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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

12.1.11

Equívocos

Solos entre las sombras


de la Estación Central

no era seguro más

de las once de la noche.

Ella me preguntó

por el tren que iba a un sitio

que yo jamás había

oído nombrar antes.



Le sonreí sintiéndome algo así como un héroe

señalé con un gesto el único bar abierto,

“vamos allá, -le dije- “tu tren se fue hace rato

pero seguro hay otro sobre el amanecer

que pasa frente al río justo cuando el sol nace.”



Desconfiaste un momento de buenas intenciones

Y pasó por tus ojos algo como un recuerdo.

Encogiste los hombros:

“¿Qué más me da a esta altura

total todos mis bártulos se han ido cuesta abajo

en el vagón de carga de un tren equivocado”.



Recuerdo el preciso instante en que rocé tu mano

fue mientras que con la transpiración de la cerveza

dibujabas un pájaro, una luna o el viento

con tu dedo de lápiz y de papel la mesa

Entrelazamos los dedos un momento después

igual a enamorados que ciegos y sedientos

se aferran entre ellos en medio de un naufragio.



El mozo un tipo enjuto de rostro preocupado

barría las baldosas distraído del mundo

y un borracho acodado en el último tramo

del mostrador cantaba llorando “Las cuarenta”



“No pensar ni equivocado” canturreé con cinismo

“ si igual se vive” seguiste, cantando entre el estrépito

del borracho cayéndose del alto taburete:

un derrotado más del reino de la noche

entre el olor a grasa y las puertas de tijera

arrastrado hacia un banco por dos desconocidos

una huella de orina, un zapato perdido.

y nosotros sonriéndonos como idiotas felices.



“¡Vámonos!” me dijiste cuando se hizo evidente

el fastidio impaciente en la cara del mozo

“llevame a algún lugar, cualquiera da lo mismo

que los conozco todos, solo quiero que ahora

alguno hasta hoy anónimo me recuerde tu nombre.”



El antiguo reloj de la estación vacìa

al que siempre vi pinta de bonsai de BigBen

como los fabricaban antaño los ingleses,

señalaba que eran las cuatro menos cinco.

E invulnerable al frío de aquella madrugada

te adentraste en la noche como en una piscina



“Hombres” me comentaste mientras yo deslizaba

mi mano en mismísimo umbral de tu cintura

me besaste tal como pagaras una deuda.



“Prometeme respetar mi corazón” –me dijiste-

“aunque sólo mis piernas te sirvan de refugio

aunque mis pechos sean la última esperanza

aunque me beses con los ojos abiertos

aunque tras el polvo, me dejes sólo polvo

y me convierta en nadie después de media cuadra.”



Y yo que hasta el momento te hubiera prometido

cualquier cosa en el mundo con tal de lo que sea



quedé estúpidamente confundido

y en alguna intersección próxima al alba

te rompí el corazón como quien rompe

un juguete por ver que tiene adentro.

en tanto se apagaban los primeros faroles

y saludaba al sol la sirena de un barco..



Me miraste con altivez de estatua griega

como una diosa arrogante, aún destronada

transcurridos tres pasos, cuatro, cinco.

hablaste más bien para ti misma:



“lo bueno de hallar siempre al hombre equivocado

consiste en tener claro que no vale la pena

dejar que una esperanza se te cuele en el alma

y por un precio módico: apenas morir sola

vivís una tristeza cómoda y confortable

como dentro de un féretro lujoso y enjoyado

en medio de una sala totalmente vacía.”



Después de eso giraste con severa elegancia

justo cuando empezaba a caer la llovizna,

te descalzaste como si la ciudad entera

fuera un loft alfombrado o una playa o tu patio.



seguí tus breves pasos llevándote hacia el centro

hasta que la distancia desdibujó la escena.

Fui a tomar un café, tan solo como siempre.

O más solo que nunca, si cabe, si se quiere

mientras que la nostalgia daba paso a otra cosa.

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