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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

12.1.11

Especie de confesión inexplicable.

Soy el poeta bien de mediocampo
ése que criticó Celaya duramente
el que con gesto adusto y voz paciente
desentraña no razones sino miedos
ciertamente, un neutral de medio pelo
que en buena medida esquiva aquella llaga
porque meter el dedo nunca paga
tantos muertos ajenos.

Soy un deshilvanador de sentimientos
de pequeño burgués cómodamente
establecido en su parcela simplemente
mirando el mundo sin pedir el cielo
Porque no creo ya en los paraísos
y me perdí la Tierra Prometida
(cualquier promesa que por ser cumplida
debe esperar milenios y flagelos
no es otra cosa que la burla de un enfermo
un chiste de mal gusto, el truco eterno
de un mago que ha perdido su pañuelo
y para zafar de la vergüenza pide tiempo)

Y no espero de mi ninguna cosa
que me lleve a la cima del Parnaso
balbuceando ficciones me las paso
y para que no me duela, cada día
recreo una vez más la fantasía
de un dolor extranjero e inventado
de un sueño que no puede ser soñado
o de un amor secreto. que me invento.

¡Qué cómoda mi silla de poeta!
¡Qué cómoda mi pose en esta altura!
que convierte en vulgar literatura
tanto dolor secreto.

Soy un rincón inexplorado de mi mismo
donde no puedo entrar porque da miedo
Y ante la puerta gris del desconsuelo
me siento sin abrirla  ni entenderla
sin atreverme a transgredir la regla
creyendo vivir, muero.

Fines

Esta última y catastrófica derrota




Este pírrico triunfo a contramano



El no saber si te llamo o no te llamo,



y arrogancia triunfal en tu mirada.







Tu rimel en la funda de la almohada



Y la final e indiferente nota



pegada en la heladera



capaz de congelar la primavera



que termina con "chau"



con un "chau" seco,



como un madero enterrado entre las dunas



tan frío como el rostro de la luna



sin "tequieros", sin "besos", sin más nada



que tu desdén e indiferencia helada,







arenas movedizas de un desierto.















Esa espalda que se hiela si la toco



Lo que quisiera decir y no me sale,







Y en el espejo el vestigio de tu aliento



y el hipnótico incienso de la bruma



tu recuerdo subiendo como espuma



Y este final tan loco.







¿Sobre quién es tu victoria?



me pregunto



¿qué sombra en el pasado



derrotaste partiendo de mi lado



de un día para otro, inexplicable?







seguramente es imposible que lo sepa



habrá tantas respuestas como puertas



como cabellos derramados en la almohada







Las épicas victorias y las derrotas graves



tienen en común no sólo ser



anverso y reverso de una misma batalla



sino también la persistencia en el recuerdo.



Así seguramente persistamos



uno en brazos del otro



más allá de esta contingencia de combate



más allá de verdades categóricas.







Y en algún atardecer en el futuro,



una silueta me traerá tu nombre



Y si el recuerdo me arrebata una sonrisa.



Habrá valido la pena haberte amado.

Esas mañanas

Te encontré dibujada en el espejo,
esa mañana un poco antes del café
y apenas un segundo después de las pantuflas.
Me hace gracia como te resistís a irte del todo
Tanta gracia que río hasta las lágrimas,
pero seguramente algo anda mal en mi sistema
de evacuar la nostalgia innecesaria
porque a veces en lágrimas me quedo
más o menos hasta media mañana.


Y entoncés me pregunto: ¿quién carajo?
¿Qué dios grotesco me hizo inmune a todo olvido
y me dibuja tu rostro en las cortinas?
Y me agría la yerba con adioses
y me pone el canal de la nostalgia
en ese televisor que nunca enciendo.

Tiene razón Joaquín:
la radio no habla de ti.
son cosas mias.

Equívocos

Solos entre las sombras


de la Estación Central

no era seguro más

de las once de la noche.

Ella me preguntó

por el tren que iba a un sitio

que yo jamás había

oído nombrar antes.



Le sonreí sintiéndome algo así como un héroe

señalé con un gesto el único bar abierto,

“vamos allá, -le dije- “tu tren se fue hace rato

pero seguro hay otro sobre el amanecer

que pasa frente al río justo cuando el sol nace.”



Desconfiaste un momento de buenas intenciones

Y pasó por tus ojos algo como un recuerdo.

Encogiste los hombros:

“¿Qué más me da a esta altura

total todos mis bártulos se han ido cuesta abajo

en el vagón de carga de un tren equivocado”.



Recuerdo el preciso instante en que rocé tu mano

fue mientras que con la transpiración de la cerveza

dibujabas un pájaro, una luna o el viento

con tu dedo de lápiz y de papel la mesa

Entrelazamos los dedos un momento después

igual a enamorados que ciegos y sedientos

se aferran entre ellos en medio de un naufragio.



El mozo un tipo enjuto de rostro preocupado

barría las baldosas distraído del mundo

y un borracho acodado en el último tramo

del mostrador cantaba llorando “Las cuarenta”



“No pensar ni equivocado” canturreé con cinismo

“ si igual se vive” seguiste, cantando entre el estrépito

del borracho cayéndose del alto taburete:

un derrotado más del reino de la noche

entre el olor a grasa y las puertas de tijera

arrastrado hacia un banco por dos desconocidos

una huella de orina, un zapato perdido.

y nosotros sonriéndonos como idiotas felices.



“¡Vámonos!” me dijiste cuando se hizo evidente

el fastidio impaciente en la cara del mozo

“llevame a algún lugar, cualquiera da lo mismo

que los conozco todos, solo quiero que ahora

alguno hasta hoy anónimo me recuerde tu nombre.”



El antiguo reloj de la estación vacìa

al que siempre vi pinta de bonsai de BigBen

como los fabricaban antaño los ingleses,

señalaba que eran las cuatro menos cinco.

E invulnerable al frío de aquella madrugada

te adentraste en la noche como en una piscina



“Hombres” me comentaste mientras yo deslizaba

mi mano en mismísimo umbral de tu cintura

me besaste tal como pagaras una deuda.



“Prometeme respetar mi corazón” –me dijiste-

“aunque sólo mis piernas te sirvan de refugio

aunque mis pechos sean la última esperanza

aunque me beses con los ojos abiertos

aunque tras el polvo, me dejes sólo polvo

y me convierta en nadie después de media cuadra.”



Y yo que hasta el momento te hubiera prometido

cualquier cosa en el mundo con tal de lo que sea



quedé estúpidamente confundido

y en alguna intersección próxima al alba

te rompí el corazón como quien rompe

un juguete por ver que tiene adentro.

en tanto se apagaban los primeros faroles

y saludaba al sol la sirena de un barco..



Me miraste con altivez de estatua griega

como una diosa arrogante, aún destronada

transcurridos tres pasos, cuatro, cinco.

hablaste más bien para ti misma:



“lo bueno de hallar siempre al hombre equivocado

consiste en tener claro que no vale la pena

dejar que una esperanza se te cuele en el alma

y por un precio módico: apenas morir sola

vivís una tristeza cómoda y confortable

como dentro de un féretro lujoso y enjoyado

en medio de una sala totalmente vacía.”



Después de eso giraste con severa elegancia

justo cuando empezaba a caer la llovizna,

te descalzaste como si la ciudad entera

fuera un loft alfombrado o una playa o tu patio.



seguí tus breves pasos llevándote hacia el centro

hasta que la distancia desdibujó la escena.

Fui a tomar un café, tan solo como siempre.

O más solo que nunca, si cabe, si se quiere

mientras que la nostalgia daba paso a otra cosa.

Y bueno: ya lo dije

Apenas me levanto, en el espejo


ese otro tipo con cara de dormido

se acuerda de recordarme que me olvido

que esta mañana desperté más viejo



Si eso significara que: “más sabio”

o “más flaco”

o “más audaz”

o “más seguro”

o acaso con el pelo más oscuro

este poema no sería necesario



Lo que sucede es más bien por el contrario

Que el tipo ese que el cristal refleja

en cada cumpledía que festeja

sabe menos que ayer y de ordinario



está más adiposo y más prudente

y tiene la certeza devaluada

después de creer en todo, cree en nada

Y del pelo ni hablemos: no es decente.