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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

15.9.10

Por un pelo

Andrea desanduvo con pasos cortos y presurosos los cinco metros que la llevaban desde la vereda hasta la puerta de la casa.
La sensación de haberse olvidado de algo era tan intensa que adquiría dimensiones de presagio.
Buscó las llaves en la cartera y para cuando las encontró, estaba temblando. Tenía que entrar pero algo que aullaba agonizante en el fondo de su mente, le suplicaba que no lo hiciera. Que diera la espalda a esa puerta tan familiar y huyera a toda velocidad.
El presagio se había convertido en otra cosa deslumbrante como un flash imprevisto.
Logró insertar al fin la llave en la cerradura luego de media docena de intentos.  Algo en el mundo estaba mal, real y definitivamente mal. La sensación de haber olvidado algo impostergable dentro de la casa, se agigantaba en el trasncurso de cada segundo. Tal vez se había dejado una hornalla encendida, en una de esas era otra cosa. Un proceso en marcha que de no ser detenido tendría pavorosas consecuencias.
Giró la llave.
Empujó la puerta.
Entró.
Las persianas estaban bajas y ella, deslumbrada por el intenso sol de la mañana, apenas si divisaba el contorno mal dibujado de los muebles. Buscó el interruptor de la luz mientras algo le cerraba la garganta y le daba a su lengua la consistencia de un felpudo polvoriento.
Todos los nervios del cuerpo le pedían que no encendiera la luz. Que con la luz encendida, algo que apenas se insinuaba se convertiría en definitivo.
El impulso de huír era tan fuerte que tuvo que clavarse las uñas en la palma de las manos para recuperar el control. Se sintió vulnerable y estúpida.
Encendió la luz.
Tirado cuan largo era sobre la alfombra, estaba el cuerpo de una mujer boca abajo en una postura antinatural y grotesca.
Cerca del cuerpo, el contenido de una cartera abierta desparramado sobre la alfombra como un vómito de quincallería.
Compelida por dos impulsos contradictorios Andrea se aproximó al cuerpo yacente. Las riendas del pánico parecieron aflojarse un tanto; más allá de la situación imposible, tenía que acercarse, quién sabe si a ayudar o sólo a ver. Acercándose estaba cuando tropezó con el borde de la alfombra y cayó sobre su propio cuerpo. La puerta de la celda se cerró con un sonoro click que fue el último sonido que Andrea escuchó en su vida.
La Muerte salió de atrás del sofá y sin mirar atrás, llegó a la puerta, la cerró con llave, la atravesó y se perdió en la calle.
Nadie podía verla, pero de haber podido, habrían leído en su rostro descarnado, la expresión de pánico y alivio característica de quien se salvó por un pelo.














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