Soy el poeta bien de mediocampo
ése que criticó Celaya duramente
el que con gesto adusto y voz paciente
desentraña no razones sino miedos
ciertamente, un neutral de medio pelo
que en buena medida esquiva aquella llaga
porque meter el dedo nunca paga
tantos muertos ajenos.
Soy un deshilvanador de sentimientos
de pequeño burgués cómodamente
establecido en su parcela simplemente
mirando el mundo sin pedir el cielo
Porque no creo ya en los paraísos
y me perdí la Tierra Prometida
(cualquier promesa que por ser cumplida
debe esperar milenios y flagelos
no es otra cosa que la burla de un enfermo
un chiste de mal gusto, el truco eterno
de un mago que ha perdido su pañuelo
y para zafar de la vergüenza pide tiempo)
Y no espero de mi ninguna cosa
que me lleve a la cima del Parnaso
balbuceando ficciones me las paso
y para que no me duela, cada día
recreo una vez más la fantasía
de un dolor extranjero e inventado
de un sueño que no puede ser soñado
o de un amor secreto. que me invento.
¡Qué cómoda mi silla de poeta!
¡Qué cómoda mi pose en esta altura!
que convierte en vulgar literatura
tanto dolor secreto.
Soy un rincón inexplorado de mi mismo
donde no puedo entrar porque da miedo
Y ante la puerta gris del desconsuelo
me siento sin abrirla ni entenderla
sin atreverme a transgredir la regla
creyendo vivir, muero.
Cuentos, artículos, reflexiones, recomendaciones, pensamientos, sugerencias, ocurrencias y otros cuya definición coincidiría con su contenido
Novedades.
La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.
Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.
Capítulo 1: Malos comienzos: http://el-herrante.blogspot.com/2011/05/la-conspiracion-1-malos-comienzos.html
Capítulo 2: Acá también pasan cosas: http://el-herrante.blogspot.com/2011/05/la-conspiracion-2-aca-tambien-pasan.html
Capítulo 3: Seguridad ante todo: http://el-herrante.blogspot.com/2011/05/la-conspiracion-capitulo-3.html
Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:
12.1.11
Fines
Esta última y catastrófica derrota
Este pírrico triunfo a contramano
El no saber si te llamo o no te llamo,
y arrogancia triunfal en tu mirada.
Tu rimel en la funda de la almohada
Y la final e indiferente nota
pegada en la heladera
capaz de congelar la primavera
que termina con "chau"
con un "chau" seco,
como un madero enterrado entre las dunas
tan frío como el rostro de la luna
sin "tequieros", sin "besos", sin más nada
que tu desdén e indiferencia helada,
arenas movedizas de un desierto.
Esa espalda que se hiela si la toco
Lo que quisiera decir y no me sale,
Y en el espejo el vestigio de tu aliento
y el hipnótico incienso de la bruma
tu recuerdo subiendo como espuma
Y este final tan loco.
¿Sobre quién es tu victoria?
me pregunto
¿qué sombra en el pasado
derrotaste partiendo de mi lado
de un día para otro, inexplicable?
seguramente es imposible que lo sepa
habrá tantas respuestas como puertas
como cabellos derramados en la almohada
Las épicas victorias y las derrotas graves
tienen en común no sólo ser
anverso y reverso de una misma batalla
sino también la persistencia en el recuerdo.
Así seguramente persistamos
uno en brazos del otro
más allá de esta contingencia de combate
más allá de verdades categóricas.
Y en algún atardecer en el futuro,
una silueta me traerá tu nombre
Y si el recuerdo me arrebata una sonrisa.
Habrá valido la pena haberte amado.
Este pírrico triunfo a contramano
El no saber si te llamo o no te llamo,
y arrogancia triunfal en tu mirada.
Tu rimel en la funda de la almohada
Y la final e indiferente nota
pegada en la heladera
capaz de congelar la primavera
que termina con "chau"
con un "chau" seco,
como un madero enterrado entre las dunas
tan frío como el rostro de la luna
sin "tequieros", sin "besos", sin más nada
que tu desdén e indiferencia helada,
arenas movedizas de un desierto.
Esa espalda que se hiela si la toco
Lo que quisiera decir y no me sale,
Y en el espejo el vestigio de tu aliento
y el hipnótico incienso de la bruma
tu recuerdo subiendo como espuma
Y este final tan loco.
¿Sobre quién es tu victoria?
me pregunto
¿qué sombra en el pasado
derrotaste partiendo de mi lado
de un día para otro, inexplicable?
seguramente es imposible que lo sepa
habrá tantas respuestas como puertas
como cabellos derramados en la almohada
Las épicas victorias y las derrotas graves
tienen en común no sólo ser
anverso y reverso de una misma batalla
sino también la persistencia en el recuerdo.
Así seguramente persistamos
uno en brazos del otro
más allá de esta contingencia de combate
más allá de verdades categóricas.
Y en algún atardecer en el futuro,
una silueta me traerá tu nombre
Y si el recuerdo me arrebata una sonrisa.
Habrá valido la pena haberte amado.
Esas mañanas
Te encontré dibujada en el espejo,
esa mañana un poco antes del café
y apenas un segundo después de las pantuflas.
Me hace gracia como te resistís a irte del todo
Tanta gracia que río hasta las lágrimas,
pero seguramente algo anda mal en mi sistema
de evacuar la nostalgia innecesaria
porque a veces en lágrimas me quedo
más o menos hasta media mañana.
Y entoncés me pregunto: ¿quién carajo?
¿Qué dios grotesco me hizo inmune a todo olvido
y me dibuja tu rostro en las cortinas?
Y me agría la yerba con adioses
y me pone el canal de la nostalgia
en ese televisor que nunca enciendo.
Tiene razón Joaquín:
la radio no habla de ti.
son cosas mias.
esa mañana un poco antes del café
y apenas un segundo después de las pantuflas.
Me hace gracia como te resistís a irte del todo
Tanta gracia que río hasta las lágrimas,
pero seguramente algo anda mal en mi sistema
de evacuar la nostalgia innecesaria
porque a veces en lágrimas me quedo
más o menos hasta media mañana.
Y entoncés me pregunto: ¿quién carajo?
¿Qué dios grotesco me hizo inmune a todo olvido
y me dibuja tu rostro en las cortinas?
Y me agría la yerba con adioses
y me pone el canal de la nostalgia
en ese televisor que nunca enciendo.
Tiene razón Joaquín:
la radio no habla de ti.
son cosas mias.
Equívocos
Solos entre las sombras
de la Estación Central
no era seguro más
de las once de la noche.
Ella me preguntó
por el tren que iba a un sitio
que yo jamás había
oído nombrar antes.
Le sonreí sintiéndome algo así como un héroe
señalé con un gesto el único bar abierto,
“vamos allá, -le dije- “tu tren se fue hace rato
pero seguro hay otro sobre el amanecer
que pasa frente al río justo cuando el sol nace.”
Desconfiaste un momento de buenas intenciones
Y pasó por tus ojos algo como un recuerdo.
Encogiste los hombros:
“¿Qué más me da a esta altura
total todos mis bártulos se han ido cuesta abajo
en el vagón de carga de un tren equivocado”.
Recuerdo el preciso instante en que rocé tu mano
fue mientras que con la transpiración de la cerveza
dibujabas un pájaro, una luna o el viento
con tu dedo de lápiz y de papel la mesa
Entrelazamos los dedos un momento después
igual a enamorados que ciegos y sedientos
se aferran entre ellos en medio de un naufragio.
El mozo un tipo enjuto de rostro preocupado
barría las baldosas distraído del mundo
y un borracho acodado en el último tramo
del mostrador cantaba llorando “Las cuarenta”
“No pensar ni equivocado” canturreé con cinismo
“ si igual se vive” seguiste, cantando entre el estrépito
del borracho cayéndose del alto taburete:
un derrotado más del reino de la noche
entre el olor a grasa y las puertas de tijera
arrastrado hacia un banco por dos desconocidos
una huella de orina, un zapato perdido.
y nosotros sonriéndonos como idiotas felices.
“¡Vámonos!” me dijiste cuando se hizo evidente
el fastidio impaciente en la cara del mozo
“llevame a algún lugar, cualquiera da lo mismo
que los conozco todos, solo quiero que ahora
alguno hasta hoy anónimo me recuerde tu nombre.”
El antiguo reloj de la estación vacìa
al que siempre vi pinta de bonsai de BigBen
como los fabricaban antaño los ingleses,
señalaba que eran las cuatro menos cinco.
E invulnerable al frío de aquella madrugada
te adentraste en la noche como en una piscina
“Hombres” me comentaste mientras yo deslizaba
mi mano en mismísimo umbral de tu cintura
me besaste tal como pagaras una deuda.
“Prometeme respetar mi corazón” –me dijiste-
“aunque sólo mis piernas te sirvan de refugio
aunque mis pechos sean la última esperanza
aunque me beses con los ojos abiertos
aunque tras el polvo, me dejes sólo polvo
y me convierta en nadie después de media cuadra.”
Y yo que hasta el momento te hubiera prometido
cualquier cosa en el mundo con tal de lo que sea
quedé estúpidamente confundido
y en alguna intersección próxima al alba
te rompí el corazón como quien rompe
un juguete por ver que tiene adentro.
en tanto se apagaban los primeros faroles
y saludaba al sol la sirena de un barco..
Me miraste con altivez de estatua griega
como una diosa arrogante, aún destronada
transcurridos tres pasos, cuatro, cinco.
hablaste más bien para ti misma:
“lo bueno de hallar siempre al hombre equivocado
consiste en tener claro que no vale la pena
dejar que una esperanza se te cuele en el alma
y por un precio módico: apenas morir sola
vivís una tristeza cómoda y confortable
como dentro de un féretro lujoso y enjoyado
en medio de una sala totalmente vacía.”
Después de eso giraste con severa elegancia
justo cuando empezaba a caer la llovizna,
te descalzaste como si la ciudad entera
fuera un loft alfombrado o una playa o tu patio.
seguí tus breves pasos llevándote hacia el centro
hasta que la distancia desdibujó la escena.
Fui a tomar un café, tan solo como siempre.
O más solo que nunca, si cabe, si se quiere
mientras que la nostalgia daba paso a otra cosa.
de la Estación Central
no era seguro más
de las once de la noche.
Ella me preguntó
por el tren que iba a un sitio
que yo jamás había
oído nombrar antes.
Le sonreí sintiéndome algo así como un héroe
señalé con un gesto el único bar abierto,
“vamos allá, -le dije- “tu tren se fue hace rato
pero seguro hay otro sobre el amanecer
que pasa frente al río justo cuando el sol nace.”
Desconfiaste un momento de buenas intenciones
Y pasó por tus ojos algo como un recuerdo.
Encogiste los hombros:
“¿Qué más me da a esta altura
total todos mis bártulos se han ido cuesta abajo
en el vagón de carga de un tren equivocado”.
Recuerdo el preciso instante en que rocé tu mano
fue mientras que con la transpiración de la cerveza
dibujabas un pájaro, una luna o el viento
con tu dedo de lápiz y de papel la mesa
Entrelazamos los dedos un momento después
igual a enamorados que ciegos y sedientos
se aferran entre ellos en medio de un naufragio.
El mozo un tipo enjuto de rostro preocupado
barría las baldosas distraído del mundo
y un borracho acodado en el último tramo
del mostrador cantaba llorando “Las cuarenta”
“No pensar ni equivocado” canturreé con cinismo
“ si igual se vive” seguiste, cantando entre el estrépito
del borracho cayéndose del alto taburete:
un derrotado más del reino de la noche
entre el olor a grasa y las puertas de tijera
arrastrado hacia un banco por dos desconocidos
una huella de orina, un zapato perdido.
y nosotros sonriéndonos como idiotas felices.
“¡Vámonos!” me dijiste cuando se hizo evidente
el fastidio impaciente en la cara del mozo
“llevame a algún lugar, cualquiera da lo mismo
que los conozco todos, solo quiero que ahora
alguno hasta hoy anónimo me recuerde tu nombre.”
El antiguo reloj de la estación vacìa
al que siempre vi pinta de bonsai de BigBen
como los fabricaban antaño los ingleses,
señalaba que eran las cuatro menos cinco.
E invulnerable al frío de aquella madrugada
te adentraste en la noche como en una piscina
“Hombres” me comentaste mientras yo deslizaba
mi mano en mismísimo umbral de tu cintura
me besaste tal como pagaras una deuda.
“Prometeme respetar mi corazón” –me dijiste-
“aunque sólo mis piernas te sirvan de refugio
aunque mis pechos sean la última esperanza
aunque me beses con los ojos abiertos
aunque tras el polvo, me dejes sólo polvo
y me convierta en nadie después de media cuadra.”
Y yo que hasta el momento te hubiera prometido
cualquier cosa en el mundo con tal de lo que sea
quedé estúpidamente confundido
y en alguna intersección próxima al alba
te rompí el corazón como quien rompe
un juguete por ver que tiene adentro.
en tanto se apagaban los primeros faroles
y saludaba al sol la sirena de un barco..
Me miraste con altivez de estatua griega
como una diosa arrogante, aún destronada
transcurridos tres pasos, cuatro, cinco.
hablaste más bien para ti misma:
“lo bueno de hallar siempre al hombre equivocado
consiste en tener claro que no vale la pena
dejar que una esperanza se te cuele en el alma
y por un precio módico: apenas morir sola
vivís una tristeza cómoda y confortable
como dentro de un féretro lujoso y enjoyado
en medio de una sala totalmente vacía.”
Después de eso giraste con severa elegancia
justo cuando empezaba a caer la llovizna,
te descalzaste como si la ciudad entera
fuera un loft alfombrado o una playa o tu patio.
seguí tus breves pasos llevándote hacia el centro
hasta que la distancia desdibujó la escena.
Fui a tomar un café, tan solo como siempre.
O más solo que nunca, si cabe, si se quiere
mientras que la nostalgia daba paso a otra cosa.
Y bueno: ya lo dije
Apenas me levanto, en el espejo
ese otro tipo con cara de dormido
se acuerda de recordarme que me olvido
que esta mañana desperté más viejo
Si eso significara que: “más sabio”
o “más flaco”
o “más audaz”
o “más seguro”
o acaso con el pelo más oscuro
este poema no sería necesario
Lo que sucede es más bien por el contrario
Que el tipo ese que el cristal refleja
en cada cumpledía que festeja
sabe menos que ayer y de ordinario
está más adiposo y más prudente
y tiene la certeza devaluada
después de creer en todo, cree en nada
Y del pelo ni hablemos: no es decente.
ese otro tipo con cara de dormido
se acuerda de recordarme que me olvido
que esta mañana desperté más viejo
Si eso significara que: “más sabio”
o “más flaco”
o “más audaz”
o “más seguro”
o acaso con el pelo más oscuro
este poema no sería necesario
Lo que sucede es más bien por el contrario
Que el tipo ese que el cristal refleja
en cada cumpledía que festeja
sabe menos que ayer y de ordinario
está más adiposo y más prudente
y tiene la certeza devaluada
después de creer en todo, cree en nada
Y del pelo ni hablemos: no es decente.
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