Novedades.


La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

15.9.10

Unos minutos de arena.

Mabel gozaba esa tarde de la paz.

Su mamá no la había llevado nunca a la playa. Tal vez estaba demasiado ocupada con las tareas domésticas, el extenuante trabajo de lavar ropa a mano para afuera y el intenso trajín que le demandaban sus cinco hermanos.
Pero esa tarde de enero se había producido una curiosa excepción.
Estaba en las arenas de Pocitos, próxima a donde se elevaba la curiosa estructura circular del Parador Kibon. Más o menos a la altura de Buxareo.
Hechizada con la arena, hacía castillos sin más herramientas que sus manos y algún palito traído por la resaca. El sol le acariciaba la espalda, y todas las voces, se habían unido primero en una sola voz, y luego en un murmullo apenas perceptible como el sonido del mar escuchado dentro del misterio del caracol.
Llegó a la playa con cierta desconfianza. La asustaba el rumor de las inofensivas olas del Río de la Plata; la muchedumbre asimismo también le generaba cierto temor. Un grupo de adolescentes jugaba bulliciosamente con una pelota de goma. Ella se escondió detrás de mamá lo más que pudo. Los jugadores los ignoraron totalmente.
Entonces, apenas su madre depositó en la arena los múltiples bártulos, a la vez que los sus hermanos corrían hacia el agua, sin apenas haberse tomado la molestia de descubrirse el torso, Mabel notó asombrada, que el suelo era plástico, maleable, permeable a su voluntad. Mabel descubrió la arena y el descubrimiento le colmó el alma de alegría.
Se dejó caer en la arena tibia. Tomó un puñado entre sus manos y miró con ojos asombrados y nuevos, como se escurría de ella y retornando a su propia madre.
Aún no sabía contar pero tenía claro el concepto de “mucho” y tal vez, ¿Quién sabe?, el concepto de Infinito. Las estrellas, que alguna vez miró desde la vereda de su casa humilde, le parecieron siempre muchas, pero curiosamente, los granos de arena, le parecieron más mucho que las estrellas.
Se dio a la tarea de construir con la arena. Sus manos, poco hábiles, amontonaron la arena y si bien la sensación de poder – ¡al fin!- someter una pequeña porción de universo a su voluntad, la frustraba un tanto, el rápido desmoronamiento de las montañas mínimas que construía. La arena insistía en volver a ser lo que era, y la imposición de su voluntad, era demasiado efímera como para resultarle extraordinariamente satisfactoria.
Mamá fue hasta la orilla y obligó a salir del agua a uno de sus hermanos que notoriamente feliz, se empeñaba en salpicar sin ningún disimulo a los bañistas que entraban al agua con la cautela del frío.
Su hermano, a la vista de la esterilidad de los esfuerzos de Mabel, por construir algo que fuera un poco menos fugaz, la llevó de la mano unos metros más allá, hacia la arena húmeda.
Le mostró como, ahora si, la arena mantenía la forma que le ordenaban y el descubrimiento la hizo feliz.
Mabel disfrutaba de su primer juguete.
A medida que sacaba la arena para armar una montaña, misteriosamente iba armando un agujero que rápidamente se transformó en una pequeña laguna. el hecho mismo de la simultaneidad de la montañita y el lago, la colmó de asombro y maravilla.
Se preguntó de donde vendría el agua que iba apareciendo el agujero.
La explicación estaba más allá de su entendimiento, pero a la mente le vino clarita la imagen de un colador.
¿Se colaría el agua grande del mar a través de la arena hacia el agua chica de su laguito?
La montaña había tomado ya considerables proporciones. Se atrevió a alejarse unos pasos y buscar un par de palitos. Los enterró en la montaña y le pareció que quedaban bien, como las velitas de una torta de cumpleaños.
Uno a unos, sus hermanos vinieron a ayudarla. La montaña ya no estaba sola. A su alrededor iban apareciendo casitas, callejuelas, algo que se parecía a un muro rodeando el pueblo de arena. Un foso excavado que desembocaba en su laguito, que increíblemente se agrandaba solo, debido al derrumbe permanente de sus márgenes. En seguida, uno de sus hermanos, fue a ocuparse de mantener la debida profundidad sacando arena y alcanzándosela a ella, que seguía concentrada en ampliar ahora la base de su montaña, que al irse secando la arena, amenazaba con derrumbarse.
Mabel era feliz. Su voz gorjeaba un trino de dicha que sólo sus hermanos podían entender.
Su boca sin dientes, mostraba una sonrisa tan amplia, que amenazaba desbordársele de la cara.
El mundo estaba en armonía. Las voces de la gente, conformaban un ronroneo feliz y confortante y sus hermanos estaban por una vez, jugando con ella. La vida entera tenía olor a nuevo.
La felicidad era esa posibilidad de construir sin miedo.
De ver como el universo respondía al mandato de sus manos como casi nunca lo hacía.
De sentirse parte armónica de un todo.
Un todo donde nadie le tiraba piedras, ni la insultaba, ni le pegaba patadas a sus perros, ni le hacía propuestas ominosas e ininteligibles que a ella se le escapaban pero instintivamente se le aparecían iluminadas de rojo. Un todo donde tenía el raro privilegio de pasar desapercibida.
Mabel, de la Blanqueada, tenía 28 años.

Su severísimo atraso mental, por alguna razón difícil de entender, parecía desatar la agresividad, la furia y el odio de los demás.

Su vida era un eterno túnel de dolor sin fin ni explicación. Un cúmulo árido y macizo, de burlas, golpes, risas y barbarie injustificable e infinita.
En la vida la aguardaba aún, un instante más de dicha.
Una neumonía piadosa, pondría fin a toda una vida de amargura unos meses después.
Me dijo una enfermera del Hospital Pasteur, que se fue del mundo con una sonrisa.
En el delirio final, la Muerte tal vez se le haya aparecido de pie, en una playa inmensa de arenas blancas.

Una de las manos de la Muerte estaba extendida hacia ella, llamándola, invitándola. Era cálida y hermosa la sonrisa de la Muerte.
En la otra mano llevaría seguramente, un baldecito de plástico amarillo y una pala.







Germán Queirolo Tarino

Salinas. 4 de Julio de 2004



(Aunque la historia es una ficción, Mabel no lo fue. A ella a todos los que pudiendo ser felices con muy poco, no salen jamás del jardín de la desdicha, dedico este breve cuento

Versos de combate

Diálogo entre el Cuqui y Larrañaga.










Díjole Larrañaga al Cuquí hoy de mañana,



¿Viste la encuesta anoche en el informativo,



Desde el cuarentaydos al cuarenta ha caído



la intención de votarnos? ¿no es eso una macana?









El Cuquí que abstraído su café revolvía



Sintió que la cuchara torciose entre sus dedos



No pude ver los gráficos que la tele exhibía



Para las ocho y cuarto ya estaba medio en pedo.









Puso Jorge la cara que el disgusto amerita



¿Por qué tú no te tomas en serio la campaña?



¡Me tomo todo en serio, preguntale a Julita!



Me tomo en serio el guisky y también la champaña.









¡Se me volcó el cafè!¡Limpiá la mesa Mari!



Es culpa del disgusto que Jorgito me ha dado,



Si no gano en noviembre, con esto de Borsari



capaz que hasta me paso, navidá en un juzgado.









Ahora que lo mencionas, dijo el Wapo incisivo,



Esa interpelación, dio más asco que pena



pasearon a Borsari como en un tiovivo



y hasta el busto de Artigas sintió vergüenza ajena.









¿y qué querés que haga? Con el centro de Batlle



Entro como caballo el gordo a meter palo



"Es un golpe seguro convencer a la calle



Que el Pepe es ordinario y Marenales malo"









No está todo perdido, no es eso lo que escucho



consoló Larrañaga al Cuqui con cautela



Por ahi a vos te agarra pa barrer el sucucho,



y hasta a mi me contrata pa preñar Manuela.















Noviembre 2009















El caballo de Lacalle.









El domingo por la Plaza Independencia



la nueva sede de la presidencia



miraba Luis Alberto que discreto,



la quería ver de lejos y en secreto









¿Seré yo quien la ocupe finalmente?



tal vez pueda hacer algo trascendente.



Se preguntaba con el ánimo intranqulo



Aunque se que de perder estoy al filo,









Ya le recé a San Escrivá para que haga



que Mujica abra la boca, y si la caga



Puede ser que recupere un par de puntos,



(eso si logro que los blancos voten juntos)









Y le pedí a la divina providencia



Que le de al Pepe un ataque de demencia



Que una Uzi de los hallados arsenales



Tenga escrito "Soy de Julio Marenales"



Reflexionaba todo esto el líder blanco



Sentado frente a Artigas en un banco,



Cuando repentinamente el General



le habló a Lacalle desde el alto pedestal.



"A mi no me rezaste" dijo Artigas



Y no te haría un favor aunque lo pidas



Pero estoy necesitando un nuevo potro



Este caballo no me gusta, quiero otro."









"Traé un caballo de buenas proporciones



Y te ayudo a ganar las elecciones,



pero ojo, no la cagues, si lo haces



Haré que encuentren donde esondes los envases"









Entre el susto y la esperanza el candidato



Dijo "espere General, vuelvo en un rato



Le traeré un impecable semoviente



Si a cambio usté me hace presidente"









Agarró el celular y a Larrañaga



Lo llamó y le explicó que precisaba



el mejor de los caballos de sus haras



"traelo ya y no pongás excusas raras."









"Estoy en Paysandú y ahora no puedo



Ché, ¿no es temprano pa que estés en pedo?



Será mejor dirigirte a Penadés



Que él igual te consigue dos o tres."









Cortó ofuscado el Cuqui y a Gustavo



llamó y en diez minutos a su lado,



estaba Penadés el obediente



diciéndole "a su orden presidente"









-Vení que Artigas me pidió un caballo nuevo



Y con el chupe no rompas más los huevos



Que estoy más fresco que lechuga, me habló Artigas



Acompañame y que él mismo te lo diga









Llegaron hasta el pie del mausoleo,



Y dijo Artigas, "ahora sí, con lo que veo



me doy cuenta de que sos un flor de turro,



un caballo te pedí y me traés un burro"















Noviembre 2009


Sueños de Lee Chon

Una noche invernal allá en Valencia,
Un chon de reputada inkongruencia
en la cama roncaba como un mulo
mientras que en sueños se rascaba el culo.


Un inventor desconocido de la Aguada
Una máquina de sueños me prestaba.
se trataba de un soberbio prototipo
para entrar en los sueños de otro tipo.


Manejala con prudencia aconsejome
que no hice el plano, perdí la birome
Tate tranqui, la manejo con prudencia
voy a ver que sueña el gordo allá en Valencia.


Me fui al balero del gordo paparulo,
pero me confundí y me metí por el culo
jamás ví semejante simetría
como la del culo y la cabeza de este quia.




Ya que estaba seguí pa la cabeza,
nadando entre el oleaje de cerveza
y cuando pensé que la empresa era imposible
arrastrome un vendaval incontenible.


Pensé, (perdóname lector el exabrupto),
¡Qué fuerza tiene el gordo en el eructo!"
No sabía que dormido se eructaba,
¡Qué talento el dogor pa la chanchada!


Pero al fin apareciome en la pantalla,
lo que el chancho soñaba en el momento,
juro por dios que ahí perdí el aliento,
aparecieron diez cervezas de gran talla,


Y cada lata, lo recalco con vehemencia
tenía la cabeza de Demencia,
mujeres y champán pensé confuso,
vi dos salames y un chorizo ruso.


De repente cambio el sueño de canal,
y ahí el dogor empezó a sentirse mal,
porque el chochán soñó con aficción,
cuando el Jerry le negó la dirección.


También soño de aquella vez que en la parada
de Belvedere lo cagaron a trompadas,
El sueño de este chón es pesadilla,
Se rascó el pubis.. ¿tendrá alguna ladilla?


Soñó que el Yorker le escribía un soneto
donde rimaba grasa y bestia con cateto
soñó que en la payada Impenintente,
le arrancaba con los versos cinco dientes


Que Libertario le escribía un dialogado,
del que toda Redota se reía
y que cuando al fin Demencia consentía
él no lograba mantenerlo levantado.


Que Cabeda le decía sin empacho
que leer a adolfo hitler es de facho
que su mujer le metía cuernos con un tío,
que para más peor ¡era judío!


Que el cura le negaba su sustento
Que el Cacho le contaba con paciencia
todas las veces que lo cargó Demencia,
habrase visto tanto sufrimiento.


Al final se despertó sobresaltado,
el pobre corazón casi parado,
porque soño, ¡qué horror! pobre Fernando,
Que por un rato había estado... ¡Trabajando!.

Febrero 2009


Sentados a la sombra de un ibisco
discutimos con Osvaldo y con Francisco
Y el tema que ocupó las discusiones
Se centraba en los tazos y los chones
Los chones son peores, como peste
que habrá que erradicar auque nos cueste
dijo uno convencido del dislate
de siquiera pensar que haya un empate.

Otro consideró que es muy probable
que alguna cosa tenga un chón de rescatable.
que en el fondo son buenos, pero el fondo
ha de ser siempre el del pozo más hondo.
Entonces yo pensé, ¿difieren tanto
los del bando infernal y el bando santo?
¿Acaso encontrará una diferencia
quien analice el tema con prudencia?

Pongamos por ejemplo: cuando un chón
hace gala de su triste condición
con consabido y aberrante disparate
que avergüenza hasta a un loco de remate
Sale veloz de seguro a responder
¿De manera más fina? Puede ser
un tazo que recuerda a los presentes
que la madre del chon le pagaba a los clientes.

Somos mejores? ¿somos peores?
Sobre cuestión tan delicada pronunciarse
es más difícil que sin manos afeitarse.


Otro punto que seguro exhibe el tema
es cuando un tazo publica algún poema
En seguida sale un chon como trompada
a llenarle la carpeta con pavada.
En cambio si algún chon pega una nota
pongamos... sobre la redondez de la pelota
Surge alguno de nosotros vehemente
para exigirle a ese chon que ponga fuente.

¿somos mejores? ¿somos peores?
Alguno pensará que son iguales.
y no existen diferencias escenciales.

¿Será el perseverar la diferencia?
¿quienes serán que insisten más con la pendencia?
He visto que Demencia muchas veces
Postea en la carpeta ochenta veces
En defender tenazmente se concentra
La sandés más estúpida que encuentra
Y nosotros contestamos solamente
una vez por cada vez que ella lo intente.

¿Somos iguales?¿somos diversos?
¿dos caras de la moneda de Redota?
No puedo estar seguro. ¿no se nota?

¿Será que nos distingue una creencia
en política, en el arte o en la ciencia?
Lo dudo, con tal de pelearse con un chón
Uno es capaz de negar la evolución.
Y he visto a chones defender altisonantes.
posiciones francamente delirantes.
El Jorgerod teorizando el gepese
es el clásico ejemplo que aparece.

¿En donde está al final la diferencia?
No lo explica ni la historia ni la ciencia.

Entonces mientras yo vaciaba el mate
Entendí como se rompe el viejo empate

El chón es en escencia insustancial
Y cuando expresa una idea, lo hace mal.
Es incapaz de hilvanar una respuesta
que tenga inteligencia manifiesta
No se esfuerza, contesta de bolea
No le dedica sudor a la pelea.
Nosotros al contrario contestamos
con meditados opúsculos arcanos

Ellos no empiezan jamás algún posteo
con algo propio o meditado según veo.
Es por eso que entre ellos y nosotros
Se abre un abismo de increible anchura
Nosotros concentramos el talento
no es inmodestia, es así como lo siento
Y el chón es simplemente un caradura.

Feb. 26  2009

Halagado o confundido


Oh, qué gran honor he recibido
No  se si estoy halagado o confundido
Pues el Infra dedicome tantos versos
Que de pura carcajada me retuerzo.

El esfuerzo mental que hizo el sujeto
Es digno de alabanza y de respeto.
Pues si bien no son rimas distinguidas
Escribió un montón de palabras seguidas.

Un jurado en el Parnaso comentaba
¿Cómo nunca noté al de la pelada?
De seguro este error irreparable
Hará que Emir por cinco años no me hable.

Lo habrá llamado Demencia velozmente
para darle su apoyo firmemente
"Tus versos Nando..¡Qué buenos que están!
Hoy te muestro las lolas por la cam.

Pero en fin, es hora ya de hablar de cosas serias
y dejarle al pobre gordo sus miserias
Y al Infra recomiéndole en voz baja,
Buscá mujeres y largá la paja.

Por un pelo

Andrea desanduvo con pasos cortos y presurosos los cinco metros que la llevaban desde la vereda hasta la puerta de la casa.
La sensación de haberse olvidado de algo era tan intensa que adquiría dimensiones de presagio.
Buscó las llaves en la cartera y para cuando las encontró, estaba temblando. Tenía que entrar pero algo que aullaba agonizante en el fondo de su mente, le suplicaba que no lo hiciera. Que diera la espalda a esa puerta tan familiar y huyera a toda velocidad.
El presagio se había convertido en otra cosa deslumbrante como un flash imprevisto.
Logró insertar al fin la llave en la cerradura luego de media docena de intentos.  Algo en el mundo estaba mal, real y definitivamente mal. La sensación de haber olvidado algo impostergable dentro de la casa, se agigantaba en el trasncurso de cada segundo. Tal vez se había dejado una hornalla encendida, en una de esas era otra cosa. Un proceso en marcha que de no ser detenido tendría pavorosas consecuencias.
Giró la llave.
Empujó la puerta.
Entró.
Las persianas estaban bajas y ella, deslumbrada por el intenso sol de la mañana, apenas si divisaba el contorno mal dibujado de los muebles. Buscó el interruptor de la luz mientras algo le cerraba la garganta y le daba a su lengua la consistencia de un felpudo polvoriento.
Todos los nervios del cuerpo le pedían que no encendiera la luz. Que con la luz encendida, algo que apenas se insinuaba se convertiría en definitivo.
El impulso de huír era tan fuerte que tuvo que clavarse las uñas en la palma de las manos para recuperar el control. Se sintió vulnerable y estúpida.
Encendió la luz.
Tirado cuan largo era sobre la alfombra, estaba el cuerpo de una mujer boca abajo en una postura antinatural y grotesca.
Cerca del cuerpo, el contenido de una cartera abierta desparramado sobre la alfombra como un vómito de quincallería.
Compelida por dos impulsos contradictorios Andrea se aproximó al cuerpo yacente. Las riendas del pánico parecieron aflojarse un tanto; más allá de la situación imposible, tenía que acercarse, quién sabe si a ayudar o sólo a ver. Acercándose estaba cuando tropezó con el borde de la alfombra y cayó sobre su propio cuerpo. La puerta de la celda se cerró con un sonoro click que fue el último sonido que Andrea escuchó en su vida.
La Muerte salió de atrás del sofá y sin mirar atrás, llegó a la puerta, la cerró con llave, la atravesó y se perdió en la calle.
Nadie podía verla, pero de haber podido, habrían leído en su rostro descarnado, la expresión de pánico y alivio característica de quien se salvó por un pelo.














Consulta

Fui al médico. Nada importante. Una diarrea y un malestar intestinal.
Esperé un buen rato. La doctora, una médico suplente, se tomaba un buen tiempo con cada paciente, cosa que está más que bien en estos tiempos donde todo es prisa.


Lo malo es que yo sí tenía prisa. Hubo que esperar poco más de una hora mientras atendió a tres personas que estaban antes que yo.

Al fin me llegó el turno. Me hizo algunas preguntas de carácter general y luego le expliqué sobre la dolencia puntual que me aquejaba. O sea la maldita diarrea.

Me hizo acostar en la camilla y me palpó el abdomen con manos heladas.
Finalizado el procedimiento volví a sentarme en la silla, me recomendó una dieta y cuando ya estaba a punto de salir, después de haber estado en la consulta no más de quince minutos, recordé que se me había terminado uno de los medicamentos para el asma. Así que se lo solicité.
-¿Tiene asma?-
-Sí doctora, sobre todo ahora en setiembre, con el cambio de temporada... ¿vió como es?-
-¿Estuvo en el CTI alguna vez por broncoespasmo?-
-No, ni siquiera estuve internado. Ni por el broncoespasmo ni por ninguna otra cosa.-
-Y ¿cuántas veces por año se ataca?- (todo esto por un Serflú, diga que es caro sino me lo compraba  en la farmacia y me ahorraba el interrogatorio)
-Un par de veces por mes doctora.-
-¿Estuvo expuesto a pinturas, solventes, combustibles?-
-Doctora, trabajo con combustibles. Siempre estoy expuesto a eso, aunque generalmente y que yo sepa, no me producen broncoespasmo, ni siquiera alergias. Me hicieron varios tests.-
-¡Qué barbaridad. ¿Y con qué se medica?- (¿Con qué le parece?¿Con Lexotán? ¿No le acabo de pedir el Serflú?
-Con Serflú y Salbutamol.-

A todo esto, habían pasado más de diez minutos, ya que ella escribía prolija y detalladamente todas mis respuestas en la historia clínica.

Vamos a auscultarlo a ver como está. ¿Está con broncoespasmo ahora?-
-Sí, con el mismo de siempre.-
-A ver, súbase la ropa. No, no, sáquese ese buzo. ¿tiene muchos buzos?-
-Once.- dije mientras entraba a sacarme uno de lana, uno polar y quedarme con la camiseta.
-¿Once?-
-Es broma,- aclaré - sólo dos.-
Me puso un estetoscopio helado en la espalda. Creo que salté.
-¡Aia! ¿Lo guarda en el freezer?-
-No exagere. A ver, respire hondo y exhale por la boca, es decir, suelte el aire por la boca.-
-Se lo que quiere decir "exhale",- medio caliente- una vez lo leí un diccionario.-
-Bueno, si lo sabe ¡hágalo!- Algo más cortante. Hice molde e inhalé y exhalé obediente.

Ahhhhh.... fuiiiiiiiiiiii, ahhhhhh,... fuiiiii. Ahaaaaa, fuiiiiii, ahhhhhh, fuiiiiii, una docena..¿dos? de veces. Ya estaba hiperventilando. Ella seguía pasándome el estetoscopio por todos y cada uno de los centímetros cuadrados de mi espalda.

-Ya está, abríguese. ¿Qué le hace mejor, las nebulizaciones o la inhalocámara?-
(Maldita mi suerte, yo que estaba apurado...)
-La inhalocámara.- (Mucho más rápida que las nebulizaciones que suelen durar como mínimo veinte minutos ¿no soy hábil?).
-Bien, entonces le vamos a dar dos disparos de Salbutamol y dos de Atrovent... cada quince minutos durante una hora.-
-¿Una hora? ¿Me puedo fugar?-
Una hora y veinte disparos después, me vino a revisar.
-Sáquese otra vez la ropa, lo voy a auscultar.-
Me saco.
-Respire hondo y exha.... largué el aire por la boca.-
Ahhhhh, Shhhhh, Ahhhh, Shhhhh Ahhhhhhh, Shhhhhh.
-Mucho mejor.- observó- se me da dos disparos de Salbutamol cada dos horas y se viene a controlar pasado mañana. ¿Entendió? ( No.. ¿por qué no me lo escribe?)
-Sí doctora, está bien.-

Menos mal que fui por una diarrea. Si hubiera ido por el asma, termino en el CTI.

Mal entendido.

Dedicado al Maro Viera, una fuente inagotable.
El miércoles decidieron cerrar el taller la tarde del siguiente viernes porque habría un apagón de esos programados, que se sabe exactamente cuando empiezan, pero nunca tan precisametne cuando terminan.

El Cacho Ramírez había logrado convencer al dueño, de la conveniencia de dar la tarde libre a todo el personal y nosotros nos habíamos aprontado para una buena tarde de siesta o parque.Lla primavera era radiante como en un sueño y el jueves de mañana estábamos todos con cara de contentos ante la perspectiva de alargar en unas cuantas horas el fin de semana.

Gran jugador el Cacho, se anticipó a la previsible intención del capataz, de aprovechar esa tarde sin herramientas, para hacer alguna otra cosa.


Zanetti era de ese tipo de capataz que sin ser exactamente mala persona, se mostraba particularmente ingenioso para inventar trabajos y el laburo para él era una cuestión de honor. Por otro lado, el tipo era un buen compañero más allá de esa rectitud de tacuara y si había que negociar algo con el patrón, lo elegíamos a él de delegado. Iba iincluso a las reuniones de la UNTMRA.


Se enfermaba si veía a alguien con las manos quietas y si algún obrero tenía la desgracia de ser descubierto por él con las manos en los bolsillos, aunque más no fuera para rascarse disimuladamente la entrepierna, se enfrentaba a una cascada de reproches y gritos rematada por un día aciago realizando los trabajos más desagradables que se le pudieran ocurrir, desarmando cosas indesarmables para limpiarlas o lubricarlas, cepillando viejos espárragos o bulones oxidados hasta dejarlos como nuevos, engrasarlos para evitar que se oxidaran nuevamente y guardándolos en gavetas o cajones que Zanetti conseguía quien sabe donde para esos propósitos.


O limpiar las bombitas de la iluminación.


Una vez se le ocurrió eso cuando estábamos al pedo una tarde de verano, porque un cliente había cancelado un trabajo programado.

Puteamos bastante con esa idea, mascullando maldiciones mientras buscábamos una escalera como para llegar a las luminarias que estaban como a cinco metros de altura.



Y murmuramos entre dientes imprecaciones de variado carácter mientras conseguíamos paños húmedos y nafta para limpiar los malditos bulbos luminosos.


Refunfuñamos improperios mientras encontrábamos los arneses que nadie tenía mucha idea de donde estaban guardados porque casi nunca se usaban. Zanetti era absolutamente intolerante con respecto a la inseguridad en cualquier trabajo al grado del fanatismo y no toleró que subièramos la escalera sin arnés.

Y escupimos insultos de diverso tenor mientras nos despojábamos de telarañas plagadas de los restos mortales de millones de bichejos asquerosos que se nos habían pegado con el sudor, por los hombros, el cuello y la cara mientras llevábamos a cabo ese trabajo a escasos centímetros del techo de chapa, que en esa tarde de verano debía estar a noventa grados.

Hay que reconocer, que cuando posteriormente encendimos las luces, el taller parecía otro, hasta el punto que el Canario Gonzáles murmuró asombrado que nunca se le había ocurrido que el armario de los electrodos fuera verde y no marrón.

El jueves a eso de las cinco de la tarde a esa hora en que el ritmo de trabajo comienza a decaer, y uno entra a mirar el reloj enorme - cuyo cristal nos preocupábamos de limpiar no menos de una vez al mes- cada vez con mayor frecuencia, mientras que el Bota carga con agua la caldera de cinco litros y la pone en la fragua para que hierva sobre las seis y podamos tomar unos mates, mientras esperamos turno para la ducha e intercambiamos bromas y cachetazos; apareció Zanetti con cara de tener una buena idea.

Se nos empezó a caer el alma. El Viejo era transparente y habíamos aprendido a leerlo como un libro. Yo estaba en el torno revólver sacando las últimas doscientas piezas de la producción diaria. El Bota era el tornero, pero a mi me encantaba pedírselo prestado cuando ya había terminado mi parte como soldador, y sin dejar de trabajar, miraba al capataz de reojo temiéndole por adelantado a esa cara mezcla rara de desbordante alegría y honda pesadumbre todo a la vez.

-Muchachos- arranco Zanetti -arreglé con García Lemes para que mañana, en lugar de irnos a las doce, nos quedemos a hacer una buena limpieza general del taller. ¿Qué les parece?-

-¿Sin luz?- preguntó el Canario con la expresión rígida de quien no quiere dejar traslucir terrible desilusión.


-Abrimos bien el portón y tenemos luz de sobra- Alegó el capataz con desmesurado optimismo. El taller era enorme y al fondo apenas si llegaría luz alguna.

Apagué el torno. El contador decía que faltaban aún dos piezas. Las hice con el impulso residual a sabiendas de que eso a Zanetti le daba una bronca bárbara. Con un poco de suerte, me iba a suspender y con la suspensión me salvaba de la maldita limpieza y recuperaba mi tarde perdida. Pero el Viejo pareció ni darse cuenta. ¡Mierda!


Caso cerrado.


Cinco y media se fueron los administrativos y mientras nosotros comenzábamos la rutina de la última media hora, es decir, limpiar las herramientas, guardarlas, cerrar potes, pasar paños, desechar virutas y guardar grasas y aceites en los armarios, escuchábamos calientes como víboras, la alegría de los de la oficina a los que no sólo se les había dado la tarde libre sino el día entero, para que nosotros pudiéramos encarar nuestra miserable tarea sin la incomodidad de los administrativos cruzando el taller rumbo al baño o la cocina. Otra buena idea de Zanetti, ¡laputamadrequeloparió!

El viernes estuvimos puntualmente a las ocho de la mañana. Cuando estábamos a punto de comenzar la limpieza, Zanetti nos avisó que hiciéramos nuestro trabajo normal hasta la hora del apagón. Luego del descanso, comenzaríamos la limpieza. Así lo hicimos. Con cierto desaliento y una lentitud desacostumbrada provocada por la ausencia de las administrativas que al cruzar el taller nos aligeraban las horas, transcurrió la mañana.


Almorzamos en silencio, sentados en la vereda con la espalda apoyada contra la pared del taller. Fue una comida inusualmente silenciosa. A todos la tarde de primavera se nos presentaba previsiblemente interminable.

Nos dormitamos la acostumbrada casi siesta, esta vez en la vereda, cosa que también reventaba al capataz y aún más al dueño de la empresa, un tipo laxo como un fideo pasado de hervor que rara vez daba alguna muestra de carácter en un sentido u otro. Llegó la una de la tarde y el portón del taller nos devoró como una boca oscura y desganada.

Curiosamente, Zanetti no había aparecido aún.
Comenzamos entre puteadas a mover primero los bancos de trabajo, objetos no sólo pesadísimos sino dotados de una inercia propia que desafía al mismísmo Newton y que para sacarlos de su estado de quietud requieren de energías incalculables. Los fuimos corriendo de uno en uno y eran doce. Barrimos detrás y debajo, los volvimos a su lugar. Eso nos llevó casi una hora.
Ni noticias del Viejo.

Luego la emprendimos con los armarios, una tarea similar a la que enfrentó Hércules con los establos de Augías, pero peor porque en los mencionados corrales, no había espantosas tarántulas en los rincones, ni ratas veloces anidando allí desde tiempos inmemoriales y reacias al desalojo.

Una hora más.

Eran las cuatro y nada de capataz.

Vislumbrábamos claramente a medida que avanzaba el trabajo, que éste no estaría terminado ni en sueños antes de las seis de la tarde por más esfuerzo que hiciéramos. Sin decir nada, el Bota llenó la caldera y como la fragua estaba apagada, la puso sobre una tortuga a supergás. Lo miramos sin hacer mayores comentarios, pero la idea silenciosa, se propagaba de cabeza en cabeza como un incendio forestal.

Cuatro y cuarto estaba pronto el mate.

Cuatro y veinte ya estábamos jugando al truco en la mismísima oficina de Zanetti.

Éramos seis, pero preferimos jugar de a cuatro. Uno al menos debía campanear que no volviera Zanetti y otro cebaba mate. Sobre mi recayó éste último papel.

Cabrerita se quedó de campana cerca del vestuario, a escasos metros del portón. Si llegaba el capataz, debía llamar con el celular al teléfono del taller, que tenía un timbre enorme, cuyo sonido estridente era audible desde todo el local.

Yo estaba cebando parado de espaldas a la puerta. La oficina era una pecera, toda de vidrio para que el capataz pudiera controlar el trabajo con sólo levantar la mirada. En la pared del fondo, colgaban planos y diagramas de piezas cuya fabricación estaba en marcha. En el rincón, un mueble cargado de biblioratos con manuales de máquinas y órdenes de trabajo.

En el escritorio de roble, sobrio como si fuera robado de un monasterio, se desarrollaba la partida. De frente a la puerta y la pared vidriada que daba al taller, estaba sentado El Canario, el Bota a la derecha jugaba en pareja con el Cacho Ramírez. Estaban recibiendo una respetable paliza a manos de la dupla integrada por el Canario y el Loco Rodríguez, este último de espaldas a las puerta.

-¡Tres pa salir!-Anunció el Canario con sádica alegría mientras que el Bota barajaba con odio. Repartió tirando las cartas como quien tira sobre la mesa un aviso fúnebre.

-¡Truco! -cantó el Loco.

-¡Quiero, retruco!-, contestó el Cacho con la leve sonrisa que usaba para desconcertar y que podía anunciar tanto una victoria como un total desastre.

-¡Vale cuatro!- El Canario analizando la cara del contrario con ciertas dudas.

En ese momento llegó el capataz.

Habíamos olvidado que el timbre del taller también necesitaba electricidad para funcionar.

El Canario de frente a la ventana, lo vio llegar y quedó pálido de la sorpresa. Además, como si la lividez fuera poca cosa, también se quedó mudo.

Sólo atinó a esconder las barajas lentamente como quien piensa en otra cosa y las guardó en el cajón. Estaba al borde del pánico y los ojos se le agrandaron como platos de restaurante caro, mientras que hacía disimulados gestos con el mentón hacia delante, para advertir a los otros de la inminente entrada de Zanetti en la oficina.

Sin percatarse, y pensando haber cazado al vuelo la seña del rival, el Cacho Ramírez, le avisó con voz autoritaria al Bota:

-¡No le des!, ¡No le des que tiene el dos!-