Novedades.


La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

15.5.11

La Conspiración 1: Malos comienzos

El Agente Especial de la Sûreté Monsieur Robe Chambre, comenzó mal su visita a Montevideo.
Para empezar, se mareó terriblemente en la manga al descender del avión de Pluna que lo traía desde Buenos Aires. De no haber sido por la gentil ayuda de una azafata que le sostuvo por el codo, habría rodado en esa paradójica cuesta arriba que parece cuesta abajo. Los que han tenido que bajar de un avión de Pluna por cualquiera de las mangas, saben de qué hablo.

Enfurruñado y confuso, agradeció avergonzado a la azafata su gentileza sin dejar de pensar que no se había mareado en incontables vuelos padecidos en las peores condiciones, ni cuando tuvo que perseguir a un terrorista... bueno, presunto terrorista, se aclaró a si mismo, por los hierros más altos de la Tour Eiffel y terminaba mareándose como un pelotudo a la salida de un avión absurdo que era en subida pero daba la ridícula impresión de ser en bajada.

Con ademán algo vacilante, se soltó de la mano de la azafata y trepó decidido por la larga cuesta del finger hasta la zona de arribos como quien va a la conquista de una cumbre inexplorada, aunque su estómago aún no se había decidido a descartar del todo ciertas nauseas. Realizó de mala gana los trámites migratorios, que le parecieron engorrosos más que nada debido a su propio ofuscamiento, ya que en comparación a otras experiencias anteriores, éstos fueron rápidos y sencillos, (en Vietnam le habían retenido más de dos horas por una formalidad y en Siria, tuvo que apelar al Embajador en persona para que le permitieran entrar una vez que vieron que tenía un sello israelí en el pasaporte- recordó vagamente- sin disculpar por ello a la chica de migración que tuvo el mal gesto de mirar su rostro por segunda vez para verificar si se correspondía con el que aparecía en la foto)

En la zona de Arribos, le esperaban dos oficiales de Inteligencia.
Uno de ellos, el más alto, que resultó llamarse Timorato García, tenía los ojos de distinto color, uno marrón y el otro de un celeste desvaído que evocaba en quien lo mirara, el recuerdo de un día aciago. El otro, que tenía un nombre de lo más particular tratándose de oficiales de policía uruguayos, Carlos María Gómez, era alto y recio como un repartidor de supergás. Aparenta ser un tipo duro se dijo el francés,  pero toda impresión de rudeza se desvaneció ni bien hubo pronunciado la primera palabra, ya que tenía una voz aguda que recordaba invariablemente a una soprano o a un eunuco de película barata,  provocando que su interlocutor se preguntara inmediatamente, si habría olvidado el palo sobre la mesa de luz.
Inmediatamente le cayeron mal. La policía del Tercer Mundo tenía esas particularidades. No pretendía que los agentes de inteligencia se parecieran a Alain Delon o a Jean Renault, pero al menos, pensaba Robe, deberían tener rasgos lo suficientemente anodinos como para pasar desapercibidos confundiéndose en las multitudes. Este par le parecía realmente inconfundible, aún más: inolvidable. Ninguno de los dos hablaba otra cosa que no fuera español y en el cartel que García llevaba en la mano, habían escrito “Robert” en lugar de “Robe” y “Chamvre” no solo con “v” sino además, violando la sagrada regla que exige que sea una “n” la que anteceda a una be corta, aunque al francés este último detalle le pasó desapercibido.

Entendiéndose a duras penas cargaron las valijas en el pequeño auto asignado y partieron rumbo a Jefatura. El mediodía era lluvioso y los dos policías uruguayos fumaban ominosamente dentro del vehículo cerrado. Al francés se le renovaron las nauseas ya que lo  llevaron por Camino Carrasco y cerca del puente, frente al frigorífico, estuvieron largo rato detenidos debido a un accidente de moto. Al parecer a un birrodado, contaría Almendras por la noche, se le había salido la rueda de adelante al pasar sobre el lomo de burro próximo a  Camino Carrasco y Cooper a velocidad excesiva. El conductor estaba internado en el CTI en estado reservado. El hedor del frigorífico, superando cualquier obstáculo concebible, se filtraba en el interior del coche policial. Robe, venciendo cualquier escrúpulo pidió un cigarrillo. Había dejado de fumar cuando tuvo que infiltrarse en un convento de Clarisas disfrazado de novicia hacía unos quince años pero el insoportable olor a podrido que parecía adueñarse de la atmósfera, le hizo dejar de lado cualquier reticencia o culpa. El humo no podía ser más dañino que ese penetrante hedor que parecía acogotarle con dedos de acero y del que sus colegas uruguayos no parecían percatarse.

En 20 de Febrero y Timoteo Aparicio, una moto a la que le fallaron los frenos, se había estrellado contra el costado de un ómnibus en el que quedó estampado una marca del tamaño y la forma aproximada del casco del conductor.
Estuvieron detenidos nuevamente durante tres cuartos de hora. Mientras esperaban, tres delincuentes que no tendrían más de catorce años, intentaron abrirles el maletero del auto con una palanca enorme, mientras un cuarto aspiraba distraerlos pretendiendo limpiarles el parabrisas pese a que llovía intensamente.
Gómez salió del coche y estuvo a punto de provocar otro accidente cuando una moto que iba a adelantarles marchando por la vereda  casi se incrusta en la puerta del auto. El  aspecto cerril del policía espantó a los muchachos que depusieron a medias su actitud y pidieron una chapa pal vino a cambio de no desbaratarles el auto mediante el uso de unos cascotes estratégicamente apilados al pie de un árbol para tal menester.. El policía los conmino a retirarse, pero no bien comenzada su reconvención, los chiquilines arrancaron a matarse de risa y el hombre tuvo que sacar su 9 milímetros y apoyársela en la frente a uno de ellos para que le tomaran en serio, cosa que hicieron inmediatamente demostrando que un gesto vale más que mil palabras, sobre todo si las palabras son emitidas con una voz de silbato que les resta cualquier viso de autoridad. Una docena de escolares miraban entre  boquiabiertos y divertidos  la escena, mientras un fotógrafo de El País inmortalizaba el momento, aunque la publicación de la foto sería evitada con una llamada al Director y la situación sólo fue mencionada en un “Se dice” al solo efecto de conformar al fotógrafo indignado que afirmaba ante todo aquel que se le cruzara en el camino, que en este país todo sigue igual.

La Conspiración 2: Acá también pasan cosas.

Acá también pasan cosas



La vista del mamotreto gris de aspecto severo y reminiscencias de un pasado pésimo en el que por las calles de París desfilaban soldados teutones haciendo el paso de ganso, ofrecida por  el edificio de la Jefatura no sirvió precisamente para mejorar el ánimo lúgubre del Oficial  Robe Chambre.  Su aspecto, mezcla de Bastilla y naufragio le resultó francamente deprimente, lo que no estaba del todo mal ya que por lo menos le hacía juego con la nacionalidad.
Le hicieron subir por una escalera bastante estrecha y pobremente iluminada que le retrotrajo a los edificios apestosos donde pululaban inmigrantes magrebíes y negros de la Martinica en armónica complicidad, interrumpida eventualmente a tiros o navajazos. Entretanto Timorato García le informaba someramente que el ascensor estaba roto desde hacía un par de semanas, información de la que Robe sólo pudo traducir “semanas” en forma literal y “roto” de pura casualidad por una intuición de esas que todos los agentes de inteligencia del mundo tienen no menos de una vez al año. Los pasillos le parecieron sórdidos, casi esperaba ver a Torrente pasar por allí precedido de su barriga y seguido de ese olor a mugre y alcohol que uno le imagina de verlo nomás.

Transcurrida una interminable sucesión de puertas innominadas e idénticas, se detuvieron al fin  y entraron a través de una, tan parecida a las demás que el francés se preguntó si para ubicarla, su colega habría ido contándolas una por una hasta llegar a la indicada.

La oficina era estrecha e iluminada desde unas ventanas cuyos vidrios fantasía cerraban el paso a toda vista y se lo abrían a la imaginación. Robe compelido a imaginar, imaginó un pozo de aire de respetables dimensiones, en cuyo fondo se debían acumular toneladas de desperdicios, miríadas de ratas y escuadrones enteros de palomas bombardeando de mierda todo el conjunto. En definitiva, el pozo de aire de su propio edificio y la vista que tenía de él desde su apartamento de divorciado contumaz, edificación cuyos mejores años habían transcurrido más o menos en la época del juicio de Dreyfus.

Timorato García lo presentó al Comisario Hidrógeno Campos, quien sería su oficial de enlace, término tan descriptivo como anodino que al Comisario le encantaba probablemente porque le hacía juego con la vida.

-El oficial Robe Chambre, de la Sorete- dijo con una sonrisa cuyo motivo el francés no llegó a captar. El Comisario, molesto más que nada porque había pensado hacer ese mismo chiste a la primera oportunidad que se presentase, lo miró serio como prometiéndole una buena puteada para un momento más adecuado y estrechó la mano que el colaborador extranjero le extendía. Las formalidades fueron cortas y escuetas. Hidrógeno no sabía francés y el traductor contratado para hacerles la comunicación posible no había llegado aún. Acomodaron al invitado en un sillón adquirido en los años de la dictadura de Terra y le sirvieron un café obviando olímpicamente la solicitud de que éste fuera descafeinado por pura ignorancia de lo que el tipo les estaba pidiendo. De todos modos, descafeinado no había lo que nos ilumina sobre que ocasionalmente lo necesario y lo contingente se identifican. Después de eso, se pusieron a hablar entre ellos y a Robe lo ignoraron dando por sentado que era idiota, cosa que no es tan poco común como cabría imaginar, ya que muchas veces tomamos por idiotas a quienes no nos entienden por razones como la sordera o el desconocimiento del idioma.

-Este tipo parece sacado de una película- comentó Hidrógeno Campos mientras acomodaba la yerba con el índice de la mano derecha. El mate tenía una rajadura que en cuya proximidad el Comisario evitaba meticulosamente volcar el agua, tarea que le exigía ingentes esfuerzos cuando la bombilla ya había completado 180 grados en su giro alrededor del mate.
-Sí, demasiada pinta, rulitos de pendeja y nariz demasiado buena para ser cierta ¿no?-
-See.. aunque yo diría que le pega a la merca, se le nota en la mirada que se le extravía de vez en cuando.-

-¿Ya te informaron que quiere?- preguntó Gómez. Tenía confianza con el jefe como para tutearlo. Habían pasado juntos por la escuela y ambos provenían de Rivera, aunque Gómez era de la ciudad y Campos de Tranqueras.

-Más o menos. Parece que a los franceses les llegaron, andá a saber como mierda, algunas estadísticas nuestras que les llamaron la atención y mandaron a este pinta a que las estudiara de cerca. O algo así- redondeó de forma más bien poco afortunada  mientras le pasaba el mate a Timorato.

-¿Estadísticas de qué?- insistió Gómez.

-No sé bien. En serio que no sé. El jefe habló de eso por teléfono con el ministro y si al ministro no se le entiende mucho en persona, sacá cuentas por teléfono. Creo que tiene que ver con la reincidencia. Cuando venga el traductor nos vamos a enterar. –miró la hora en el viejo reloj de pared. y mentalmente le sumó los minutos que atrasaba. –bastante informal el traductor  ¿no? Debería haber llegado hace cuarenta minutos.- añadió medio caliente.

Como si lo hubieran invocado, tras un par de breves golpes a la puerta, entró un agente acompañado del traductor. El comisario miró el reloj significativamente. Tras las presentaciones, el traductor se excusó.

-Disculpen la demora, pero en el camino desde Colón hasta acá me comí tres accidentes.
-Todos de moto- añadió como al pasar.

-Fuá, nosotros también quedamos atascados en un par.- comentó García mientras que el traductor, que resultó llamarse Federico - así nomás sin apellido - repetía su disculpa ante el francés, quien pareció excusarlo sin el menor rencor, aliviado tal vez por tener que cesar de desmadejarse el cerebro tratando de entender el marcado acento riverense de dos de sus tres colegas, lo que añadía no poca dificultad adicional a sus nulos conocimientos de español.

El rostro del extranjero aparecía monolítico como el de un moai y desprovisto de expresión alguna, como las pupilas de un cadáver alumbradas por la luna. Era un no-gesto practicado y alevoso. Desde joven se había mostrado estudioso de las expresiones ajenas y cultivador exquisito de las propias. Seguir una conversación de la que no entendés un carajo haciendo gestos de afirmación con la cabeza como quien comparta plenamente lo que se expresa, o demostrar una  atención desmedida como si por un acto mágico de idiotez ajena el resto de los interlocutores fuera a tenerte en cuenta, le parecía un acto de suprema estupidez en el segundo caso y de obsecuencia ilimitada en el primero. Mejor entonces, esa cara de póquer que haría morir de envidia a los más connotados profesionales de ese juego.

Tras las nuevas presentaciones tomaron asiento en torno al escritorio del comisario. Un agente de segunda con aspecto de estar ejerciendo una pasantía mientras cursaba el segundo año del jardín de infantes trajo café. No preguntó si lo querían descafeinado y Robe, más  generoso que exasperado, tampoco insistió sobre el punto. El francés empezó a hablar y Federico a traducir.

-Señores, antes que nada agradecerles en mi nombre y el de mi gobierno el haberme recibido. Ustedes no están por ahora al tanto de la importante para el mundo entero que es la misión que nos han encomendado, Y digo nos han porque en esto trabajaremos juntos codo a codo.-

Los oficiales uruguayos se miraron con la misma expresión de atónita sorpresa. Íntimamente casi habían llegado a la convicción unánime y tácita de que el francés ni siquiera hablaba faltándole poco para babearse mientras que se clavaba el helado en el ojo y ahora se sentían todos ellos, un tanto avergonzados.

-No se que les habrán informado sus superiores- prosiguió- ni siquiera estoy seguro de que los míos me hayan puesto al tanto de todo lo que saben. Lo que estoy autorizado a trasmitirles y esta información no debe bajo ningún pretexto abandonar esta oficina, es de capital importancia para la paz mundial, y más que nada para la libertad.-

Hizo una pausa para dramatizar, en el fondo tenía dotes histriónicas, lo sabía y le encantaba. Bebió un sorbo de café e hizo un gesto facial que denotaba lo crítico y reservado de lo que a continuación iba a revelar.
Todos los presentes lo miraban expectantes, el comisario levantó una ceja y con las manos lo apremió a que prosiguiera. Timorato García miraba al francés como si fuera una mezcla de Artigas con Alberto Candeau, o sencillamente Candeau representando a Artigas. Los ojos fijos, la mandíbula prominente un tanto caída, el café olvidado dentro del pulpo exánime de la mano derecha. Gómez parecía no encontrar forma de disimular su impaciencia mientras que en la máquina cerebral, le caía la ficha de que el franchute debía ser todo un personaje dentro de la comunidad de inteligencia francesa. El traductor esperaba con cara de jugador que se cagó en una final. Una gota de sudor se le quedó enganchada en la ceja derecha y se la quitó como quien espanta un pterodáctilo, con una golpe sonoro y desproporcionado que sobresaltó a Carlos María Gómez.

La expectativa era enorme

Por fin el francés desembuchó.
-Una potencia extranjera está utilizando su país como prototipo de un experimento para neutralizar y tal vez exterminar prácticamente al mundo entero.-

Los uruguayos abrieron los ojos como platos y al mismo Federico le tembló la voz al traducir, inseguro de haber comprendido correctamente. Miró Robe y la expresión del francés le convenció inmediatamente de que había entendido bien.
-Al mundo entero.- repitió una vez más. No supo siquiera él mismo, si a los efectos de recalcar la importancia de la misión que de ahora en más los aunaba, o para destacar su propia importancia ante este minúsculo grupo de tercermundistas, que hasta minutos atrás lo miraba poco menos que como a un tarado, mirada sustituida ahora, por una de asombro y franca admiración.

El Comisario Hidrógeno Campos abrió la boca para decir algo. Su expresión se había tornado un tanto escéptica. Gómez pensó que se venía un disparate del tipo  “este pinta nos toma por tarados”… o algo peor. Cruzó los dedos.
En ese momento la puerta se abrió y entró a la habitación un sujeto pequeño, contrahecho y por si fuera poco manco. En su única mano, llevaba un manojo de números de lotería de la misma manera en que un heraldo exhibiría un bando del Emperador de la Galaxia o Moisés mostró al pueblo las Tablas de la Ley.
Sin anunciarse ni pedir permiso entonó un cántico con estridente voz en falsete:

"Tengo el quince, el veintiocho, el diecisiete, el treceeee!”

La Conspiración. Capítulo 3

Seguridad ante todo.

¡Pero la puta madre que lo parió! aulló el Comisario Hidrógeno Campos golpeando  violentamente su escritorio acto que provocó la inmediata caída de un par de pocillos de café, así como sus respectivos platos y cucharillas, las que repiquetearon alegremente por el suelo de baldosas amarillas como cantarines heraldos metálicos de una tragedia definitiva y sangrienta en el Reino de la Loza.

El vendedor se paró en seco cuando ya había avanzado dos o tres pasos dentro de la habitación. Los ecos del rugido reverberaban aún en los pasillos de la Jefatura sin perder en la repetición ni un ápice de su furia.  La única mano en alto, profética y destacada, bajó lenta como la barrera de un cruce ferroviario, incrédulo movimiento que traslucía tanta desolación como sorpresa. -¿Será sordo además de manco?- se preguntó Robe Chambre haciendo descender el telón de impavidez sobre el escenario del rostro.

El traductor se sobresaltó perceptiblemente con el grito. Era su primer trabajo para la policía y paulatinamente se iba percatando de una verdad categórica: cada vez le gustaba menos estar ahí.  Tal vez no entendía los códigos, tal vez le amedrentaba  esa oficina en la que colgaba un almanaque de Pablo Ferrando donde el año que figuraba venía exactamente con diez décadas de retraso, porque quienes lo fabricaron, no imaginaron jamás que su creación iba a trascender el siglo y el milenio, donde el escritorio parecía un transatlántico impertérrito  y la computadora reposaba sobre una mesilla auxiliar de chapa que soportó en su lomo metálico a una Remmington durante décadas, máquina vetusta cuyo descanso, presuntamente definitivo aunque Federico no estaba tan seguro, transcurría en eterno cuerpo presente envuelta en lo que a Federico se le ocurrió, era una bolsa para cadáveres,  sobre un archivador de chapa que debía pesar unos setecientos kilos. Y sobre todo le amedrentaban  esos policías cuyo peso total seguramente se aproximaba al del archivador metálico, de modales hoscos que le miraban cuando traducía con cara de sospechar que trabajaba para el enemigo, sea cual fuere y le hacían sentir vagamente culpable como si supieran que a los nueve años se había robado cuatro caramelos en el quiosko del barrio y estuvieran aún trabajando en el caso.

Timorato fue hasta el vendedor de lotería, le pasó el brazo por encima del hombro y murmurándole algo en el oído, lo giró como quien gira un mueble molesto pero manuable y lo depositó en la puerta.

Cerró y una vez que escuchó los pasos presurosos del manco alejándose por el pasillo seguramente hacia la próxima puerta, se permitió el lujo de una pequeña risa.

-¡Manco de mierda! no podía haber elegido peor momento para entrar!-

-¡Esto es un relajo!- comentó el comisario algo más tranquilo. -Algunas veces extraño la dictadura. Había otro respeto, a ese manco hijo de puta  le hubieran dado una biaba que le iba a sacar las ganas de andar metiéndose los despachos sin golpear. Ahora si lo miramos fijo, nos denuncian a la justicia o a Asuntos Internos.- Suspiró. Se dio cuenta de que había olvidado lo que iba a decir y pegó otra trompada en el escritorio, esta vez leve, resignada, exánime.

-Carlos, llamame al ordenanza que limpie este quilombo.- le pidió a Gómez y luego se dirigió al traductor.

- Dígale que disculpe el mal momento. Aunque supongo que en todos lados es igual.-
Federico tradujo y Robe le respondió.

-Dice que sí. Que es lo mismo en todos lados.- mintió el traductor por baranda. Hasta en francés sonó a mentira.

Robe se sentía frustrado. El vendedor de lotería había arruinando su momento, le había derrumbado el clímax con esa entrada intempestiva y más que nada inoportuna.  Sintió ganas de salir al corredor, perseguirlo y cagarlo a patadas en el culo. Se lo impidió la certeza de que no encontraría la puerta correcta nunca más. Comenzó a decir algo pero el Comisario lo interrumpió.

-Mejor que espere a que venga el ordenanza antes de seguir.-

Así que esperaron hablando de bueyes perdidos flotando a la deriva como náufragos entre los restos del cataclismo de los pocillos. Timorato se interesó por los sueldos en la policía francesa y no pudo dejar de emitir un sonoro silbo de envidia cuando Robe mencionó el suyo. El francés para sus adentros, se alegró de no haber comentado que a la suma expresada, debería sumársele casi el doble por concepto de compensaciones de todo tipo. De haberles dicho cual era la suma final, esos policías tercermundistas habrían expirado al instante y el ordenanza tendría que retirar los cuerpos exánimes de los tipos fallecidos de una crisis generalizada de envidia, además de los cadáveres de los pocillos.

-Acá estamos muy por abajo de eso- trinó Gómez mientras en su rostro se pintaba una expresión ambigua y oscilante que iba de la envidia a la bronca.

-Sí, como seis meses debajo de eso.- terció el comisario que aún conservaba las cejas juntas y erizadas debido a la calentura con Carlitos, el vendedor de lotería. Su furia era como las inundaciones, llegaba rápido y se retiraba con exquisita parsimonia.

Pasados treinta  minutos, el ordenanza aún no había aparecido. La conversación se había empantanado en el fangal del silencio. El traductor estaba visiblemente incómodo como cualquiera de su oficio cuando el silencio ajeno le obliga a abandonar su papel de intermediario y arrojar algo de luz propia sobre la conversación. Robe se miraba los dedos como si entre sus uñas se ocultara la pista definitiva que aclararía El Caso.

-Cinco pal truco es mucho.- comentó Gómez y Federico arrancó a traducir hasta caer en cuenta de que no tenía la más puta idea de cómo traducir “truco”. Hidrógeno, que se percató de la confusión del traductor, dejó llegar hasta sus labios una sonrisa malévola.  De algún modo, el intérprete logró desenredar el intríngulis. La traducción fue larga y exhaustiva pero el francés pareció convencido. Tal vez nomás por compasión.

Transcurridos un par de minutos más, el comisario se levantó de la silla, cruzó toda la habitación sin evitar pisar los trozos de loza esparcidos, los que se quejaron amargamente con chillidos de arena furiosa. Abrió la puerta como quien quiere despejar de una habitación cerrada el aire envenenado por un pedo particularmente hórrido y giró hacia el corredor. Sus pasos sonaban pesados y urgentes, aumentando su contundencia y premura a medida que se alejaban hacia el extremo del corredor, provocando un curioso efecto sonoro que consistía en que parecían acercarse a medida que se alejaban. Robe sonrió. Hay cosas que funcionan igual en todas partes.

-Seguro que se trae al ordenanza de la oreja- comentó Gómez. Expresión anacrónica y sutil que en la voz aflautada del policía, sonó amariconada en grado superlativo.

-O a patadas en el culo.- Timorato puso las cosas en su lugar y descerrajó una carcajada en la que cierto sadismo peligroso como la hoja de un puñal, descarnadamente mostró su sonrisa ávida de calavera infeliz.  Gómez se le sumó inmediatamente. Federico se estremeció. Comenzó a traducir pero el francés con la mano derecha, le hizo un gesto que claramente significaba que había comprendido a la perfección. Sonreía también con crueldad de tiburón escondido tras una roca. Hay cosas que son iguales en todas partes.

-Allá en mi país es igual. Antiguamente los ordenanzas eran agentes recién ingresados que se desvivían por ser eficientes, por otro lado no tenían más remedio, pero desde hace unos cuantos años, nos mandan estudiantes universitarios, becarios, pasantes, nenes de mamá que ponen cara de culo cuando ven un arma y son capaces de fumar marihuana en el baño de la comisaría o armarte una barricada en los pasillos. No respetan nada ni conocen los códigos. Y como generalmente son hijos de algún político o funcionario, se creen intocables. Lo único que les atemoriza, es que les quites la conexión a Internet o los amenaces con requisarles la hierba.-

Los policías uruguayos miraban a Federico con atención mientras que hacían unánimes gestos de asentimiento. 

-Acá también nos mandan pasantes. Es más barato porque les pagan una miseria y no tienen prácticamente derecho a nada. Pero suelen ponerlos a hacer trabajo administrativo. Los ordenanzas siguen siendo agentes de segunda, pescado fresco.-

-Pero después del tercer o cuarto sueldo, cuando ya las deudas en la Cooperativa Policial le pegan un buen mordiscón a los haberes, se ponen displicentes y pelot… y perezosos. Vienen a cumplir con la guardia y a pasar lo mejor posible. Generalmente son solteros y si les metés un arresto, hasta mejor para ellos porque se ahorran unos cuantos días de pensión y comida.-

Timorato asentía mientras que se hurgaba los dientes con un alfiler cuya cabeza consistía en una pelotita roja. El Comisario volvió. Solo. García dejó el alfiler nuevamente en el recipiente de vidrio donde sus hermanos esperaban dormidos, Federico comenzó a esbozar cierta cara de asco pero se lo pensó mejor y volvió a su habitual cara de gil de goma.

-Al ordenanza lo mandaron a una indagatoria porque no había nadie más. Me cago en la gran puta, no se que mierda puede indagar un botija que no lleva ni dos meses de milico.- Pateó con rabia un pedazo de platillo significativamente más grande que el resto y se sentó.

-¡A lo nuestro!  Ya hemos perdido bastante tiempo.-

Robe Chambre se acomodó en el sillón dentro de los estrechos límites de seguridad que la antigüedad del artefacto permitía. Un resorte se le clavó dolorosamente en el culo. Reacomodó la defensa alegrándose íntimamente de que el espiral no se le hubiera insertado en el golero. Miró al traductor y ambos hicieron un recíproco gesto afirmativo con la cabeza. Empezó a hablar.

-Nos han llegado informaciones provenientes de varias agencias de inteligencia occidentales, referidos a un plan para exterminar buena parte de la humanidad por parte de una potencia que de momento no voy a mencionar, más que nada porque ese dato no me ha sido suministrado fehacientemente, aunque ciertamente tengo mis sospechas. El plan comenzaría a aplicarse a modo de prototipo,  en un país cuyo número de habitantes sea tal que permita certeza estadística sobre los resultados finales en un plazo de tiempo relativamente breve. El target del exterminio es principalmente la clase trabajadora, sobre todo aquellos que implican un costo bajo de producción para las industrias locales y pueden por lo tanto resultar una competencia indeseada para la potencia en cuestión. Por último, ese país definitivamente es el vuestro. El Uruguay.-

-¿Y en qué consiste ese plan?- Preguntó el comisario mientras los demás miraban el intérprete pensativos.

-No lo sabemos.- Robe parecía un tanto avergonzado.- Hemos pensado en armas químicas, en medicamentos envenenados, en equipos electrónicos radiactivos, en sabotajes, en vacunas contaminadas, en alimentos vencidos  y en innumerables posibilidades más, cada una más inverosímil que la otra. Pero la realidad es que no hemos logrado averiguarlo. Para eso estamos acá.-

-¿Ustedes no saben?- Timorato parecía próximo al asombro y en el ojo más claro le refulgió una chispa de desconfianza, en tanto que el oscuro permaneció inmutable y flemático como un el de un lord inglés.  –Si ustedes no saben con lo que ganan y con los equipos que tienen, ¿qué podemos hacer nosotros que apenas si llegamos al veinte de cada mes?-

El Comisario lo miró y en su mirada se podía leer tanto desazón como incertidumbre. Guardó silencio. Mirando a ese francés robusto cuyo entero lenguaje corporal denotaba competencia se preguntó cómo podía encajar su equipo paupérrimo de policías capacitados sólo en sacar información a pobres desgraciados a fuerza de patadas en el culo y cuyo conocimiento en asuntos internacionales consistía en entrar a las habitaciones de los inquilinatos del Puerto para buscar algún coreano acusado de provocar destrozos en un local nocturno a fuerza de alcohol barato pagado caro y melancolía carísima que el coreano arrancado en calzoncillos de un lecho mugriento,  estimulado por un par de boleos y gritos expresados en un idioma que no entiende pero cuyo significado comprende perfectamente, considerará económica. 

Volvió el Comisario Hidrógeno Campos de su ensimismamiento, traído de vuelta por la llamada sonora del silencio.  El francés esperaba que volviera del País de la Reflexión en el que habíase exiliado, antes de contestar.

-Los recursos materiales no son todo en este negocio. Organizaciones y Servicios en todo el mundo se protegen del contraespionaje poniendo en juego toda clase de equipamiento electrónico, decenas de toneladas de chips puestos al servicio de la preservación de un secreto, sólo pueden ser penetrados muchas veces con el uso de métodos… - ¿cómo decirlo?- más rústicos y primitivos, técnicas olvidadas en la vorágine de la tecnología, recursos inexplorados o desechados porque no tienen enchufes ni dependen de un rayo láser.-

Timorato lo miró con escepticismo.

Gómez sonrió.
-Si es por falta de tecnología han hecho la elección justa al venir acá. No logramos que funcione la impresora tres días seguidos y menos aún si hay humedad.-

Federico tradujo.

-Allá tampoco funcionan cuando hay humedad. Creo que nos hemos gastado medio presupuesto en intentar mantener el papel seco entre noviembre y marzo.- bromeó Robe Chambre, permitiéndose el lujo de poner cara de desgraciado. Luego volvió a su habitual expresión pétrea en tanto que abría un maletín cuya cerradura tenía un teclado y un lector de tarjetas que recordaron a Timorato al panel de un cajero automático y por asociación de ideas, le llevaron a considerar la punta de días que faltaban aún para el cobro. Del maletín el francés extrajo dos gruesos expedientes aparentemente iguales, aunque uno tenía un “1” y el otro un “2” ostentosamente impresos en sus tapas. Debían tener no menos de cuatrocientas hojas cada uno.

-Por razones de seguridad no puedo suministrarles la copia electrónica de este material. Es más, las copias que ahora les voy a dejar están numeradas y bajo ningún concepto pueden ser reproducidas, ni total ni parcialmente sin el consentimiento de mis jefes en Francia. Tampoco deben ser sacadas de esta oficina que deberá mantenerse bajo vigilancia en tanto estos documentos permanezcan en ella.  ¿Disponen de algún lugar seguro donde guardarlas? –

-En El Ropero- contestó el comisario señalando con el pulgar el enorme archivador metálico que si bien había conocido tiempos mejores, trasmitía la impresión de robustez de  un boxeador peso pesado retirado que aún se mantenía en forma. No es cien por ciento inviolable, pero si contamos con la vigilancia ante la puerta y el compromiso de mis hombres y el mío propio, de mantenernos al menos uno de nosotros en la oficina pase lo que pase, es seguro que los expedientes estarán completamente protegidos.- El Comisario se puso de pie, rodeó el escritorio provocando nuevos chillidos de la loza despedazada y extendió la mano para recibir los dossiers. Se lo pensó mejor evaluando el peso de semejante cantidad de papel  y añadió la otra mano al equipo.

-Una copia está en español y la otra en francés. Debo insistir en que estos documentos no abandonen esta habitación bajo ningún concepto. ¿Cuento con su palabra?-

El Comisario miró al traductor con clara furia. Federico tragó saliva.

-¡Dígale que seremos subdesarrollados pero no irresponsables!- El tono fue a la vez imperativo e furioso. La conminación para el traductor, la furia destinada al traducido. Federico se alegró de que las emociones en este caso, no fueran reversibles.

Federico tradujo. Robe puso cara de abatimiento, pero la mantuvo sólo un instante. Le pasó los expedientes.

Hidrógeno los puso sobre su escritorio. El de arriba estaba en francés, lo dejó a un lado y comenzó a hojear el ejemplar en español. Abrió la boca para decir algo pero Robe le interrumpió.

-No comente nada. No ahora. He traído conmigo cierto equipo para evitar cualquier filtración electrónica pero lo tengo abajo en el maletero del auto. Entretanto no lo instale, es mejor evitar comentar el contenido de estos papeles. Es cuestión de minutos nada más. ¿Alguien podría acompañarme a buscarlo?-

-Yo voy flauteó Gómez levantándose prestamente. Además tengo las llaves.-

Esta vez, Robe contó las puertas, eran exactamente once. Bajaron la escalera sórdida y llegaron a la calle. Caminaron en silencio por San José y doblaron por Yí hacia 18. Un presentimiento ominoso se adueñó del ánimo de Carlos Gómez a medida que sus pasos le conducían hasta el vehículo. Lo confirmó al llegar hasta el coche estacionado casi a mitad de cuadra.

El maletero estaba semiabierto esbozando una sonrisa desdentada y sarcástica como la de un viejo malo que envenena a las palomas. Lo abrieron del todo. Su contenido se había esfumado. Desde el interior, un envase de cerveza vacío les guiñó con el reflejo de un rayo de sol.