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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

10.11.06

Una conlimón

Felices sólo son los estúpidos, dijo Cabrera y para dar contundencia a su afirmación, apuró el vaso de grapa con limón que se calentaba en su mano hacía rato.

Cabrera tomaba por obligación, cosa que no dejaba de admirar a sus viejos amigos en la rueda del boliche. Tomaba como un católico cumple una confesión penosa antes de comulgar, así como se hubiera esforzado ps uor eructar después de una buena comida si hubiera estado sentado a la mesa en un país donde ésa costumbre fuera de rigor.
Tomaba porque no se puede compartir una mesa donde todos toman algo más o menos fuerte, mientras uno toma un cafecito. Uno desentona y a Cabrera no le gustaba desentonar, pensandolo bien, no le gustaba entonar tampoco, le gustaba ser parte del pelotón.

Riso lo miró con ojos aguados por la caña, voporosos de humo de tabaco y colorados de alcohol. Por un breve instante consideró la posibilidad de trenzarse en a discutir la afirmación del veterano, pero pensándolo brevemente, llegó a la vaga conclusión de que la claridad de las ideas propias estaría ya demasiado empañada por el trago y prefirió dejarlo así.

Fue Osorio el que recogió el guante. Por ahí seguramente se debió a qué él mismo se sintió aludido por el tajante comentario del veterano. Si alguien hubiera puesto la foto de Osorio al lado de la palabra "feliz" en el diccionario, a nadie le hubiera llamado la atención. De rostro rubicundo y sonrosado, era incapaz de ver medio vacío un vaso que apenas contuviera unas gotas. Pero su felicidad tenía una extraña característica: no era contagiosa. Era una felicidad egosista que pocas veces llegaba a reflejarse realmente en su mirada y menos aún, a transformarse en sonrisa.

-¿No estarás exagerando Cabrerita?- preguntó usando como hacía habitualmente, un diminutivo, prerrogativa que sólo él entre los presentes se atrevía a tomarse y que si bien nunca fue bienvenida por el destinatario, tampoco fue tajantemente rechazada.

A Cabrera le provocaba una desagradable sensación de resignación e impotencia, le hacía sentir como un jokey fracasado o un puntero derecho cubierto de añejas glorias que nadie se tomaba ya la molestia de recordar.

Por enésima vez sintió unas vagas ganas de retrucarle al atrevido. Por enésima vez se contuvo sabiendo de antemano que hubiera resultado tan inútil como incómodo para el resto de los presentes.

Prefirió responder.

-No, no creo- se tomó un momento para pensar mientras dejaba el vaso vacío sobre una servilleta, costumbre impuesta por cuarenta años de matrimonio.
-Mirá- dijo arrellanándose en la silla desvencijada como si fuera un sofá, -el hombre no puede ser feliz mientras sobre si penda la sombra de la muerte.-

Osorio lo miró de la misma manera en que un plomero miraría un caño de madera. En su gesto había algo que estaba más allá de toda incomprensión. Más allá de la extrañeza. Si por la puerta del boliche hubiera entrado un perro con dos cabezas lo habrìa mirado de la misma manera.

Le llevó un par de segundos entender a que se refería Cabrera. Un par se segundos más elucubrar una respuesta.

-Dejate de joder Cabrerita, no podés ir por la vida vestido de luto, la muerte es la muerte y es lo único seguro que tiene uno en propiedad desde que nace. Así que ¿Para qué vas a andar pensando en eso?-

Cabrera pasó por alto nuevamente el diminutivo. Le pareció más importante explicar. ¿Pero cómo? Miró hacia la ventana en busca de una respuesta inspirada y definitiva. El Moncho Pereira pasaba empujando pesadamente una carretilla llena de sandías. Un perro vegetaba sarnoso como un andante monumento a la lástima, una mujer vencida por los desencuentros cruza la calle bajo el ardiente sol de enero como si lloviera a cántaros.

Sobre todos y cada uno, la muerte como una constante, la muerte como una sombra, la muerte poniendo un piadoso fin a toda una vida de sinsentidos.

-¡Ma sí- Dijo Cabrera vencido por la estupidez del mundo. -Tenés razón... ¡Mozo, otra con limón!- Pidió con voz cansada y se dejó vencer por la corriente.

Salinas 11-11-06

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