voz se transformó en racional y suave como la de un reclame de shampoo. Tenías que haberla visto y oído. Daba miedo, porque la voz... no se como explicarte. La voz no le hacía juego con la cara, es lo más loco que he visto en mi vida. La cara de Irma era la de una homicida decidida a liquidar a quien se le cruzara, tenía los ojos desencajados y los labios violáceos y rígidos, pero sonaba como una locutora anunciando un calmante. ¿Me explico?¿Me entendés?, ahí me dio miedo en serio, más miedo que cuando se dio vuelta con el cuchillo en la mano. Porque lo del cuchillo era una reacción violenta a un comentario, lo del teléfono era una disociación, un truco de ventriloquia parecía, la voz del Doctor Jekyll y la apariencia de Mr. Hide, todo a la vez. Me cago de acordarme nomás.-

-Y ¿qué más dijo?- preguntó Carlos a quien se le iba asomando una idea difusa entre la tormenta eléctrica de la mente. Una idea indefinida y brumosa como las figuras del Test de Roschach.

-Despotricó como una hora y media y luego se fue a dormir caliente sin terminar ni la cena. Habló de que eras un viejo atrevido y sin escrúpulos, que pasaste la vida haciéndote la víctima por tu viudez, que el típico perfil del tipo autoritario que no acepta un no como respuesta pero que ella te iba a enseñar aunque fuera tarde, que no todo puede conseguirse en esta vida, que habías endulzado con tus mentiras al Dr. Benavidez para que te dejara pasar, pero que a ella no la engañabas. Y que Benavidez también se la iba a pagar a su debido tiempo, porque era un guacho al que nadie había puesto aún en su lugar...- Carlos lo interrumpió. Le costaba disimular la ansiedad.

-¿Benavidez es el médico joven que me dejó entrar fuera de hora?-

-¡Yo que se!, supongo que sí, ahora que lo decís. No es la primera vez que tiene quilombos con él, hace unos meses le recetó a un paciente un medicamento que mi mujer se había olvidado de dejar anotado en la historia. Irma estaba furiosa. Siempre fue muy celosa de sus pacientes y se enfurece ante la menor interferencia. Hasta con el Viejo tuvo lío por eso cuando ella recién se había recibido y el Viejo ocasionalmente atendía a algún paciente que antes había sido de él.- y agregó- Tenés que sacar a Selene de ahí de la forma que sea viejo. La última lobotomía se hizo en el año 67, pero si Irma pudiera aplicarle ese tratamiento a tu hija, no dudes de que lo haría. Dijo que le iba a quemar la agresividad con tantos electroshocks como le pudiera aplicar antes de que algún metido interfiriera y que le importaba tres carajos que eso le costara la carrera.

Parala como sea Carlos o es capaz de matarla sólo para no dar el brazo a torcer. ¿Vos encontraste algo que hizo pensar a Irma que estaba equivocada?-

-Bueno, sí.. más o menos ¿Por qué lo preguntás?-

-Siempre odió descubrir que se había equivocado más que cualquier otra cosa en el mundo. Siempre le pareció mejor esconder cualquier error bajo la alfombra, así fuera la cosa más idiota de índole doméstica, que enfrentarse al espejo y decirse “me equivoqué”. Por eso pensé que vos de alguna manera le habías puesto delante de los ojos evidencias de que cometió algún error. Eso explica mucho y me hace que te insista en que saques a Selene de sus manos en cuanto antes.-

-Gracias Jorge, ahora tengo que colgar.- Carlos se espantó el sudor que le corría por la frente como quien le quita el polvo a un mueble. Sentía frío. – Pero antes, ¿cómo fue que te separaste de Irma?-

-Bueno, la noche en que traté de convencerla de que dejara salir a Selene, aunque más no fuera por la amistad que nos une, se puso como una loca, ya te dije. Se fue a acostar y trancó la puerta del cuarto con llave, algo que jamás en su vida había hecho. Yo le golpié la puerta para pedirle los remedios, tengo que tomar todas las noches una pastilla para la presión y otra para el colesterol.. bueno, me mandó a la putísima madre que me parió y me gritó que no tomara nada a ver si me moría de una puta vez. Textual viejo, textual. Yo me disponía a acostarme en el sofá sin remedios ni nada. Saqué una almohada del cuarto de huéspedes y bajé la escalera. ¿Viste el espejo que hay en el descanso de la escalera? ¿No?, bueno, no importa. Cuando me vi en ese espejo, viejo, pálido, ridículo con casi sesenta y cinco años, bajando una escalera en calzoncillos, muerto de pánico y con una almohada bajo el brazo, fue demasiado. ¡Te juro que sentí a Dorita mirándome con reprobación y con algo de compasión también! Por un momento tuve ganas de agarrar el revólver del aparador, cagar la puerta del cuarto a tiros, entrar y matarla también. Pero en lugar de eso, me volví a vestir, me subí al auto y me fui a un hotel.-

-¿Y no volviste?-

-Para nada, ni siquiera he tratado de hablar con ella. De esto hace... no se, nueve o diez días. Me llamó el abogado de la clínica, me dijo que había hablado contigo y que por tu salud mental y la de Selene, era mejor que no me pusiera en contacto contigo, y de hacerlo, que tuviera en claro que no debía revelar absolutamente nada que cayera dentro del secreto del matrimonio que me hubiera contado mi mujer, y que a su vez, era secreto profesional. Si lo hacía me exponía, no se si a las condenaciones del infierno o a un juicio. Ni me importa tampoco. Una amenaza más o menos no me asusta.-

-Pero igual demoraste diez días en hablar conmigo.-

-Eso es porque me daba vergüenza. La última vez que hablamos me porté como un perfecto hijo de puta. Me hice el canchero para encubrir a esa yegua. Vos tenías razón. Me conocés más que nadie, menos Dorita, ella sí me conocía, pero .. bueno, ya no vale.-

-Está bien, Jorge. Olvidate de todo eso. Ponele que fue un momento de debilidad. ¿ta bien?-

-Ta bien Carlos. Te mando un abrazo y movete rápido por lo de Selene.-

No había terminado de cortar cuando ya estaba buscando en la Guía al Doctor Benavidez. No figuraba. Apeló al 122 y ahí sí tuvo suerte.

Lo llamó. Le atendió la secretaria y él le pidió una consulta. Se la dieron para el día siguiente.

Esa noche fue casi sin dudas, la más larga de su vida.


Seis




El consultorio estaba en un anticuado edificio de Rivera y Soca.

Olía a lustramuebles. La sala de espera había sido antiguamente el living del apartamento. Los muebles que la vestían eran un tanto sobrecogedores. Su mujer los habría definido como “sarcófagos”.
Un enorme palo de agua que parecía pretende atravesar el techo, convivía con el retrato de un niño con traje de marinero que le hacía pensar a uno en un tío abuelo muerto.
La secretaria, en contraste con el ambiente, era joven y más que bonita, sencillamente hermosa. No tendría más de veintidós años y un pelo tan dorado que inmediatamente uno se asombraba de no ver en las paredes, el reflejo de su brillo como si se tratara de un espejo. .

-Tengo cita con el Doctor para las tres y media-

-¿El Señor Rodríguez?-

-Sí, en efecto. ¿Demorará mucho?-

-Nada Señor, el Doctor le espera, pase por favor.-

Entró.

El consultorio era alegremente luminoso. Un ventanal que daba hacia la Avenida Rivera, dejaba entrar cataratas de luz por sobre los hombros del psiquiatra. Le reconoció inmediatamente.

-¿Usted no es el padre de la paciente del sanatorio? ¿La que está aislada?-
-¿Aislada? No lo sabía.-

El médico se apoyó en el respaldo de su silla y se dejó ir hacia atrás hasta que éste quedó apoyado en la pared bajo la ventana.

-¿Qué le trae por aquí? Si se trata de su hija, debo avisarle que he recibido una reprimenda bastante fuerte de parte de la dirección por lo que ellos consideran, interferir en el tratamiento.–

-¿Usted sabe que fue lo que le pasó a Selene?-

-Bueno, de una manera u otra, todo se sabe. Ella es la que fotografió a la sirena ¿no es así?-

Carlos asintió con la cabeza. Luego sacó unos impresos del portafolio y se los alcanzó al médico.

-Lea esto, se lo pido por favor, se lo ruego. Luego de leerlos usted podrá despedirme sin mayores explicaciones .. o podrá optar por ayudarme, me inclino a pensar que será lo segundo.-

Por un momento, Benavidez dudó. Fue un momento que a Carlos le pareció eterno. Pensó que el médico sencillamente rechazaría recibir los documentos y le despediría sin más. En honor a la verdad, eso fue lo que estuvo a punto de suceder. Pero un poco motivado por la curiosidad y otro poco por cierto fastidio que le ocasionaba Irma, Benavidez tomó los papeles. Sacó de un cajón unos lentes, se los puso y leyó atentamente durante más de quince minutos, durante los cuales, Carlos aguardó en un silencio y devorado por la ansiedad.

Terminó de leer. Levantó la vista y miró a Carlos gravemente.

-No se que decir. Si esto es cierto... – la frase quedó en suspenso. Carlos esperó que el profesional continuara, pero éste, en lugar de seguir, comenzó a releer las notas desde el principio. Está vez le llevó menos tiempo. Terminó, dejó los lentes sobre el escritorio y miró fijamente al padre de Selene.

-Dígame que esto es un intento desesperado por sacarla del sanatorio.-

-No, no lo es. Es la verdad y nada más que la verdad.-

-¿Y qué espera que haga con ésta información?-

-Lo correcto.-

-Para usted es fácil decirlo. Pero para mi, esto es un clavo ardiendo, como decía mi abuela. La Doctora Viñole es una profesional con reputación y trayectoria, lo mismo que su padre. Tiene pacientes poderosos que, según se comenta en los círculos profesionales, serían capaces de cualquier cosa que ella les pidiera. Y por si fuera poco todo lo anterior, me tiene franca antipatía. Aunque usted tenga la razón como parecen indicar estos papeles, ella me silenciaría antes de que yo pueda siquiera rozarla.-

-¿No va a hacer nada? ¿va a dejar que mi hija siga en ese manicomio aunque no esté enferma?-

-¿Cómo obtuvo esta información? ¿Me va a decir que fue da casualidad?.- El médico temporizó para no dar una respuesta definitiva inmediatamente.

Carlos no se dejó engañar.

-Eso no viene al caso. Si usted busca la página de Internet que figura al pie de esas hojas, va a poder leer la noticia tal cual la tiene en sus manos. Es una página brasilera pero supongo que no es difícil de traducir, al menos no lo fue para mi. ¿Por qué no lo confirma por sus propios medios.-

-Probablemente eso haga. Deme hasta la noche, lo llamo por teléfono. ¿Mi secretaria lo tiene?

-Seguramente.-

-Entonces por sí o por no lo estaré llamando. Puede que se me ocurra destruir mi carrera por usted. Últimamente estoy muy ocurrente. No pierda la fe.-

Se despidieron sin cordialidad. La última imagen que tuvo Carlos del médico, fue la de un tipo que sostenía una lucha a muerte consigo mismo y llevaba todas las de perder.

Siete



Selene estaba sentada en el sofá del living con esa displicencia que logran sólo las mujeres cuando ninguna nube les opaca el cielo. Sonreía mientras que recuperaba en cada objeto su sentido de pertenencia. Tenía un cigarrillo en la mano derecha y un vaso de vodka con jugo de limón en la izquierda. En el otro extremo del sillón, su padre la miraba con esa mirada de adoración que sólo se reserva a los dioses. Frente a ellos, el Doctor Benavidez, fumaba también, pero una pipa que esparcía su aroma plácido por el ambiente.

-Ahora que Selene ya está en casa e Irma Viñole sigue dando vueltas como un trompo por los tribunales de ética y los otros, ¿me va a decir de verdad como obtuvo la historia de la sirena?-

Carlos sonrió. Reconocía una virtud en la perseverancia y otra en la suspicacia.
-¿Otra vez con eso? ¿Qué le hace pensar que no le dije la verdad en su consultorio?-

-Su cara y unos añitos de experiencia en reconocer gente que se cree dueña de una verdad inconcebible. La mayoría de éstos, sólo poseen una enfermedad mental, pero ese no parece ser su caso. Dele, confiese como se enteró.-

-No me va a creer.-

-Póngame a prueba. El alcohol suele despertarme la credulidad y ya voy por el tercer wisky. Una vez, borracho, me compré la Puerta de la Ciudadela en cuotas.- Benavides trató de mantenerse serio pero no lo consiguió. Lanzó una carcajada no exenta de cierto estrés y se atoró. Tosió ruidosamente si dejar de reírse del todo. Recordó no sin cierta amargura, el ataque de ira de Irma Viñole, justamente concluído con un feroz atoramiento. Recordó que se había puesto de un alarmante color lila, a la vez que casi ahogada, rechazaba con gestos furiosos, la ayuda que él quería ofrecerle. Guardó el recuerdo en el bolsillo de los malos pensamientos, no sin cierto esfuerzo. Recuperó la compostura. Pensó por milésima vez, que ese recuerdo le acompañaría durante décadas.

Carlos lo acompañó con la carcajada. Era bueno reír después de tanta angustia. finalmente decidió ceder ante la insistencia del médico. Después de todo, no corría ya ningún riesgo como no fuera el de que el médico lo tomara por loco.

-Selene soñó cuando estaba internada. Soño con la Sirena media docena de veces. Al principio, sólo la veía acercarse a la orilla bajo la luz iridiscente del amanecer, pero luego...-

Aquí le interrumpió su hija.

-Ese día, me acuerdo que era jueves, me acosté bastante deprimida a pesar de los medicamentos. No me podía dormir. Se me había metido en la cabeza que no iba a salir rápido como pensaba papá, como yo misma había pensado. Me seguía sintiendo rabiosa porque mis conocidos veladamente sugerían que era una tramposa y aunque disimulaba para no prolongar mi estadía en el Sanatorio, por la noche la angustia me abrumaba. Pensaba en Jhonatan, en la risa que le escuché detrás de la puerta vidriada del la oficina, cuando se burlaba de mi junto con la limpiadora y la rabia me provocaba ganas de desgarrar las sábanas pero por supuesto me contuve. Me acuerdo que fue un jueves porque en la cena sirvieron helado de postre, insistió recalcando ese dato superfluo mientras ganaba tiempo para relatar el resto. .-

Benavidez terminó su wisky de un solo sorbo. Luego asintió con la cabeza y dijo en forma casi inaudible.

-Seguí por favor.-

-Bueno, yo estaba acostada pero ni miras de dormirme. Pensé en pedir una pastilla pero descarté la idea. Odiaba cuando la enfermera me revisaba la boca. Es como una violación ¿Me entendés? Al final terminé por dormirme y bueno, soñé con la sirena. Llegaba al amanecer. Se la veía angustiada. Ansiosa. En los sueños anteriores siempre se mantenía a distancia, no se, tal vez a cincuenta metros, tal vez a más. Yo le veía el rostro pero no la expresión, o más bien, la expresión parecía la de un pizarrón borrado...perdón pero no se explicarme mejor. Su mirada era ausente, como la de la gente que vuelve trastabillando de los electroshocks, pero no se babeaba como ellos. En fin, esta vez se acercó mucho más. Nadó hasta la orilla y veía los reflejos de las escamas de la cola destellando a la luz del amanecer. -

Selene prosiguió luego de dar un breve sorbo a su bebida. Tenía la frente algo encarnada y la mirada luminosa como la de un cachorro.

-Se acercó a unos ... no se, cinco, seis metros, y emergió. Su torso estaba desnudo y tenía pedacitos de algas colgando de los pechos. Los senos no eran de muchacha sino de mujer madura. Colgaban flácidos como nidos. Estaba pálida y tiritaba de frío. La expresión de su rostro era de angustia, pero su mirada estaba tan vacía como la de un perro muerto al borde de la carretera. Aferró sus hombros con las manos cubriéndose los senos, pero no como si tuviera vergüenza de su desnudez, sino abrigándose. El soplaba a sus espaldas y me llegó su olor. Era áspero, marino y salobre. Me hizo pensar en el olor de los restos de un naufragio recuperados del fondo. Nunca sentí ese olor pero puedo imaginármelo claramente. Cuando me habló, su voz sonó cascada pero blanda como un chapoteo. Recuerdo que en sueños, me ericé completamente como si hubiera oído tiza resbalando en la textura dura de un pizarrón.-

Benavidez hizo un mohín de desagrado ante la mención del sonido. Selene continuó con su relato.

-La primera vez no le entendí. Le pedí que me repitiera y ella hizo un gesto que me pareció de desagrado, esa fue mi primera impresión, pero luego recordando y meditando, llegué a la conclusión que era de prisa. Se la veía presurosa por regresar al fondo. Tal vez ahí abajo no tenía frío. Me repitió su mensaje y esta vez le entendí claramente. “ Busque en Itamaratica” fue lo que me dijo.

Carlos retomó la conversación.

-Cuando Selene me mencionó su sueño, lo primero que pensé fue que éste era fruto de un delirio. Luego, por curiosidad, busqué Itamaratica en Internet. Salieron tres referencias. Descubrí que era un pueblito de pescadores, similar al Cabo Polonio, igual de agreste e incomunicado pero con algo más de población, unos 800 habitantes. Tenían un periódico digital lleno de anuncios de hostales para veraneantes, alquiler de botes de pesca y tablas de surf. Cosas así para turistas. Entre anuncio y anuncio, algún artículo o noticia más bien de carácter doméstico y medio centenar de avisos clasificados. Se podía acceder a los ejemplares anteriores. Un golpe de suerte o en una de esas, la intuición que me despertó la angustia, me hicieron buscar los ejemplares próximos a la fecha en que Selene le sacó la foto a la sirena. Una lógica loca me decía que ahí estaría lo que buscaba.-

-Y estaba.- Interrumpió el médico. Fue mucho más una afirmación que una pregunta.

-Estaba. La noticia fue la que yo le mostré cuando fui a su consultorio. La misma que le mostré a Irma en su oportunidad. Para cualquier persona menos obcecada que ella, la relación hubiera sido obvia.-

- Tal vez para ella también lo fue y justamente por eso se puso así.- se animó a conjeturar Benavidez.

-Bueno, eso es justamente lo que piensa Jorge, el marido de la doctora Viñole, pero cuando hablé con ella, quedé demasiado abrumado para andar pensando en subterfugios y motivos ocultos. Pensé que me había explicado mal e insistí. Pero cuanto más insistía, más cerrada era su negativa a aceptar siquiera la posibilidad de que la sirena estuviera vinculada con lo que tenía ante sus ojos. Insinuó incluso que Selene se había valido de un cómplice para fraguar la noticia. Supongo que pensó que el cómplice era yo mismo.

-Seguro que lo pensó, ella misma me lo dijo.- Acotó el médico mientras se estiraba hacia la mesa ratona para servirse otro wisky. Se sentía a gusto con esta gente. Casi como en su casa.

-Bueno, ni bien Selene salió del sanatorio, mejor dicho, ni bien usted la sacó del sanatorio, en medio de todo aquel escándalo y aún angustiados por su despido, nos tomamos el TTL y nos fuimos a Itamaratica. Tuvimos que alquilar una camioneta cuatro por cuatro para llegar, y aún así no fue tan sencillo. Una vez allá, hablamos con el director, editor, fotógrafo y único periodista del “Crónicas”, un muchacho joven con más entusiasmo que talento. El recordaba perfectamente el acontecimiento aunque habían pasado más de seis meses. Una cosa así no se olvida fácilmente en un pueblo chico, me supongo.

Selene prosiguió.

-No nos costó mucho que hablara. Más bien mostró inmediatamente un inconfundible entusiasmo por narrar la historia. Yo la grabé con el celular para traducirla detalladamente y transcribirla. Ya lo he hecho y estaría encantada de que la leyeras, pero ahora te voy a dar la versión corta. ¿está bien?.-

-Está bien. Siempre me gustaron las sinopsis, me dan entusiasmo para ver la película. Conmigo esas cosas funcionan perfectamente.-

-Bueno, la encontraron el cinco de octubre. Seis días después de cuando yo tomé la foto. La encontró un pescador solitario que había salido a buscar almejas para encarnar un poco antes del amanecer. El hombre, según me contó el del diario, cuando a vio de lejos, no daba crédito a sus ojos. Para él, era una sirena varada a la orilla del mar. Se acercó con más miedo que curiosidad sin dejar de persignarse. Una miríada de moscas rodeaban el cuerpo y el tipo tuvo que espantarlas con su sombrero para poder mirarla.
El examen a corta distancia, dejó en claro que no era ninguna sirena, sólo una mujer muerta con las piernas envueltas con cinta de esa que le dicen Pato, de color plateado metálico. Tenía los pies envueltos en sendas bolsas de plastillera blancas que colgaban a los lados como aletas. Estaba desnuda del torso para arriba y tenía tal vez unos cincuenta años de edad. El pescador fue corriendo a avisar a la policía y la recogieron de la playa un par de horas después.
El forense puso en su informe, que no había ningún signo de violencia o resistencia. Según el expediente, era un suicidio. El cuerpo de una mujer de cincuenta años, de raza blanca, 62 kilos de peso, 1.66 metros de estatura, complexión delgada, cabellos castaños, fallecida unos diez días atrás por asfixia por inmersión. No se hallaron pertenencias personales así como ningún tipo de identificación. La sepultaron como NN en el pequeño cementerio local tres días después, ya que nadie se presentó a reclamar el cuerpo ni hubo denuncia alguna de su falta.-

Benavidez tenía notoriamente erizados los vellos de los brazos. Se tomó el vaso entero sin respirar. Abrió la boca como para comentar algo, pero evidentemente, no encontró que decir y se quedó callado. Dudó en servirse otro wisky y optó por no hacerlo. Carlos, le dijo con benevolencia.

-Si quiere tomar, tome. Puede dejar el auto acá y yo lo arrimo hasta su casa. Mañana lo viene a buscar.-

El médico aceptó la oferta gustosamente. Cuando se sirvió, Selene notó sin diversión alguna, que las del siquiatra temblaban levemente.

-¿Qué hicieron después?-

- Dejamos flores en su tumba y emprendimos el regreso.-

¿No buscaron a la familia en Rocha?- quiso saber.

-Sí, eso fue exactamente lo que hicimos, nos costó trabajo convencer al de la TTL que nos bajara en Castillos. Pero al final lo hizo. Llegamos al pueblo más cercano al lugar donde Selene tomó la foto y comenzamos a indagar. Empezamos por el almacén como es lógico.-
-¿Qué preguntaron?- quiso saber Benavidez.

-Preguntamos por una mujer que hubiera desaparecido por octubre. Enseguida recodaron, pero no era del pueblo, era una turista que había llegado sola. En la inmobiliaria nos dieron la dirección que ella había suministrado. Era en Maldonado. Fuimos hasta allá, una casita elegante en la avenida que va para Las Delicias, cerca de donde está Canal 7. Llegamos a media tarde. Una casa con techo de tejas y frente de piedra laja. Un bonito jardín cerrado por una cerca de madera rústica. En el costado de la puerta, una placa anunciaba a quien quisiera verlo que ahí vivía un abogado. Usted disculpará doctor, pero voy a omitir los nombres. De todos modos, no tienen mayor importancia.-

El otro asintió con la cabeza. Carlos continuó mientras Selene se servía otro vaso de vodca. Esta vez, le echó poco y nada de jugo.

-El tipo nos recibió con cierta desconfianza. Preguntó de que se trataba y la verdad es que ni Selene ni yo, sabíamos que contestarle. Fue un momento terriblemente embarazoso. Yo estaba a punto de inventar alguna excusa creíble cuando Selene salvó la plata. Dijo ser de una empresa de promoción inmobiliaria que en su base de datos tenía una referencia a que en esa casa habían alquilado el año anterior en las costas de Rocha. ¿Les interesaría volver a visitar el balneario en la próxima temporada?. El tipo miró a Selene con una indudable desconfianza. Se tomó algunos segundos antes de contestar. Luego dijo sencillamente que no, gracias.
Selene insistió preguntando si la estadía no había sido placentera o habían tenido algún inconveniente. El abogado dudó una vez más, y luego, sin hacernos entrar, comentó que el alquiler había sido cosa de su mujer, no de él, y que ella había desaparecido del lugar hasta el presente.-

Selene continuó el relato de su padre.

-Puse cara de sorpresa e inmediatamente después la cambié por una de pesadumbre.

Se nota que esta última fue tan realista, que el señor nos hizo pasar y nos invitó con un refresco.
Nos sentamos y sin demasiados preámbulos, él nos contó la parte que sabía de la historia. Nos dijo que Telma, así se llamaba su esposa, había ido sola y sin avisarle a ese balneario en octubre. Ella tenía la costumbre de ocasionalmente irse sola, decía que para reflexionar. Hasta esa ocasión, ella había avisado donde estaría y preparaba sus estadías con cierto concienzudo apresto. Pero en esa oportunidad había sido distinto.

Ella se fue simplemente sin avisar nada. Cuando volvió a tener noticias suyas, fue cuando de la comisaría le avisaron que hacía tres días que nadie veía a su mujer. La casa estaba con las puertas abiertas y todas las pertenencias, excepto los documentos habían sido robadas. Hasta las valijas. Lo que más extrañaba a la policía es que el dinero, que no era mucho, así como las tarjetas de crédito, habían quedado sobre la cómoda del dormitorio. Si había sido secuestrada o algo peor, el dinero no parecía ser el motivo.

El abogado se fue para el lugar. Explicó a la policía que su mujer no había llevado allí pertenencia alguna, no había valijas perdidas, la única pertenencia era esa billetera de cuero genuino que él recordaba haberle regalado tal vez unos quince años atrás. Cuando ella estaba sana.

Entonces el policía hizo la misma pregunta que Selene estuvo a punto de formular; ¿tenia la Señora alguna enfermedad terminal?

La respuesta del abogado fue meditada, lenta, calculadamente neutra.

-Tenía esquizofrenia, hacía ocho días que había escapado de un siquiátrico donde llevaba dos años internada.-

Selene rompió a llorar. Entre sollozos dijo al abogado donde encontrar la tumba de su esposa. Le contó brevemente su historia y una vez que hubo terminado, le dijo exactamente donde podía encontrar la tumba.

El marido tomó las manos de Selene, las besó y le dio las gracias.

Luego, reflexivo agregó.

No iré allá.
Seguramente querrá descansar sola y en paz.