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La estupidez es el único veneno cuyo efecto mata a los sobrevivientes.

Se publican aquí las cuatro partes escritas hasta ahora del cuento largo "La Conspiración" una historia policial en medio de las peripecias del Tercer Mundo.




Capítulo 4: Todo lo que pueda ir mal...:

15.9.10

Unos minutos de arena.

Mabel gozaba esa tarde de la paz.

Su mamá no la había llevado nunca a la playa. Tal vez estaba demasiado ocupada con las tareas domésticas, el extenuante trabajo de lavar ropa a mano para afuera y el intenso trajín que le demandaban sus cinco hermanos.
Pero esa tarde de enero se había producido una curiosa excepción.
Estaba en las arenas de Pocitos, próxima a donde se elevaba la curiosa estructura circular del Parador Kibon. Más o menos a la altura de Buxareo.
Hechizada con la arena, hacía castillos sin más herramientas que sus manos y algún palito traído por la resaca. El sol le acariciaba la espalda, y todas las voces, se habían unido primero en una sola voz, y luego en un murmullo apenas perceptible como el sonido del mar escuchado dentro del misterio del caracol.
Llegó a la playa con cierta desconfianza. La asustaba el rumor de las inofensivas olas del Río de la Plata; la muchedumbre asimismo también le generaba cierto temor. Un grupo de adolescentes jugaba bulliciosamente con una pelota de goma. Ella se escondió detrás de mamá lo más que pudo. Los jugadores los ignoraron totalmente.
Entonces, apenas su madre depositó en la arena los múltiples bártulos, a la vez que los sus hermanos corrían hacia el agua, sin apenas haberse tomado la molestia de descubrirse el torso, Mabel notó asombrada, que el suelo era plástico, maleable, permeable a su voluntad. Mabel descubrió la arena y el descubrimiento le colmó el alma de alegría.
Se dejó caer en la arena tibia. Tomó un puñado entre sus manos y miró con ojos asombrados y nuevos, como se escurría de ella y retornando a su propia madre.
Aún no sabía contar pero tenía claro el concepto de “mucho” y tal vez, ¿Quién sabe?, el concepto de Infinito. Las estrellas, que alguna vez miró desde la vereda de su casa humilde, le parecieron siempre muchas, pero curiosamente, los granos de arena, le parecieron más mucho que las estrellas.
Se dio a la tarea de construir con la arena. Sus manos, poco hábiles, amontonaron la arena y si bien la sensación de poder – ¡al fin!- someter una pequeña porción de universo a su voluntad, la frustraba un tanto, el rápido desmoronamiento de las montañas mínimas que construía. La arena insistía en volver a ser lo que era, y la imposición de su voluntad, era demasiado efímera como para resultarle extraordinariamente satisfactoria.
Mamá fue hasta la orilla y obligó a salir del agua a uno de sus hermanos que notoriamente feliz, se empeñaba en salpicar sin ningún disimulo a los bañistas que entraban al agua con la cautela del frío.
Su hermano, a la vista de la esterilidad de los esfuerzos de Mabel, por construir algo que fuera un poco menos fugaz, la llevó de la mano unos metros más allá, hacia la arena húmeda.
Le mostró como, ahora si, la arena mantenía la forma que le ordenaban y el descubrimiento la hizo feliz.
Mabel disfrutaba de su primer juguete.
A medida que sacaba la arena para armar una montaña, misteriosamente iba armando un agujero que rápidamente se transformó en una pequeña laguna. el hecho mismo de la simultaneidad de la montañita y el lago, la colmó de asombro y maravilla.
Se preguntó de donde vendría el agua que iba apareciendo el agujero.
La explicación estaba más allá de su entendimiento, pero a la mente le vino clarita la imagen de un colador.
¿Se colaría el agua grande del mar a través de la arena hacia el agua chica de su laguito?
La montaña había tomado ya considerables proporciones. Se atrevió a alejarse unos pasos y buscar un par de palitos. Los enterró en la montaña y le pareció que quedaban bien, como las velitas de una torta de cumpleaños.
Uno a unos, sus hermanos vinieron a ayudarla. La montaña ya no estaba sola. A su alrededor iban apareciendo casitas, callejuelas, algo que se parecía a un muro rodeando el pueblo de arena. Un foso excavado que desembocaba en su laguito, que increíblemente se agrandaba solo, debido al derrumbe permanente de sus márgenes. En seguida, uno de sus hermanos, fue a ocuparse de mantener la debida profundidad sacando arena y alcanzándosela a ella, que seguía concentrada en ampliar ahora la base de su montaña, que al irse secando la arena, amenazaba con derrumbarse.
Mabel era feliz. Su voz gorjeaba un trino de dicha que sólo sus hermanos podían entender.
Su boca sin dientes, mostraba una sonrisa tan amplia, que amenazaba desbordársele de la cara.
El mundo estaba en armonía. Las voces de la gente, conformaban un ronroneo feliz y confortante y sus hermanos estaban por una vez, jugando con ella. La vida entera tenía olor a nuevo.
La felicidad era esa posibilidad de construir sin miedo.
De ver como el universo respondía al mandato de sus manos como casi nunca lo hacía.
De sentirse parte armónica de un todo.
Un todo donde nadie le tiraba piedras, ni la insultaba, ni le pegaba patadas a sus perros, ni le hacía propuestas ominosas e ininteligibles que a ella se le escapaban pero instintivamente se le aparecían iluminadas de rojo. Un todo donde tenía el raro privilegio de pasar desapercibida.
Mabel, de la Blanqueada, tenía 28 años.

Su severísimo atraso mental, por alguna razón difícil de entender, parecía desatar la agresividad, la furia y el odio de los demás.

Su vida era un eterno túnel de dolor sin fin ni explicación. Un cúmulo árido y macizo, de burlas, golpes, risas y barbarie injustificable e infinita.
En la vida la aguardaba aún, un instante más de dicha.
Una neumonía piadosa, pondría fin a toda una vida de amargura unos meses después.
Me dijo una enfermera del Hospital Pasteur, que se fue del mundo con una sonrisa.
En el delirio final, la Muerte tal vez se le haya aparecido de pie, en una playa inmensa de arenas blancas.

Una de las manos de la Muerte estaba extendida hacia ella, llamándola, invitándola. Era cálida y hermosa la sonrisa de la Muerte.
En la otra mano llevaría seguramente, un baldecito de plástico amarillo y una pala.







Germán Queirolo Tarino

Salinas. 4 de Julio de 2004



(Aunque la historia es una ficción, Mabel no lo fue. A ella a todos los que pudiendo ser felices con muy poco, no salen jamás del jardín de la desdicha, dedico este breve cuento

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